El suicidio es, infaliblemente, la única alternativa cuando nos percatamos del gran absurdo que todo lo envuelve en esta irrelevante y patética vida.
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La náusea de existir era todo lo que me conformaba en mi actual decadencia, pues estaba ya demasiado hastiado de esta ridícula pesadilla llamada existencia humana y no hallaba en ningún lado motivos suficientes que me hicieran permanecer aquí un día más; tal vez porque en verdad no había ninguno más allá de los infames autoengaños que todos los humanos se hacen cotidianamente.
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Y es que para mí tus defectos no son tales; de hecho, ni siquiera me parece que tengas alguno, pues, cuando me pierdo en el manantial de tu sublime mirada, me parece estar observando al ser más perfecto cuya divina existencia está muy por encima de todo cuanto pueda resultar valioso en esta repugnante pseudorealidad.
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¿Qué sentido tenía vivir? ¿Para qué continuar haciendo las mismas acciones una y otra y otra vez? No había ninguno en absoluto, nada que valiera la pena. Pero es que ¿acaso morir acaso sí tenía sentido? Quizá no, tampoco lo tenía; aún menos que la vida. Y entonces ambas facetas del caos infinito eran más que inverosímiles y estrambóticas, meras entelequias para martirizar nuestras humanas almas hasta la locura más sombría.
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¿Qué sentido tiene continuar viviendo ahora que te marchas? Te llevas contigo la ínfima porción de felicidad que pude experimentar en este mundo aciago y corrompido. Te llevas algo más que mi marchito corazón y que mi compungida alma: te llevas todo lo que soy, lo que fui y lo que seré. Te llevas mis últimos anhelos de ser, pues cierto es que, sin ti, prefiero dejar de existir para siempre.
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Romántico Trastorno
