No cabe duda de que hoy en día las cosas están peor que nunca; pero esto, ciertamente, no es de sorprenderse. La humanidad, mientras por una parte parece que va evolucionando, por otra decae tristemente. La tecnología y la ciencia que se supone deberían mejorar la vida no han hecho sino hacer a las personas aún más inútiles y estúpidas de lo que ya de por sí eran. Al parecer, entraremos, si no es que ya lo hemos hecho, en nueva era oscura donde quizá solo una extinción total pueda ser la solución. El amor se ha convertido en necesidad de atención reprimida y la magia en un chiste aún más risible que la paz. La civilización es todo menos civilizada; es una carnicería donde nuestro valor se mide tan solo por la capacidad productiva que tengamos dentro de una compañía o un entorno determinado. Está nueva y deprimente vorágine de miseria recalcitrante será aún más devastadora que cualquier otra, puesto que nunca en la historia se tuvieron mecanismos de control social. mental y emocional más efectivos y sutiles que ahora. No sé si decir que la humanidad debería hacer algo, porque parece que esta vez la caída es tan evidente que es solo cuestión de tiempo para que seamos arrasados por lo que nosotros mismos hemos promovido y alimentado: la pseudorealidad y todas sus ilusiones metafísicas cuyos ruines efectos recién comienzan a oscurecer la escasa luz que podría todavía iluminarnos desde una lejanía que ya jamás volverá a cobijarnos en ninguna otra época. La música de nuestros anhelos ha sido silenciada y, con ello, la sangre escurriendo de nuestros corazones putrefactos es lo único que resta por contemplar detrás de las cortinas sombrías de este inverosímil y repugnante conglomerado, vestigio de un aciago pasado masacrado por la indiferencia de un dios que se mató hace tanto.
*
La verdadera espiritualidad no tiene que ver con libros, religiones, sectas, doctrinas, sermones, pastores, gurúes, filosofías ni nada parecido. La verdadera espiritualidad tiene tan solo que ver con todo aquello que nos destruye desde los más interno de nuestro ser y nos obliga a cuestionar quiénes somos en realidad y por qué estamos aquí, si es que tal cosa existe. En última instancia, quizás el máximo axioma espiritual sea solo uno: vive pese a todo, muere pese a todo. Quien logra apreciar la sutil navaja de doble filo en el margen donde el bien y el mal dejan de diferenciarse, pueda quizás asimismo reconocerse desde un panorama mucho más amplio y etéreo. El misticismo está implícito en donde menos lo pensaríamos y se esfuma cuando menos lo imaginamos; pero el silencio nos anonada muy pronto. Bailar con uno mismo y sonreír ante la peor de las desgracias puede ser una metáfora de estrellas danzantes y risueñas susurrando melancólicos sermones de purificadora irrealidad. ¡Cuánto nos atormentamos durante nuestra triste existencia, pero nunca nos preguntamos si algo en nuestros sueños podría rescatarnos de lo peor! Es fácil ir a un sitio y escuchar palabras bonitas de salvación proferidas por un supuesto sabio o guía espiritual; descubrir la magia que nace y muere en nuestro interior, resulta acaso mucho más intrincado de lo que cualquiera podría enseñarnos.
*
Si estoy solo no es porque nadie quiera estar conmigo, es porque yo no quiero estar con nadie. ¿Por qué querer relacionarse con los humanos? ¿Qué podría obtener de ellos, de sus triviales conversaciones y funestas presencias? Son tanto ingenuos y expertos en aquel arte llamado autoengaño. Sus lúgubres obras carecen de todo sentido y claman por la destrucción imperecedera, por el éxtasis demoniaco en el que se desfragmentan las almas atormentadas. Lo único en lo que esos monos pueden enfocarse es en lo más irrelevante: en sexo, dinero o efímero poder. Sus vidas son tan míseras y trágicas; son un error que refulge por su desesperanza atroz. ¿No sería mejor lanzarlos a todos a las catacumbas de la nada? ¿No sería mejor silenciarlos a todos mediante el inmarcesible réquiem del vacío? ¿Para qué existen? ¿Cuál es su sendero? Nunca serán libres, nunca podrán ver más allá de su limitada perspectiva contaminada por el absurdo perenne. Están, de cualquier modo, destinados a desaparecer; ¿por qué no adelantar su inevitable apocalipsis de muerte y locura sempiterna?
