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Sempiterna Desilusión 08

Lo verdaderamente lamentable no es ser un ignorante o un idiota, sino no hacer nada al respecto para cambiar tal situación y, peor aún, sentirse a gusto en ella. Tal es, lamentablemente, la condición de casi todas las nefandas marionetas que ensucian este hermoso planeta. Los crímenes de la humanidad han ya durado demasiado, es tiempo de que la purificación acontezca y de que sus gargantas sean atravesadas por la lanza dorada del tiempo impertérrito. Esto puede acontecer mañana o en mil años, no importa lo más mínimo. Pues el tiempo de lo humano es tan insignificante que hablar de su historia es hablar de una nimiedad totalmente despreciable y obsoleta.

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Antes era pesimista, luego me volví loco y ya no supe qué fue de mí. Puede que pronto me cuelgue o que, por aburrimiento, decida convertirme en un asesino purificado por la obsesión homicida que siento nacer en mi interior y que parece musitarme excéntricos secretos ante los cuáles no puedo sino sonreír con siniestro encanto.

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Y todo aquello que no nos recuerde a la muerte, está, con toda certeza, destinado a entorpecer nuestro camino. Todo aquello que apeste a vida o que intente, de un modo u otro, mantenernos aquí, será precisamente lo que deberemos destruir dentro o fuera de nosotros para completar nuestra sagrada evolución física, mental y espiritual. Dejemos que esos tontos prosigan idolatrando todo tipo de mentiras y ominosas quimeras, nosotros ya estamos demasiado asqueados de todo eso. A nosotros eso ya no nos podrá atrapar, porque hemos decidido romper todas las cadenas sin importar cual sea el precio que pagar. Y en verdad que nada puede compararse con liberarse de las fatales imposiciones de este mundo anómalo y todas sus entelequias. Mas me parece que no muchos están listos para esto y que nunca lo estarán; pues me parece, asimismo, que el ser ha sido diseñado y perfectamente programado para ser un esclavo por dentro y por fuera hasta el final de los tiempos.

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¿Por qué nos espanta tanto la muerte? Más nos debería espantar la vida y sus onerosos y variados mecanismos de tortura existencial. Supongo que nos aferramos a ella porque creemos conocerla y porque estúpidamente esperamos siempre algo; algo que, ciertamente, nunca llegará. Es mejor irse desprendiendo poco a poco de todo aquello que creemos apreciar o amar en este mundo insensato y no permitir que nuestra propia insensatez continue cegándonos sin sentido. Dolerá, eso claro está; dolerá acaso demasiado, pero ningún dolor deberá impedirnos abrazar nuestro destino. Alejarnos de todo y de todos, abrazar la soledad con todas nuestras fuerzas y metamorfosear nuestra infinita melancolía en un último suspiro de sangre, muerte y verdad… ¡He ahí lo que deberíamos hacer a partir de ahora si realmente nos propusiéramos vencer a la pseudorealidad!

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Tan solo hay una única verdad que debemos descubrir y aceptar en la vida: la muerte. Más allá de ella, cualquier otra cosa será, tarde o temprano, un atroz desperdicio. Nuestro tiempo vale más si lo enfocamos siempre en la muerte y no en personas o momentos cuya intrascendencia refulge por su obviedad. Nada en este mundo nos pertenece y en verdad nada hay aquí ya que nos deba interesar a los auténticos buscadores de lo sublime, a los discípulos del caos y a los amantes de la pureza. ¡Vámonos, larguémonos y no retornemos jamás aquí! Aquí todo es decadente, oneroso y falso… ¡Descubramos un nuevo paraíso donde nuestros corazones puedan latir a otro ritmo y donde nuestros cuerpos no sean un impedimento para ser libres y felices!

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¿Cómo iban a poder ayudarme los demás si precisamente eran ellos en gran medida los causantes de mi frustración y mi agonía? Eran sus patéticas vidas y sus pestilentes creencias lo que no podía soportar por más tiempo… Debía entonces huir de tal miseria, aislarme en alguna cueva en alguna montaña lejana y helada donde pudiera disolver para siempre todo lo que padecí en la funesta civilización humana. ¡Cuán cierto es que la mayoría de las veces las personas nos estorban más de lo que nos aportan! Sus estúpidas creencias, sus triviales perspectivas y sus funestas opiniones no hacen sino producirme náuseas; lo único que entonces puedo experimentar hacia ellos es un deseo irrefrenable de exterminarlos de las maneras más sádicas posibles. Pido a la muerte y a dios me perdonen por esto, pero es que en verdad ya no puedo soportar por más tiempo lo humano… Mejor me quedo encerrado en mi cueva, mejor no volver jamás a esa barbarie de inmundicia e insustancialidad donde tantos respiran por pura inercia.

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Sempiterna Desilusión


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