Nos costó un poco identificar a nuestro compañeros. Los estuvimos buscando durante algunos minutos, pero la aglomeración de tantas personas y la oscuridad, pese a las luces de neón, nos dificultaban el proceso. Denis me tomaba de la mano y yo veía cómo casi todos y todas la deseaban. Incluso, una mujer se atrevió a darle un buen beso en la boca, a lo cual ella no opuso la menor resistencia. Creo que eso me excitó y pensé que había tomado una buena decisión al haber venido a Ilusiones Ataviadas y no haberme ido a aburrirme en casa de mis padres o a tirarme en mi cama. Al fin, hallamos a nuestros compañeros de fiesta, quienes estaban ubicados en un rincón, muy cerca de los sanitarios, donde, por suerte, habían conseguido hacerse con una mesa y un buen espacio para que todos pudiésemos beber a gusto. Claro que, conforme avanzase la noche, los cuerpos estaban destinados a unirse, tanto como las bocas.
–Hola –dijo Ishak, sosteniendo una cerveza en la mano–. ¿Por qué tardaron tanto? Se me hace que se fueron a hacer otras cosas.
–Llevamos casi una hora esperándolos, ya hasta tuvimos que empezar a beber sin ustedes –comentó Jaszki.
–Sí, es lo que veo –respondí un tanto molesto–. Pero ahora nos uniremos a la fiesta.
–Desde luego, porque el día de hoy quiero beber como nunca –afirmó Denis mientras tomaba una cerveza y se la bebía como agua.
–¡Denis, alto! –intervino Ishak– ¡Tómatelo con más calma! Si bebes de esa manera, no llegarás ni siquiera a la media noche.
–¿Crees que me importa? ¡Me importa un demonio lo que pase hoy! Solo quiero olvidarme de todo: de mi vida, mi matrimonio fracasado, mi estúpido esposo y mis deplorables hijos.
–Bueno, por eso dicen que, entre peor va tu vida, mejor sabe la cerveza –expresó Jaszki mientras brindaba con Denis.
Así, yo también tomé una cerveza y creí oportuno beber rápidamente al principio. De ese modo, me emborracharía rápido y entraría en ambiente más fácilmente. Claro que, en cierto punto, debía reducir el ritmo o incluso dejar de beber. Llegaron los otros tres compañeros de la oficina que habían decidido pasarla bien esa noche. Habían ido por más cerveza y lucían animados. Se trataba de dos chicos y otra chica, naturalmente que yo no les hablaba gran cosa, pero pensé que eso no importaba. El tiempo se pasó volando, estuvimos bebiendo con gran ahínco y de manera poco sensata. Las cervezas se terminaban muy rápido y nuestras cabezas comenzaban a resentir el efecto. Sin embargo, yo no me sentía animado. Algo extraño pasaba esa noche, especialmente dentro de mí. Era como si una profunda y recalcitrante tristeza me invadiese y se apoderase de mi ser. No, no tanto tristeza o, no lo sé, pero era también melancolía, nostalgia, ira y asco. Sí, sentía repugnancia de mí mismo más que del lugar y las personas. Pensé que eso estaba bien, que siempre era esa la razón de mi miseria: jamás había logrado ser feliz conmigo mismo. Y es que, aunque el mundo fuese a mi medida, creo que ni así podría sentirme completamente satisfecho. Había algo más, algo que no me dejaba en paz. Era como una imperante necesidad de odiarme, de aborrecerme en todos los aspectos.
Quince minutos antes de la media noche los tres compañeros que casi no conocía anunciaron que se retiraban. La verdad es que no presté demasiada atención a la plática que se desarrolló durante todo ese tiempo. Era imposible bailar dada la cantidad tan desmesurada de personas que se había conjuntado dentro del antro, así que lo único que quedaba era charlar, beber y pegar los cuerpos y las bocas. Pero, hasta el momento, yo solo había bebido sin interesarme en la conversación tan banal que se desarrollaba. Pensé que el simple hecho de entrar en Ilusiones Ataviadas ya era algo de por sí absurdo. Creo que me estaba ocurriendo exactamente lo contrario que siempre, pues, en vez de animarme con cada cerveza, me deprimía más y más, hundiéndome en un abismo casi sin fin.
