A veces no puedo ya dejar de pensar en lo hermosamente perfecto que sería dormir para nunca más volver a despertar; es como una especie de extraña algarabía la que me invade en tales momentos y no puedo sino alucinar al pensar que esto será una realidad algún día… ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no esta noche? ¿Por qué no justo ahora? ¿Qué me impide regocijarme con el dulce encanto suicida que no dejo de anhelar todo el tiempo? Resulta, no obstante, sumamente siniestro continuar así: en un absoluto desconocimiento de quién soy yo en realidad y de las cosas tan horripilantes que, a veces, se gestan en los rincones más sombríos de mi alma. Ya nada resta sino dejarse llevar por el máximo sinsentido, esfumarse en un manantial de agonía inefable que destrozará mis últimas esperanzas. ¿Es que todavía tengo alguna? ¿Es que todavía estoy vivo? ¿Por qué? Creía haber muerto ya, al menos esa es la peculiar sensación que me ha envuelto y que me hace experimentar los susurros oscuros del más allá en el espejismo de mi carne putrefacta. ¡Cuántas veces me he equivocado! ¡Cuánto no he errado el camino de sangre y rosas negras! En los laberintos de mi mente trastornada es donde vago sin rumbo, donde suplico por acariciar las alas de aquel hermoso y centellante ángel al que sé no soy digno de intentar amar. ¿Cómo podría? Yo soy un simple mortal atormentado por su propio infierno, por su consciencia infestada de delirantes concepciones y entelequias incomprensibles. Soy todavía tan humano y estoy cada día sin aliento, perdiendo la calma en los demoniacos escenarios que el caos del absurdo impregna ante mis falsos ojos. ¡Quién sabe! Acaso sea yo un asesino de lo divino que ha escapado temporalmente de su condena universal solo para hallar algo aún mucho peor: la pseudorealidad.
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Después de un corto tiempo es natural que nos convenzamos de que relacionarse con los demás no sirve de nada. Lástima que algunos estúpidos nunca llegan a percatarse de esto e inclusive pasan toda su vida buscando la compañía de aquellos a quienes deberían de detestar y vomitar. Cualquier interacción con otro ser humano será, casi con toda seguridad, una absoluta pérdida de tiempo y energía. No obtendremos nada de esto, nada sino perturbarnos a nosotros mismos con más creencias absurdas e ideologías sórdidas. Y es que todos sin excepción alguna estamos adoctrinados, somos marionetas irremediables de este teatro execrable llamado vida. ¿Por qué nos aferramos tanto a él? ¿Es que tanto tememos a la muerte que preferimos asfixiarnos en nuestra cotidiana miseria ¡Qué lejanos se hallan esos momentos en que aún creía poder amar y amarme! La desolación acabó con todo y me arrojó a un pozo de amargura del cual no podré escapar en ningún nuevo sueño de muerte estelar. Ahora solo me resta desvanecerme en la fatal melodía del anochecer que huele a sangre y lágrimas negras, que me hace sentir fuera del espejo en el cual surgen luces eternas.
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Incluso yo mismo no podía evitar autoengañarme y por eso seguía vivo… En el momento en que finalmente no tuviera miedo de conocer un poco de eso que no existía en este mundo y que se llamaba verdad; en ese momento, así pues, tendría que matarme sin más excusas ni lamentos. No quedará nada entonces, absolutamente nada. Ningún espejismo abyecto que me convenza nuevamente de volver a este plano infernal; tampoco habrá más sonrisas que oculten la atrocidad de mis huesos masticados por los ángeles caídos. Y mi sangre será al fin derramada en la cúspide del castillo enjoyado, pues solo así el fénix surgirá de mi pecho e incinerará a todas las versiones de mi otro universo. No deseo ser recordado, eso es lo que creo con firmeza. No me interesa en lo absoluto el destino de la humanidad ni de este mundo corrompido; para mí, todo lo que aquí he conocido es digno de desprecio y merece ser exterminado. Quizá solo salvaría a las plantas y a las prostitutas, pues me parece que ambos seres poseen una pureza incluso extraña hasta para los dioses mismos. No sé si debería llorar o reírme de mi propia locura, aunque tal condición pueda también ser el principio de alguna percepción más elevada o posible ápice del axioma supremo. Lo cierto es que no me queda mucho tiempo, ya que, en breve, la ilusión será retirada y la simulación habrá culminado.