*
Ya no hay un solo día que pase sin que piense en desaparecer de este mundo, sin que fantaseé con el encanto suicida, sin que me asqueé tremendamente de las personas y los lugares o sin que deteste la maldita rutina en la que estoy terriblemente atrapado. Y, en fin, ya no hay un solo día sin que piense que todo esto; es decir, mi vida entera, ha sido solo un trágico y ridículo error. Hablar con otros ya no me interesa, acaso nunca lo hizo. Al menos antes, creo, toleraba un poco más a toda esa caterva de idiotas dominados por sus impulsos y encantados con su intrascendencia. ¡Ahora solo quisiera masacrarlos y torturar sus almas en la montaña de la condenación sibilina! Mi mente está en alguna parte que no tiene nada que ver con esta forma material que me contiene, que me arrastra a la lóbrega insipidez de una existencia abyecta y vomitiva como esta. Pero no hay punto en el cual pueda colocarme y sentir que las cosas puedan mejorar o hasta llegar a estar bien; ¡santo cielo! Aunque, a veces, algunos extraños mensajes provenientes de quién sabe donde intentan apaciguarme y me indican que debo ser paciente y completar esta fase en esta dimensión anómala y contradictoria. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo confiar? ¿Por qué tantas dudas atormentan mi nostálgico espíritu, tan sediento de un ápice de algo que no tenga que ver con las nefandas cosas o personas de este mundo horripilantemente execrable?
*
Me gustaba estar solo la mayor parte del tiempo, puesto que la funesta compañía de la inmensa mayoría de las personas me parecía una absoluta desgracia; más aún, una tortura incomparable. En la soledad más recalcitrante, empero, siempre me sentía reconfortado y mi melancólico corazón se consolaba en el aislamiento y el silencio de más divina naturaleza. En sus reinos sublimes me inspiro e incremento mis fuerzas para algún día poder acabar conmigo mismo y escapar de este vomitivo pantano de cómicas marionetas. Debo primamente purificar mi cuerpo, mente y alma de todo lo que me ha sido ridículamente implantado para mantenerme dormido y volverme un prisionero más de la ominosa pseudorealidad. Puede que el proceso tome de mí más de lo esperado y que hasta termine asesinándome en todo sentido; mas esto, claramente, resulta preferible antes que seguir existiendo tan patéticamente como todos ellos. Si piensan que estoy loco o que merezco ser evaporado en la nebulosa forma del ocaso eterno, que así sea. A estas alturas, prefiero la muerte en lugar de la vida; prefiero odiar a mis semejantes que amarlos. Y prefiero, sobre todo, mantenerme fiel a la voz que surge de ese pequeño rincón oculto en mi interior que arrodillarme ante una imagen de un hombre clavado en una cruz o cualquier otro símbolo de quimeras matizadas y endulzadas con el único propósito de terminar de aniquilar la escasa consciencia en las estúpidas y tenebrosas masas de títeres carnales. Los verdaderos monstruos siempre habitarán en nuestro interior, así como la sempiterna paradoja de opuestos; dependerá exclusivamente de nosotros arrojarnos al abismo o volar hacia el sol perfecto.
*
De todas las malas decisiones que tomé en mi vida, hoy sé que la peor, por mucho, fue la de no haberme suicidado cuando era todavía joven e ingenuo; pues ahora, con el absurdo paso de los años, la angustia, la desesperación y la incertidumbre ya no me permiten recurrir a tan sublime acto y me veo, como un preso, forzado a pasar los días que me quedan atrapado en las infames fauces de una existencia que siempre he detestado con todo mi ser. No podría pensar de otra manera, porque, en efecto, el sufrimiento es el estado más prolongado y real que he conocido al respirar y tener que soportar las infinitas patrañas de esta humana y absurda realidad. Ya suficiente he tolerado hasta ahora; suficientes mentiras, ofensas y tonterías propaladas ridículamente por la triste y repugnante humanidad. Merecen ser exterminados de la manera más cruel y sanguinaria, sin conmiseración ni consuelo. Seres tan inferiores como ellos solo pueden inspirar náusea y malestar; tales son los emblemas que sobresalen en cada uno de sus supuestos monumentos y grandes obras. Meras trivialidades, ensueños de debilidad y desesperación ante la desaparición de su mundana naturaleza. Es evidente que no han aprendido nada, al menos no más allá de destruir su planeta y extinguir al resto de especies. A este ritmo, no quedará rastro alguno de las pocas cosas y criaturas bellas; solo lo humano, lamentablemente, prevalecerá y lo enfermará todo a su paso. Si se quiere impedir la devastación absoluta, imprescindiblemente se debe evaporar al mono y todos sus delirios de efímera y atroz fragancia.
***
El Réquiem del Vacío