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Obsesión Homicida 36

No sé cuánto daño me ha hecho el mundo, pero sí sé cuánto daño me he hecho a mí mismo y es más de lo que en vida podría soportar.

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Enloquecí por completo cuando permití que emergiera mi verdadero yo, ese que había permanecido oculto en mi interior por tanto tiempo, ahí en los recovecos más oscuros de mi alma. Ciertamente, lo que aconteció ante tal despertar fue más siniestro y atroz de lo que esperaba, pues se encargó de desaparecer a todos aquellos a quienes mi falso yo decía amar, pero que, en el fondo, odiaba con todo mi ser.

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Si alguien se suicida porque ha alcanzado una compresión no humana de lo que podría ser la verdad y tras una profunda y agobiante reflexión de la realidad, entonces, al matarse, existe la posibilidad de que se convierta en un dios.

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Y es que después de cada minúscula sensación de felicidad, llegaba la sombra de la desilusión para opacar mi escueto deleite. Así era la vida: un constante torbellino donde abundaban la tragedia y el dolor, el absurdo devenir de una fantasía llamada tiempo que a todos enloquecía, la pantomima de una criatura que nunca dilucidará el (sin)sentido de su miserable existencia.

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Me intriga cuánto puede mentirse a sí mismo el humano pretendiendo no ser un vil esclavo de sus impulsos, vicios y obsesiones, siendo que tal vez es esto mismo lo que precisamente le hace sentir vivo.

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Por fin se rebelaba la verdadera naturaleza del ser, y era algo tan espantoso y funesto que ni siquiera la muerte bastaría para purificar tal blasfemia.

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