En cierto modo, agradecí que aquellos tres se retiraran. Solamente platicaron de las cosas materiales que querían comprarse: celulares, casas, automóviles, etc. Y también discutieron acerca de su “brillante” futuro, el cual básicamente consistía en casarse, formar una familia, viajar y así por el estilo. Digamos que anhelaban las mismas cosas que todo el mundo, solo sabían luchar por lo irrelevante. Incluso entre la gente perdida y entregada al vicio hay diferencias abismales. Supuse que era normal, pues eran humanos después de todo. También los tres que se quedaron conmigo pertenecían a esa clase de personas con aspiraciones superfluas.
Luego de que se retiraran aquellos tres para alcanzar a regresarse en el metro, la situación se tornó un tanto extravagante. Unas chicas comenzaron a platicar con Denis y, al poco rato, la vimos trepada en la plataforma, pegando su trasero a un rubio de ojos azules de muy buen ver y besándose con una pareja de chicas. La contemplé con cierto desinterés, pero pensé que más tarde podría tener mi oportunidad. La verdad es que me hallaba tan extraño que ni siquiera sentía deseos de fornicar como tal. Si se lo metía era solamente porque sí, porque debía hacerlo y ya, casi por instinto.
–Oye, Lehnik. ¿Qué te pasa? No parece que te la estés pasando muy bien, ¿te sientes mal? –dijo Ishak–. ¿Acaso estás celoso porque Denis anda haciendo de las suyas?
–Ella siempre es así. Nosotros ya nos acostumbramos a que, en cada salida, haga lo mismo. Creo que odia a su esposo y también a sus hijos –dijo Jaszki.
–Bueno, eso es normal… Y no, no estoy celoso, para nada. Me es indiferente en absoluto.
–Eso dices, pero ¿apoco no le quisieras dar? –cuestionó Ishak en tono pícaro.
–Supongo que sí.
–¿Cómo? ¿No te gustaría tener a alguien así para ti? –cuestionó un tanto ensimismado Ishak.
–No creo. Digo, una noche o varias no estarían mal, pero tener algo más me sería imposible.
–Pero ¿por qué? Yo digo que se verían bien. ¿Qué tal si ella te lo propone? ¿Acaso no crees que dejaría a su familia por ti?
–No sé, Jaszki, pero no lo valdría. A mí no me importa ya nada realmente, no espero nada de esta existencia. Si ahora estoy aquí, bebiendo y en la perdición, es solamente porque me siento aburrido de vivir. Sinceramente, lo único que espero ya es el suicidio.
–Bueno, ¡je, je! En ese caso, no podemos hacer nada –concluyó Ishak.
–Pero ¿desde cuándo te vino esa idea del suicidio? ¿No será más bien como un capricho? Debe haber alguna razón más profunda –comentó Jaszki.
–No sé, creo que ha sido una combinación de muchos factores. Y también un análisis del mundo, la realidad, la humanidad y la existencia. Pero, lo que sé y siento es que vivir no significa nada. De hecho, vivir o morir es lo mismo. Solo quiero desaparecer, desearía tanto jamás haber existido.
–Ya veo, Lehnik. ¿No crees que todos tenemos un propósito en la vida?
–No creo, Ishak. Criaturas tan miserables como los humanos, infestados de estupidez y sinsentido, no podrían tener fin alguno. A lo más, seríamos un experimento de proporciones desconocidas. Aunque, no sé, todo es extraño. No comprendo por qué un mundo así tiene que existir, en fin. Es un error aferrarse a la vida, es el acto de un vil necio que jamás ha reflexionado nada.
–Entiendo, ¡je, je! Suena a algo que está fuera de nuestro alcance. Entonces ¿nunca has sido feliz? –preguntó Jaszki.
–Tal vez, pero fue hace ya algún tiempo. Realmente feliz por completo no creo, pero a veces pasaban cosas que me hacían sentir como si vivir valiera la pena.
–¿Cómo qué cosas? –inquirió Ishak.
–Enamorarse…
–¿Tú crees? Pues una vez yo también lo estuve, supongo. Pero se termina, y todo queda peor –afirmó Ishak.
