¿Qué más me daba ser vil o virtuoso? ¿Buena o mala persona? Al fin y al cabo, yo, al igual que el resto de absurdos seres que contaminaban este mundo, moriría hoy, mañana o cuando fuese. Y es que cualquier cosa me era ya indiferente, tan solo pasaba los días añorando degustar la sublime esencia de la muerte.
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Y, cuando al fin comencé a perder el conocimiento, sumergido en las aguas del olvido eterno, confirmé lo que siempre supe durante toda mi vida: que la existencia del ser no tiene ningún sentido y que el suicidio sublime es la única y auténtica salvación del alma.
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Ser suicida es tan solo otra definición de ese estado donde la indiferencia absoluta impregna cada espacio del espíritu. Ser suicida es, definitivamente, estar muerto en vida.
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Me gustaría tenerte solo hoy, pero no es posible. Quizá no lo sepas, pero al llegar la noche pondré fin a esta tragicómica pantomima. ¡Cuánto disfrutaría hacerte el amor por última vez y que fingieras que al menos te importo un poco! Sí, que esta noche fuésemos superiores al resto de la humanidad y saber que, al amanecer, mientras tú regresas a sus brazos, yo partiré de esta desgracia y solo el revolver quedará de tu alma manchado.
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No te pido que te quedes conmigo toda la vida, puesto que ni siquiera me interesa continuar viviendo… Únicamente ven hoy, aquí y ahora, solo esta noche has que mi existencia sea menos miserable del único modo humanamente concebible. Sé que esto es todo lo que somos, tú y yo, la humanidad y cualquier dios. Fue divertido haberte conocido, amado y odiado. Y creo que sonreiré al recordar tu último orgasmo mientras la cuerda oprima mi cuello.
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Libro: Encanto Suicida