No sé por qué era así, en verdad no podía controlarlo. Sé que suena tonto, pero jamás pude serle fiel a nadie, ni siquiera a aquel ser que creía era el amor de mi vida y que en verdad amé con todo mi ser. Quizás es aún peor mi caso, ya que ni siquiera creo haber sido fiel a mí mismo. ¿Cómo podría cuando esta realidad está infestada de situaciones y paradigmas que en todo momento tratan de hacer (y lo logran en la gran mayoría) que nos traicionemos a nosotros mismos en mayor o menor medida?
*
Ni siquiera infinitos cielos tras la gloriosa muerte bastarían para remediar los infinitos horrores que pululan en la vida y que nos vemos, de un modo u otro, obligados a padecer. Y es que este mundo ante el que tantos tarados se inclinan no podría ser, según mi perspectiva, sino uno de los tantos infiernos donde debemos expiar nuestra torpe humanidad. Quizás entonces el problema es asumir que las cosas aquí deberían ir o estar bien, cuando la evidencia no podría ser más opuesta.
*
¡A la vida le importo una mierda, eso lo sé a la perfección! ¿Por qué entonces a mí debería de importarme ella? Por otro lado, espero que a la muerte sí le importe yo al menos un poco…
*
Vivimos tan solo para morir, pero no sin antes haber sufrido en mayor o menor medida las contradictorias aberraciones de esta putrefacta pseudorealidad. ¿Puede concebirse algo más absurdo y trágico que esto? ¿Cómo no sentirse más que desdichado ante tal imposición existencial? Y luego, encima de todo, como si no fuera ya suficiente, vienen a decirme que probablemente la muerte no es el fin de todo. ¡Puta madre, déjenme ya en paz con mi nada!
*
Creemos ser libres cuando más esclavos somos de todo, especialmente de nuestras propias mentes. Más aún, de la existencia misma; pues somos obligados a vivir, a sufrir y a morir sin ninguna consideración nuestra al respecto. ¡Qué estupidez más grande es la libertad! En todo caso, la esclavitud engloba a la libertad…
***
El Color de la Nada