–Sí, así es. Pero mientras dura es bueno, luego se va y todo se derrumba. Todo se desvanece entre las lágrimas de los poemas obsequiados.
–¿Te refieres a Melisa? –cuestionó Jaszki.
–Sí, pero ella ya fue.
–Se suicidó, ¿no?
–Así es, ¡je, je! Creo que fue lo mejor, después de todo.
Yo les había contado de Melisa, aunque solo lo más superficial. Ellos jamás podrían entenderlo, tal vez porque yo tampoco. Solo sabían que mi relación con ella había pasado de ser lo más hermoso a ser una devastadora tragedia. Y que, luego, ella se había quitado la vida, supuestamente por mi culpa. Algo que no podía olvidar era esa carta que me había llegado aquel día, la que anunciaba el suicidio de Melisa. No sé por qué, pero creo que eso consolidó mi indiferencia absoluta en la existencia. Pensaba que no tenía nada de malo que Melisa se hubiese matado. No, para nada era malo. Por el contrario, era algo deseable y bonito. Se había atrevido a cruzar la puerta, y, aunque tal vez lo hubiese hecho por algo tan estúpido como el amor, aun así, creo que tuvo cierto mérito. Además, Melisa no era una mujer tan tonta como el resto de las personas, con ella podía platicar abiertamente y ella entendía cosas que nadie más. Sabía, por ejemplo, que la existencia no tenía ningún sentido, y que aferrarse a la vida era una necedad. Sabía, también, de la amplia gama de conspiraciones y manipulaciones que la élite ejercía sobre la población. Y así, Melisa siempre entendió lo que no podía decirle ni hablar con nadie más. Por eso, particularmente, creo que la quise. Sin embargo, me alegré tanto de su muerte que ni siquiera tuve tiempo para pensar en ella tanto como ahora.
–Pero ahora que el amor de tu vida está muerto, ¿no sería adecuado intentar algo con otras personas? –comentó Jaszki.
–Sí, desde luego. Pero nada serio, todo informal.
–¡Ah, bien! Comprendo, quieres eso. ¡Ja, ja!
–Jaszki, ves ahora por qué me agrada Lehnik. Compartimos ciertos puntos en nuestra historia de desamor. Yo también pasé algo similar, pero ya les conté una vez y ahora solo quiero divertirme. No estamos aquí para hablar de cosas muertas o tristes, sino para alegrarnos. Miren a Denis, ¡con qué ánimos le pone los cuernos a su esposo!
–¡Je, je! Tan bonita y tan… ¡tan puta! ¡Vaya mujercita! –exclamó Jaszki.
–¡Esas son las buenas! ¿Apoco no, Lehnik? A mí me gustan así: casadas y putas, de las que les gusta sin condón y que te dejan venirte adentro sin importar nada.
–¡Por supuesto! –declaré con gran voluntad–. Así es más fácil todo, amigos.
Luego de esta conversación un tanto fuera de lugar, mis compañeros tomaron la decisión de unirse a Denis en la plataforma y ver qué podían sacar de aquella caterva de cuerpos embarrándose unos en otros. Yo, por mi parte, también quería hacer lo mismo, pero algo pasaba. Sabía que algo no estaba bien, pero también tenía la corazonada de que no podía hacer nada para cambiar los sucesos que estaban por venir. Me dolía la cabeza nuevamente y, pese al alto volumen de la música, me parecía percibir, aunque muy a lo lejos, la maldita melodía del sueño árabe que tanto me trastornaba. Por lo tanto, opté por dejar que mis tres acompañantes se divirtieran un poco sin mí, y salí a fumar un cigarrillo. Quizás aquello me relajaría y, al entrar, podría unirme a ellos con todo el gusto del mundo.
