El acto de hundirse en el ocaso propio no es para nada algo cobarde, no es un escape ni tampoco una salida fácil. Desvanecerse así, tras una profunda y sublime etapa de prolongada reflexión e introspección, tan solo es la consecuencia natural de la desesperación que causa esta existencia trastornada en este infierno terrenal. Al fin y al cabo, ¿quién puede juzgarnos por renunciar a algo que, ciertamente, nunca solicitamos?
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Entonces me alejé de todo y de todos por mi propio bienestar y porque quería ir más allá de lo humano. Lo hice porque sentía que, si pasaba más tiempo rodeado de aquellos seres cuyos únicos intereses eran sexo, dinero y materialismo, lo único que querría sería morir cuanto antes. La soledad, al fin pude comprenderlo durante aquel arrebato de caótica melancolía, poseía una belleza que nada ni nadie de este mundo podría igualar jamás.
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Ese estado crítico de máxima contradicción y aciaga repulsión interna en donde ya la existencia no es soportable ni un solo segundo más es, asimismo, el mejor indicador de que el encanto suicida empieza a merodear nuestro acongojado ser y a embriagar nuestro devastado espíritu con su sublime y perfecta esencia.
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Gracias al cielo que aún existe el suicidio, pues si no, ¿qué sería de mí entonces? Quizá solamente un alineado encerrado en un manicomio padeciendo el hartazgo existencial extremo y la desesperación de existir en su máximo punto. Todas las cosas que siempre he creído como improbables se tornan finalmente en siniestras alucinaciones que ya no puedo controlar por más tiempo; se metamorfosea, asimismo, en mi interior, el vehemente sueño de escapar. Pero ¿a dónde? ¿Cómo? Y ¿para qué? No lo sé, pero sé que no puedo continuar así, tan enloquecidamente triste.
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Realmente nunca tuve deseos de existir, ya que siempre me sentí agobiado y obligado a permanecer en este mundo vil y corrupto. Por eso hoy, mientras plasmo mis últimos pensamientos, sonrío como nunca en toda mi vida, pues sonrío con la inefable sonrisa de la muerte. Lo que más añoro es desvanecerme por la eternidad, disolver hasta el último ápice de humanidad que pueda todavía imperar en mí y, por fin, liberar mi sombra de la condena que implica la existencia tal y como la conocemos.
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Romántico Trastorno