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Romántico Trastorno 19

Dije que me mataría cuando te fueras, pero mírame aquí de nuevo, todavía pudriéndome en esta habitación infame, alcoholizado y drogado, sin ánimos de nada y sin poder olvidar el brillo de tus ojos ni el sabor de tus labios.

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Creo que me rindo, es momento de claudicar. Ciertamente, jamás hubo esperanza alguna para mí sin ti. Debo aceptar que jamás podré olvidarte y que solo el suicidio me hará sentir tan feliz como lo fui cuando aún estabas viva para cobijarme entre tus brazos.

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Por las tardes, especialmente si llovía, se apoderaba de mí una extraña melancolía que me hacía creer que había en el mundo muchas personas tristes que aparentaban muy bien estar felices. Y reflexionando así me sentía al menos un poco menos solo y deprimido, un poco menos psicótico, un poco menos suicida…

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Hallaron aquel cuerpo en el sótano, llevaba ahí ya dos días. El sujeto, un supuesto poeta, se había colgado sin dejar ninguna nota. Una extraña y siniestra sonrisa en su rostro era todo lo que había quedado, como si hubiera disfrutado más esos últimos instantes antes de morir que toda su intrascendente existencia. Y, cuando lo vi, solo pude exclamar, de manera casi melancólica, como deseando estar en su lugar: ¡qué afortunado!

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No concibo mayor tristeza en esta existencia inmunda que la imposibilidad de suicidarme, pues la vida se aferra a mí, aunque yo la rechace y ame a la muerte. Tal vez solo soy un cobarde, tal vez solo me acostumbré a estar triste.

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La sangre que escurría era todo lo que recordaba al despertar, la disociación había sido una experiencia realmente devastadora. Desperté en el hospital, con amigos y familiares mirándome con profundo desasosiego, con sus caras de imbéciles como si me hubieran hecho un favor. Entonces supe que había fracasado y lo único que en verdad me molestaba era que me hubieran salvado. Sí, la verdadera agonía era saber que aún estaba vivo. ¡Maldición, otro intento de suicidio terminado en fracaso! Pero ya tendría otra oportunidad…

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