Todo en esta realidad está diseñado para alejarnos de la verdadera sublimidad y también de nuestra esencia más espiritual. Dinero, poder, sexo, entre otras atrocidades son elementos que diariamente y cada vez nos apabullan más y de maneras más sutiles. Vivimos en una época en la que las personas difícilmente leen, analizan o reflexionan sobre sus acciones y el mundo que los rodea. Todo parece estarse yendo al carajo, pero realmente a nadie le importa. Quizás incluso es mejor que así sea, pues así nada ni nadie evitará lo que parece inevitable: la muerte de todo lo humano. ¡Esto sí que sería glorioso! ¡Esto sí que me llenaría de un gozo indescriptible y de una alegría inconmensurable! Es precisamente por esto por lo que me levanto cada mañana, por lo que imploro a cualquier dios o demonio que pueda improbablemente existir, por lo que me acuesto con esperanza cada madrugada. Sí, lo que yo más añoro es el completo exterminio de la raza humana y su eterna destrucción en el halo de la desesperación.
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Pasa siempre que las personas más vacías son aquellas que están sumamente desesperadas por unir su imperante vacío con el de otro ser igual o aún más vacío. A esto, extrañamente, se le conoce como amor, matrimonio o relación. Luego, de esta aberración del vacío surge un producto que por todas luces debería ser erradicado: el nacimiento de otro absurdo ser, de otro esclavo más del sistema, de otro peón que será igualmente irrelevante como sus progenitores. Resulta increíble que a esto los monos parlantes lo consideren como una acto divino cuando no es sino consecuencia natural de su infernal e imperante estupidez. Los nefandos impulsos que han guiado desde siempre el rumbo de esta odiosa raza son lo más ridículo y detestable que se pueda concebir; son la cúspide del sinsentido en su máxima expresión. El anhelo de vivir y de hacer vivir a otros es algo que hasta ahora no muchos han querido cuestionar porque han asumido que se trata de algo que debe pensarse y hacerse sin importar qué. ¿Por qué no podría ser, en todo caso, el anhelo de muerte lo correcto y divino?
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Se asume que, por el simple hecho de existir, debemos continuar haciéndolo por cualquier medio e incluso en contra de nuestra voluntad. ¿Por qué? ¿Por qué no sería preferible lo opuesto? ¿Por qué no podría ser la inexistencia, la nada, la muerte o el vacío mucho mejor opción que este conjunto de miseria, agonía y estupidez al que tanto nos aferramos sin ningún maldito sentido? No cabe duda de que estamos más que adoctrinados con tantas ideas erróneas sobre la vida, la muerte y el infinito. ¿Qué sabe la humanidad de todo esto? Ciertamente, muy poca cosa. Y, sin embargo, esto parece bastarle para no cuestionar, dudar o reflexionar sobre lo ya establecido por quién sabe qué organismos, instituciones o personajes. A nosotros, los poetas-filósofos del caos, nada de esto nos satisface ni nos interesa; porque no buscamos ya en las ilusiones de la pseudorealidad respuesta alguna. Lo esencial para nosotros está en nuestra propia alma, pero antes es necesario liberarse de todas las mentiras, falsas construcciones y demás basura que nos ha sido repetida desde nuestro funesto nacimiento.
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Nunca somos realmente conscientes del daño que nos ha infligido el mundo y del asco que nos han provocado los demás hasta que es ya demasiado tarde… Entonces solo nos resta resignarnos o matarnos, pues ya nada puede hacerse y el pasado se convierte en un infierno que incendia no solo nuestro presente, sino principalmente nuestro siniestro futuro. Cada error cometido vuelve y se clava en nuestra alma como daga envenenada destinada a nuestra agonía existencial. Cuando menos lo pensamos, estamos ya tan deprimidos y solos que intentar cambio alguno se vuelve una ironía de poco talante. Las sombras nos ha conquistado y ningún sol podrá volver a resplandecer en nuestro cielo gris y decadente. Solo el encanto suicida nos parecerá entonces atractivo, aunque en el fondo sepamos que no lo merecemos y que arrojarnos a él de este modo podría ser tan adecuado como terrible. Un poco más de sufrimiento transmutado en reflexión e ideas impensables para la modernidad, siempre algo más hasta que la muerte se harta de nuestros titubeos y nos aplasta como los gusanos insignificantes que siempre hemos sido.
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Sí, lo confieso… ¡Me arrepiento una y mil veces de todas las personas con las que me relacioné, de todos los lugares que visité, de todos los momentos que viví y de todas las cosas que realicé! Nada realmente valió nunca la pena, pero tampoco tuve otra opción. Mas, sobre todo, me arrepentiré siempre de haber sido yo; de haber experimentado cada minuto en una constante lucha contra mí mismo, que al final siempre supe estaba perdida de antemano. Debería más bien haber aprendido a reír, a reírme una y mil veces de mí mismo y a ver la vida como lo que era: un completo sinsentido del cual uno debería reírse hasta la muerte.
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La verdadera filosofía, poesía y literatura no nos invitan a la vida, sino a la muerte. Son espadazos que se clavan en nuestro nostálgico corazón y que torturan nuestra engañada mente; son heladas que nos obligan a buscar refugio lejos de la horrible humanidad y del mundo tan absurdo en el que por desgracia nos hallamos inmersos. Principalmente, una vez que comienza a caer el velo de maya, comienza también nuestro verdadero camino hacia la verdad… Uno que no es agradable, mucho menos deseable; pero que, recorrido de manera sincera y consciente, tiene más valor que cualquier otra cosa, persona o momento.
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Sempiterna Desilusión