Hoy me marcho, le haré el amor a la agonía que ha desprendido de mí la vida, pero solo para no ocultar la virtud del delirio. A ti, que fuiste siempre tan fehacientemente sombría, te pido me perdones por haber sido yo quien se ahorcó la noche de tu partida.
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Es el momento, proseguiré la lucha más allá de esta argucia; la muerte me arrojará sobre la batalla en contra del desequilibrio divino.
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Ellos no querían escuchar, tampoco buscaban cambiar sus asquerosas vidas; así que me vi forzado a arrebatárselas para invocar la amnistía.
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La destrucción de la humanidad sería la poesía que cualquier dios verdadero debería llevar a cabo con esmero.
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Sé que sigo siendo humano, que mis cualidades físicas y mentales me impiden la trascendencia hacia lo divino; no obstante, forjaré en mi espíritu la fuerza requerida para evolucionar en la era sibilina.
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Mientras el humano se aferre a existir sabiendo que su permanencia en este mundo resulta nociva y ridícula en todo sentido, será imposible recuperar de los abismos de la desgracia lo que los antiguos construyeron tras su catastrófico exilio.
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Libro: La Execrable Esencia Humana