Lo poco que aún me pertenecía en esta tumba recalcitrante de sentimientos magullados me resultaba imposible de preservar mientras más vivía.
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Porque solo a ti te esperaré por siempre, incluso más allá del lúgubre velo de la muerte.
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El suicidio era lo que reclamaba la sublimidad inexpugnable. Y el delirio me suplicaba para culminar las explosiones que, en soledad, atrapaban la lucidez de los muertos a los cuáles contemplaba con ironía.
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Siempre supe que en esta vida mi naturaleza se encontraba más que podrida.
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En este cúmulo de imperfección he sido solo un mártir de la irrelevancia, encasillado en el vacío que ahora se presenta tan misericordioso y embriagador para despojarme de la execrable ironía con que intentaba compensarme la vida.
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Me entristecía sórdidamente porque sabía que era un ser tan banal como todos esos seres que disfrutaban lo efímero del tiempo en esta infame existencia.
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Libro: Encanto Suicida