Así, me encontré afuera en pocos minutos, aunque batallé para salir. Y, algo que no me gustó, pero que no supe bien si era real o no, fue que, en las sombras, en un rincón de Ilusiones Ataviadas, creí divisar a un encapuchado misterioso muy parecido a los sujetos que tan extrañamente se habían aparecido en el interrogatorio del hospital, levitando en el parque y en el supuesto suicidio que recientemente había presenciado. Comencé a pensar que mi problema debía ser grave, o que, probablemente, alguien o algo me perseguía. Pero ¿qué podría ser? Mi vida era absolutamente insignificante como para que alguien se preocupase por mí. Entonces todo sí que debía ser solo producto de mi imaginación. No le presté demasiada atención, pues, cuando me tallé los ojos y volví a mirar, el sujeto ya no estaba. En su lugar vi una pintura, y grande fue mi sorpresa al ver que se parecía bastante a la del colibrí violeta en el departamento de Selen Blue. Pero, dada la gran cantidad de personas, me era imposible corroborarlo, así que sencillamente me fue indiferente.
Una vez dentro de nuevo me sentí mareado. Estaba peor que antes, ¡vaya idea la de haber salido! Me sentía también perseguido por no sé qué cosa. Creo que estaba alucinando, pues, de pronto, sentía como si algo me rozase el rostro. Era como una especie de tentáculo que me alteraba por completo, que alteraba lo más parecido a un destino que yo pudiese concebir. Intenté hallar a Ishak y a Jaszki, pero fue en vano. Solamente el diablo podría saber dónde estaban entre tanta gente. Como me andaba del baño, decidí que primero debía hacer mis necesidades y que luego, con más calma, buscaría a los chicos. En caso de no encontrar a nadie, me saldría y me regresaría solo en un taxi. Así, avancé hacia los sanitarios sin que nada extraño ocurriera. Una vez dentro, todo fue normal, aunque tuve que esperar un poco para hacer, pues otros esperaban también. Cuando salí y me miré en el espejo, noté una luminiscencia anómala en mis ojos. Era casi como si un color desconocido se hubiese apoderado de mi mirada, y entonces lo vi. ¡Se trataba de una criatura de proporciones megalíticas!
Creo que aquello fue el impulso necesario para que mi ya trastornada cabeza sucumbiera por completo. No pude recuperarme en los primeros segundos, pues la impresión fue bárbara. Poseía matices que jamás ningún ser podría concebir, infinitas alas de todos los estilos, millones de hilos etéreos con la habilidad de rozar seres materiales, unos ojos tan hermosos y sublimes que nada podía existir que los superase… Tan violetas como el color de aquel colibrí en transición viril. Pero, definitivamente, lo más llamativo y divino de aquella deidad eran sus miembros, pues poseía ambos y, además, podía preñarse a sí misma. No sé cómo esto último llegó a mi cabeza, pero lo supe sin jamás haberlo concebido. No obstante, algo me distrajo y tuve náuseas como nunca en mi vida. Ahora no había duda, lo sabía bien: detrás de mí, y gracias al espejo, pude ver a un ser sumamente enigmático, encapuchado, cruzando hacia una puerta que antes no estaba ahí. No titubeé ni un solo minuto, lo seguí dispuesto a todo. Y supe entonces que esa era la inmarcesible señal de que la puerta permanecía siempre abierta, como siempre lo había imaginado.
Tras haber atravesado un oscuro pasillo, llegué a una especie de cuarto de donde provenían unos ruidos muy alocados. Al examinar un poco noté que no me encontraba en otra dimensión ni nada por el estilo. No, yo estaba paranoico, todo era normal. Se trataba únicamente de la bodega donde almacenaban la bebida del antro. Seguramente esa puerta era alguna especie de entrada alterna que debía permanecer cerrada, pero que, por algún motivo desconocido, había sido accesible para mí. Había ahí bastante cerveza como para emborracharse de por vida, además de vodka, ron, whiskey y demás. Me pareció gracioso pensar en lo preocupado que estaba esa noche. Finalmente, sí lo había alucinado todo; nada había sido real sino solo mi propia imaginación. Además, seguía escuchando el ruido de afuera: la música, el griterío, el baile, etc. Eso me dio mayor seguridad para explorar la bodega, pues lo peor que me podría ocurrir era que me descubrieran y me echaran de ahí. No pensé ni por unos momentos en que podrían pensar que me quería robar algo, no sé por qué. Decidí seguir los gemidos que escuchaba, pues notaba cierta familiaridad en la voz. Avancé en la oscuridad hasta lo que creía era un cuarto pequeño, pero resultó ser otra puerta que conducía a los sanitarios de las bodegas.
