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El Réquiem del Vacío 13

La ironía no es que el mundo esté más que acabado y podrido, regido por oscuros intereses y mundanos poderes. La ironía en sí es que casi todos se aferren no solo a preservar esta miseria, sino a incrementarla mediante el necio y ridículo acto de la procreación. No cabe duda de que el ser humano es una criatura necia y absolutamente ruin a la que no le importa otra cosa más que su propio narcicismo.

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Otra vez todo ha salido mal, pero ya no me sorprende. Más bien, me sorprende la imbecilidad con la que alguna vez creí que algo podría salir bien en mi vida. No cabe duda de que estoy condenado y de que, mientras no me atreva a colgarme, seguiré hundiéndome y pudriéndome cada vez más y de maneras más violentas. Mientras continué aceptando los infames decretos de esta vida, no me será posible abrazar a la muerte e irme con ella hacia un nuevo comienzo muy lejos todo este martirio humano.

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Me aterraba que llegara el día en que no pudiera reprimir mis más profundos deseos, pues todos ellos tenían que ver solo con el odio, la misantropía, el homicidio, el suicidio y la extinción. Entonces quizá tomaría la navaja y me propondría derramar la mayor cantidad de sangre posible, fuese mía o ajena, antes de abrazar a la nada. ¿Qué más daba, así pues, ser un asesino real o uno ficticio en una ilusión sin precedentes como lo es esta onerosa realidad?

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Las personas, la mayoría de las veces, suelen ser aún más horribles y asquerosas de lo que suponíamos. No solo son unos maestros en arruinar sus miserables vidas, sino en hacerlo con las de otros también. Estar solo, entonces, se vuelve un axioma que no debe ser alterado en ninguna circunstancia, ya que únicamente en tal estado podremos asegurarnos de que al menos solo nosotros y nadie más contribuye a nuestra grotesca desdicha. No habrá nadie a quien culpar sino solo a nuestra ira, fatalidad y apego a lo mundano.

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Si me mato, no será por cobardía; sino sencillamente porque es la decisión más lógica a la que he podido llegar en mi atroz estado humano. La muerte para mí simboliza la auténtica redención del espíritu que tanto tiempo ha estado preso en este traje de carne y hueso, atado a los lineamientos de esta realidad material y siempre enclaustrado en las tres dimensiones que rigen el espacio. Ese momento final debe ser hermoso, aunque al mismo tiempo aterrador; debe ser aquello que está más allá del halo de la desesperación y de la agonía de ser.

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Nunca quise en el fondo ser esto, pero la vida me hizo serlo. Intenté ser amable, compasivo y bondadoso, pero todo lo que recibí fue exactamente lo opuesto. Así pues, entendí que debía volverme un gran hijo de puta. Y, desde que lo soy, me va mucho mejor en todos los aspectos de la vida… ¡Qué vida tan más extrañamente incierta!

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El Réquiem del Vacío


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