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Ya ni siquiera me interesaba aniquilar a otros o inclusive a mí mismo. Había perdido todo deseo y mi estado no podía ser descrito con nada, acaso solo con la indiferencia absoluta. Pero ¿qué culpa tenía yo de sentirme así? ¿No eran en todo caso culpables los demás? Siempre fueron los otros los que me fastidiaron, los que me abrumaron y los que me hicieron refugiarme en mi incomparable soledad. ¡Oh! Si tan solo nunca hubiera conocido nada de esta patética realidad ni de los horribles y triviales seres que la infectan. Ya no es posible volver en el tiempo y evitar mi anodino nacimiento; el inconveniente es ahora uno solo conmigo y me envuelve como una espesa capa de amargura impertérrita. ¡No puedo escapar ni tampoco olvidar! ¿Qué hacer para que la pesadilla se detenga y los embriagantes ensueños de muerte vengan a mí sin ninguna interferencia? Estoy atrapado en esta lúgubre algarabía de argucias encarnadas y sermones obsoletos, fingiendo muy bien que todo dentro de mí no desea sucumbir cuanto antes. ¿Por qué me mentiré tanto todavía? ¿Por qué el ser está condenado a mentirse de formas cada vez más inauditas para no aceptar su horripilante y sempiterno sinsentido? Pero supongo que ellos no pueden percibir ni siquiera una mínima parte de tales reflexiones, ¡claro que no! Para ellos todo es dinero, sexo y poder; lo más importante es lo más banal e irrelevante. Así son todos, así es como han sido confeccionados sus cerebros mortales. ¡Que se vayan todos al diablo! No tengo fe en la humanidad, jamás la he tenido y no la necesito. Me hallo al borde del colapso, a punto de caer en el vientre de la gran bestia y sin poder derramar ya ni una lágrima más. Mi sangre arde, pero mi corazón se siente frío; tan helado como el paso del tiempo que nada perdona. ¡Soy un impostor atroz, un homicida patético! La tumba me llama y corro despreocupadamente hacia ella, salgo al fin de la cueva de miseria y soledad donde tantos años aluciné con volver a escuchar tu voz. ¿Es que me he acercado tan siquiera una milésima más a Dios? Para los insectos todo es inmenso, y para mí todo es ya trágicamente irreal.
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Antes me molestaba contemplar a la humanidad y todavía es así algunas veces. Pero la mayoría de ellas ya solo me divierto… ¡Qué gran espectáculo de miseria, tragicomedia y absurdidad es este mundo execrable! Y nosotros, sus marionetas irremediables, sencillamente no podríamos cumplir mejor con nuestro patético guion. Soñaré esta noche con no volver a saber nada de este mundo horripilante, con haberme colgado después de contemplar tu luz celestial. Múltiples contradicciones que vomitan caos y amor, que encienden la montaña onírica sin oportunidad de escapar. ¿Qué serán todos esos susurros en las sombras agitadas? ¿Qué se revelará cuando el dragón haya sido atravesado por la espada divina? No podemos imaginar algo fuera de los límites establecidos, porque de inmediato tememos la represalia de nuestra fútil consciencia. ¡Qué inútiles somos! Soñadores desquiciados experimentando algo similar a un suicidio prolongado y artificial, engañados desde lo más profundo de nuestro corazón y pretendiendo conocer los pensamientos de Dios. El mono parlante es algo grotescamente paradójico, pero cuya miseria siempre se hace latente sin importar la época. No podemos o no queremos aceptar que la soledad y la muerte resuenan en nuestro destino con mayor fuerza que cualquier otra entidad o situación. Caminemos entonces hacia nuestra perdición, y cada vez a paso más apresurado. ¿Qué importa estar vivo o muerto cuando en nuestro interior la confusión y la melancolía todo lo han desfragmentado? Como gritos de animales salvajes, así también son las palpitaciones de mi espíritu que ya no soporta permanecer atrapado en esta prisión carnal ni un segundo más. ¿Cómo será estar fuera? Me imagino mi espectro aturdido por el cambio de dimensión, aunque quizás entonces el miedo ya no sea parte de mi nuevo yo. Se termina este discurso, pero aún no se ha terminado de vaciar la sangre de cuerpo; poseo vida aún y eso, ciertamente, determina mi natural indisposición.
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Sempiterna Desilusión