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Catarsis de Destrucción 61

Doy esta parte de mi ser para ti, con la ilusa esperanza que puedas brindarme un poco de refugio entre tus brazos. Mi corazón está hecho pedazos y creo que no vislumbro el que deje de romperse con cada nuevo impacto, con cada retorcida estratagema que debo necesariamente experimentar antes del momento culminante. El retorno a la incertidumbre, a la miseria y al caos parece inevitable en mi condición lamentable; ¿qué más podría haber para alguien como yo? ¿En dónde podrán reposar mis manos ensangrentadas y con qué habré de limpiar mis ojos embadurnados de locura y pretensión? Parece que esta vez el abismo no me permitirá escalar ni un poco, sino que se aferrará a mí con todas sus fuerzas; y hará de mí un completo despojo cuyos lamentos no serán ya escuchados ni siquiera por los más perceptivos. El volcán está a punto de estallar, ¡que así sea! No voy a correr, no voy a llorar; me quedaré aquí sentado silenciosamente y esperaré hasta que la puerta se ilumine por última vez.

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Me he encargado de preparar mi propia tumba, de ajustar todos los detalles y de enviar todas las invitaciones. Hoy, cuando deje de llover, vendrán todos a mi apartamento para celebrar mi partida de este funesto mundo. Dejé preparado un banquete y café, en caso de que alguien desee alimentarse junto a mi cadáver que estará colgando como un péndulo y goteando sangre como una llave descompuesta. ¡Quién sabe, quizás hasta estés tú presente ahí! Mi eterno e imposible amor… ¿Qué será ahora de ti sin mí? ¿Acaso te importará mi muerte más de lo que alguna vez te interesó mi vida? ¿Llorarás en soledad y sonreirás frente a los demás como siempre solías hacerlo? ¡Qué importará ya! Yo ya muerto estaré y así será mejor: así al fin, espero, me olvidaré para siempre de ti.

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No es la vida lo que debemos buscar, cuidar y esparcir. Al contrario, es la muerte la que debemos procurar a la brevedad y extender a toda la humanidad. Y no porque la vida tenga algo de malo en sí, sino porque, como suceso en su más pura esencia, resulta totalmente innecesaria. Los humanos no pueden, o no quieren, comprender y aceptar esto; es tan solo porque tenemos miedo de vislumbrar la realidad: no somos el centro de ninguna creación divina y muy probablemente somos solo un experimento fallido cuya aniquilación no podría ser más indispensable.

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La mayoría de las personas son tan simples y banales que ni siquiera vale la pena malgastar un poco de saliva en ellas o dirigirles una abyecta mirada. No solo nos perturbarán con sus creencias insulsas y sus nefandas perspectivas, sino que más de una vez entorpecerán nuestro camino con toda clase de ridículas solicitudes. Por eso la soledad debe ser nuestro único acompañante en nuestro delirante camino hacia la verdad; tal y como lo ha sido de cada filósofo sincero y de cada poeta enloquecido. Mientras prosigamos en la tónica de hacer de los humanos nuestro refugio, seguramente terminaremos abandonados, destrozados y, ¡cómo no!, asqueados hasta más no poder.

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Ayer en el trabajo me dijeron que estaba despedido y la verdad no supe ya qué hacer: si sentirme triste o feliz. ¿Debía suicidarme o buscarme otro empleo? La verdad es que la primera opción siempre me pareció la más convincente y ahora más dado que tenía el pretexto perfecto. ¡Estaba harto de cualquier tipo de empleo, de dedicar mi tiempo a la inmundicia de una empresa o un negocio irrelevante! Lo que yo necesitaba era desprenderme de todo, huir muy lejos de todos y hasta de mí; escapar de cada mentira y cada amanecer hasta que el anochecer no encerrase ningún otro acertijo. Entonces podría hundirme en mi propio ocaso, sentir que había algo que sí me interesaba en esta vida: mi muerte.

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Catarsis de Destrucción


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