Traicionar a quien más se cree amar no es ningún pecado, sino la manera en que nuestra mente nos rememora lo que siempre hemos sido.
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Pensar que solamente se puede amar a una persona se convierte en una falacia pintoresca desde el instante en que nos percatamos de que somos humanos, pues toda humanidad está irremediablemente destinada a someterse ante los designios del cambio, sea carnal, emocional, sentimental o espiritual.
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Es absolutamente aceptable anhelar otros labios, otras caricias, otras risas y otros brazos. El único responsable de tales encantos considerados como pecados en una sociedad sostenida por la mentira y la hipocresía es el miedo a mostrarse tan real y natural como el animal tan irracional que es por defecto el ser humano.
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Con cuántos intentos fallidos por abrazar la imposible argucia de la fidelidad las personas de este mundo absurdo comprenderán la triste y aciaga belleza que se parapeta en sus maltrechas consciencias: la poligamia.
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Quien es infiel solo obedece los designios más naturales de la humanidad. Por lo tanto, quien se entrega a varios amores no hace, desde esta perspectiva, sino seguir el sendero más espiritual de acuerdo con su humana condición.
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La honestidad y la moral son los más vomitivos artilugios que esta raza de monos adoctrinados ha creído como sublimes verdades con tal de justificar mínimamente la naturaleza hipócrita y mundana que impera en sus lacerados corazones.
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Libro: Obsesión Homicida