Entré, notando que los gemidos se hacían más intensos. No había duda: se estaban cogiendo a alguien ahí. Analicé los sanitarios uno por uno hasta llegar al tercero, ahí era donde se producía todo el alboroto. Creo que estaban tan entretenidos que ni siquiera escucharon cuando abrí la puerta, la cual, por suerte, estaba bien engrasada y no chirrió. Noté que las puertas de cada sanitario tenían un pequeño filo por el cual era posible asomarse. Fui cuidadoso en no acercarme demasiado y al fin lo supe, tal y como lo sospechaba, pero de un modo un tanto más delirante: ahí dentro se encontraba Denis y estaba siendo violentamente penetrada, pero no por un hombre. Bueno, no como tal, sino por una demoniaca transexual. Y digo demoniaca porque la embestía como si fuese un animal, con furia inaudita. Lo que no supe sino hasta que cambiaron de posición es que aquella criatura, si es que era humana en su totalidad, poseía no una, sino dos inmensas miembros, mismas que penetraban el culo y la vagina de Denis respectivamente.
Además, esta chica transexual era de una belleza infinita, perfectamente moldeada para conquistarlo todo. Con unas tetas lactando misteriosamente y con sentencias en algún idioma desconocido tatuadas por todo el cuerpo. Usaba un traje de demonio que le venía a la perfección, todo en cuero rojo y combinado con unas pantimedias negras de encaje que ya estaban bastante chorreadas por las venidas de Denis. Permanecí observando hasta que aquella preciosa transexual informó que ya estaba a punto de explotar, que se iba a venir en breve de una forma como nunca lo había hecho. Vi cómo le besaba la boca a Denis con rabia, en tanto magullaba sus tetas firmes y la ahorcaba hasta casi asfixiarla. Pero era Denis misma quien pedía este trato, quería ser azotada como la vil putipuerca que era. Deseaba de aquella transexual lo que jamás ningún hombre le había podido ofrecer, mucho menos su esposo. Entonces terminó la fenomenal cogida mientras yo observaba todo.
–¡No te vayas a quitar, te lo suplico! –imploró Denis a la demoniaca transexual aferrándose a ella y mordiéndole las tetas hasta hacerla sangrar.
–No, claro que no. Te los voy a echar adentro de tu culo y de tu vagina al mismo tiempo –replicó la transexual, llena de furor y delirio.
–¡Qué rico! No sabes cuánto había deseado esto toda mi vida. ¿Qué esperas? ¡Córrete ya y derrama tu leche caliente en mi interior! ¡Quiero sentir cómo me preñas y cómo tu semen se bate con la mierda que estoy conteniendo en mi culo!
–¡Ahí va, perra de mierda! ¡El momento ha llegado, maldita putipuerca! –vociferó como si verdaderamente estuviese poseía la transexual de las dos miembros inmensas.
–¡Sí, dame con todo! ¡Ya lo quiero adentro! ¡Llévame al infierno! ¡Soy tuya, soy tu puta por siempre!
Entonces, al asomarme nuevamente, noté que no se trataba de Denis, sino que su rostro se había convertido en el de alguien más, alguien que yo conocía. ¡Era, nada más y nada menos, que Akriza!
Escuché entonces unos gemidos infernales que rompían toda lógica. Creo que tanto la transexual como Akriza habían alcanzado el orgasmo al mismo tiempo, ambas se habían venido exquisitamente. ¿Quién lo pensaría? Jamás hubiese imaginado que el máximo deseo sexual de Akriza era ser cogida por una transexual demoniaca de doble miembro. En fin, supongo que estuvo bien por ellas. Las fuertes arremetidas cesaron, los gritos se callaron y hasta pude escuchar cómo chorreaba el esperma que brotaba del culo y la vagina de aquella zorra a la que había deseado. No pude evitarlo y sufrí una severa erección, mi pene parecía casi de piedra y no había nada que pudiera hacer para aquietarlo. Algo en mi interior ardía en deseos de entrar y hacer cualquier cosa para saciar mis instintos, pero me contuve un poco. Pensé que lo mejor sería esperar a que la transexual se retirase, y entonces sería mi oportunidad para… El tiempo, pese a todo, me parecía aún congelado.
