Si alguien tiene hijos, lo mejor que puede hacer es matarlos y luego suicidarse. Solo así podría purificarse de la estupidez e infamia cometida con tan insensata conducta.
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La existencia de todo lo que es, especialmente lo humano, es miserable, patética y absurda por igual. Y es que realmente nada ni nadie es nunca diferente, sino que se trata tan solo de autoengaños muy bien matizados por el desencanto de la trivialidad cotidiana lo que nos hace creer que alguien o algo puede ser valioso, interesante o sublime.
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Tal vez únicamente era yo un pobre iluso que detestaba su existencia infernalmente y cuyo máximo sueño era tan solo una patética quimera: nunca haber existido. Eso, indudablemente, no me hacía distinto al conjunto de absurdos seres que se recogijaban con existir entre la infamia más deplorable y las creencias más pestilentes. Pero, al menos, soñar con la inexistencia absoluta era un consuelo temporal en esta palpitante psicosis depresiva que me atormentaba por las noches.
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Me siento tan aislado del mundo, como si estuviese atrapado en una cárcel de mentiras. Y, cuando raramente abandono mi amada soledad y salgo a las calles, me resulta inevitable no prestar atención a las absurdas conversaciones y estúpidas actitudes de las personas. Comienzo entonces a detestarlo todo: la música, los antros, los bares, los cafés, los pájaros, las nubes, el sol, el cielo, yo mismo… Al final, solo me queda volver a mi habitación y sentir náuseas de esta vomitiva existencia cada vez con mayor ahínco y de añorar como nunca el suicidio.
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Los miro y parecen vivir sin cuestionarse nada, tan estúpida y banalmente transcurren sus patéticos días intentando hacerse de bienes materiales y luchando por dinero, teniendo hijos de la manera más vil e inculcándoles la misma basura que a ellos los tiene muertos en vida. Entonces los analizo y sé que morirán en el mismo absurdo en que han nacido y crecido, que su existencia debe ser alguna especie de experimento fallido, pero así son los humanos.
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De alguna manera, algo me decía que yo ya no podía seguir vivo. Quizás al fin terminé de enloquecer o es este el mensaje definitivo para suicidarme ya, lo cual, ciertamente, sería idílico. Aunque, considerando esto último de manera seria, me percato de que acaso estoy más muerto que aquellos seres quienes fingen tan bien vivir. Así pues, tal vez ya ni siquiera el suicidio sirva de algo en mi miserable condición.
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Encanto Suicida