Mi corazón ya no lo siento, parece como si estuviese ya muerto. ¿Dónde estará mi triste corazón? ¿Dónde osa ocultarse para impedirme la ascensión hacia el hermoso vacío? Pareciera que se ha ido muy lejos, más allá de las arenas movedizas donde escurren néctares que saben a muerte y destrucción, más allá de la poesía maltrecha de un pobre y ridículo soñador como lo soy yo. Hace tiempo que lo venía presintiendo, que tenía la ligera sospecha de que mi corazón me abandonaría en el momento más inesperado. Se ha ido, se ha apartado de mi lado con una rapidez indecible. ¿Volverá a latir algún día con el mismo vigor? ¿Acaso no es cierto que todos perdemos, al menos una vez en la vida, nuestro corazón? Yo lo he comprobado y me ha lastimado sobremanera, me ha desfragmentado a su cruel manera. La ausencia de mi corazón me duele, pero también me acerca a la indescriptible magia del suicidio.
Antes podía sentirlo, pero ya no más. Ya no están aquí esos recuerdos melancólicos, aquellos días lluviosos donde me parapetaba en una pocilga y me pudría lentamente. No, aquellas memorias ahora han sido opacadas bajo el anómalo brillo de las estrellas. Y solo el llanto y la amargura de saberme aún vivo sin mi corazón me laceran el alma. No obstante, ¿qué diferencia habría? Pienso en ocasiones que ha sido lo mejor, ya que en este mundo vil y en esta realidad corrompida tener corazón es más una debilidad que un don. Las personas con corazón continuamente son las más lastimadas, las más envenenadas con el imperante y siniestro absurdo de la existencia. Entonces ¿para qué tener un corazón? ¿Acaso quiero volver a tenerlo yo? ¡No, mejor no! ¡Que se quede muy lejos de mí, que se hunda en las garras de la monstruosidad infame hasta tornarse en una mera ilusión! Odio tener un corazón, así que mejor si no vuelve a mí nunca, si se desvanece en un llanto de inmaculada piedad.
Entonces la mantis dorada colgará de mi pecho para saborear la sangre que escurre por mis venas, para saciar el instinto sexual de quienes viven en plena condena. La desdicha no será sino la bienaventuranza de quienes osan aún oponer resistencia alguna. Y sí, creo que me engaño, creo que me miento mucho todavía. A veces extraño tener corazón, aunque al mismo tiempo me repugne. Quizá solo extraño volver a sentir o volver a sufrir absurdamente. Porque, resulta más que evidente, este mundo es solo un sufrimiento sin sentido donde no existe escapatoria que no sea la dulce magia de la muerte. Y ¡cómo me hubiera gustado haber fundido mi corazón en su deliciosa esencia! Pero se ha ido, ya no puedo sentir sus anómalas palpitaciones invadiendo mi nostálgico ser. He perdido mi corazón, he perdido cualquier deseo de vivir, me he perdido a mí mismo… Y todo lo que queda de mí no es sino una vieja y maltrecha silueta conminada al caos, la decadencia y el abismo.
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Melancólica Agonía