Si bien es cierto que escuchaba la potente música que provenía del centro del antro y todo el griterío producto del alcohol y la locura de la fiesta, no dejaba de pensar en que algo sospechoso acontecería. Por fin, la puerta se abrió y ante mí tuve a la transexual. Era alta, un poco más que yo, y poseía una cuerpo más que envidiable. No obstante, hubo algo en ella que me pareció repelente, pues era como si… ¡No sé cómo explicarme bien, pero era como si se tratase de un disfraz! Sí, era como si aquel rostro y cuerpo no fuesen sino un traje, uno perfectamente adaptado a la realidad humana y provisto con todos los atractivos posibles. Me miró con sus perversos ojos negros cubiertos de un idílico color carmín y exclamó:
–Ahora puedes entrar y conocerte. Ya el tiempo no importa, pues todas las expresiones han sucumbido ante las señales. La vida y la muerte realmente nunca pudieron pertenecerte.
Luego de tan inquietantes palabras se acercó a mí y me apretó muy fuertemente el miembro, tanto que casi sentí como si me lo fuese a arrancar. Pero se detuvo y me lamió los labios sin besarme, solo rozándolos con la punta de su lengua, la cual era como la de una víbora. Sus ojos se encontraron con los míos y, por primera vez en toda mi existencia, pude experimentar la enardecedora y rimbombante sensación de estar desprotegido ante algo superior.
Sí, era como si aquella transexual de dos miembros enormes escondiese alguna criatura en su interior, pues estoy seguro de que vislumbró en mí lo que nadie más había podido. Se introdujo hasta lo más profundo de mi ser, indagó en los recovecos más retorcidos y oscuros de mi mente. Casi podría decir que acarició sutil y misteriosamente mi espíritu, si es que aún poseía uno. No estoy seguro de lo que me hizo, solo sé que aquello fue lo menos humano que me pudo haber pasado en la sucesión de eventos anómalos y oníricos que habían moldeado mi percepción de la realidad. Me mostraba tan inerme, y a la vez era bueno saber que uno podía siempre conocerse mejor desde la perspectiva más asquerosa, y siempre desviándose del camino planteado por dios.
–Eres un muerto que tiene la suerte de no observarse, pero, aun así, mereces el amor de tu alma –expresó amablemente, casi sin mover sus labios para hablar–. Yo, por encima de todo, ¡te amo!
Y me mordió el cuello, pero tan salvajemente que hasta arrancó un gran pedazo de carne. No sé por qué, pero no sentí ningún deseo de defenderme ante su atroz acto. Solo podía experimentar nuevamente una mescolanza infinita de emociones y pensamientos que trastornaban mi ser. Finalmente, con mi sangre y mi carne en su boca, me besó y me hizo tragar todo lo que me había arrancado. Sin siquiera notarlo, caí en cuenta de que cada una de mis manos había masturbado uno de sus penes, y ahora se encontraban todas batidas de esperma, pero de uno muy extraño, pues su color era una mezcla tan preciosa como rara. Lo más parecido que se me ocurrió fue el arcoíris, pero con tonalidades que nunca en mi vida había atisbado. Ella colocó mis manos batidas en su cara y se las frotó en todo el rostro hasta formar una especie de mascarilla.
Y fue en ese preciso momento cuando aconteció lo más loco de aquel asunto: me besó otra vez, pero ahora del modo más romántico y bonito posible. Yo cerré los ojos porque aquello me hacía sentir muy bien, tanto como nunca en mi miserable existencia… Era como si estuviese besando a algo superior, a una entidad no humana… Era la sensación más espiritual, divina y sublime de todas… Y, cuando quise abrir los ojos para contemplarla, porque sentía que si lo hacía vería su verdadero rostro, me quedé absolutamente pasmado al descubrir que ¡me estaba besando a mí mismo! ¡Sí, eso era yo! ¡Podía observarme y sentirme desde un punto que no era el que había elegido y sobre el cual se había tambaleado tantas veces mi existencia ante la desastrosa poesía del azar! No había duda alguna: aquel rostro que tan cálidamente besaba y que me hacía sentir menos humano por primera vez, tan enigmático y, a la vez tan incongruente con la verdad, ¡se había tornado en el mío!
***
El Extraño Mental