Entre más tiempo vivía, mayor era el asco que experimentaba hacia la odiosa humanidad; en especial hacia la mía. Solamente el amor y la poesía podían brindarme un alivio temporal, pues bien sabía que la agonía ya jamás se iría y que estaría conmigo hasta el último de mis patéticos días.
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La razón para la inexpugnable infidelidad de sentimientos yace en la naturaleza de los pensamientos y en la sinceridad de los corazones en tormento. La realidad misma, con su anómalo flujo, impide cualquier tipo de vínculo sincero, y el ser, con su execrable esencia, estará por siempre condenado a destruir todo aquello que cree amar.
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La máxima que debe entenderse en todas sus metamorfosis emocionales es la siguiente: ningún ser, por puro y acendrado que se crea, puede proclamar la fidelidad absoluta; esto es, la fidelidad de cuerpo, mente y la unión de estos, o sea, el espíritu. Es una necedad aferrarse a aquello que jamás estará a nuestro alcance y de cuyas garras somos viles prisioneros.
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La infidelidad, como tantas otras cosas que se niegan por conveniencia social y por adaptación a las absurdas normas de la civilización, forma parte inmanente de las personas y su esencia más intrínseca. Querer negar esto sería negar aquello que nos conforma como especie y que nos define como entes que piensan y sienten.
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Hoy descubrí cuán engañado estaba, pues, aunque te amaba, tampoco podía mantener límpidos mis deseos de ajenos cuerpos. Es más, en ellos encontraba algo que en ti jamás podría: un éxtasis sexual y suicida que me hacía sentir vivo por unos míseros instantes.
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Podría estar con alguien más de la manera que fuese, en el lugar más emotivo y placentero, en el universo donde no recordase tus tiernos besos, pero jamás podría enamorarme de nuevo… Jamás podría volver a mirar a nadie como a ti, pues tu fuiste, eres y serás a quien yo amaré en lo más profundo de mi corazón hasta que la muerte de él se apodere.
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Obsesión Homicida