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El Inefable Grito del Suicidio XVI

Entonces pasó que, un viernes por la tarde, día predilecto de fiestas y borracheras, decidí quedarme para visitar al profesor G. Llamé en repetidas ocasiones a su cubículo, pero no hubo respuesta. Esperé una media hora, y cuando otro de los profesores me indicó que el profesor G se había retirado temprano por una junta que tenía pendiente en la subdirección, me sentí triste y desolado. Resignado a no poder entablar plática, bajé y me tiré en el pasto, entregándome a reflexiones fútiles. Pasé así unos momentos hasta que se acercó a mí el que todo lo podía. Se trataba del jovencito misterioso, distinto y refinado, el que se había llevado todos los honores, el nuevo estudiante. Por primera vez pude observarlo, no sé cómo ni por qué, de una forma radiante y magnánima.

Lo había visto por última vez hacía una semana y luego había desaparecido, cosa que no me importó. Ahora lucía todavía más brillante, con esos ojos azules en forma de flor de loto que expresaban todos los elementos en uno, aunque me parecían tan fríos en su interior como el hielo. Tenía facciones tan bien marcadas que parecía enviado por los mismos dioses, sus cabellos eran negros y ligeramente rizados, perfectamente acomodados. Su nariz puntiaguda, sus pómulos bien resaltados, su frente imponente, su barbilla partida. Era lampiño y delgado, pero desplegaba una fuerza descomunal de no sé dónde. Entonces, aquel humano que parecía más una deidad, al menos esa sensación ocasionaba en mí, interrumpió mis reflexiones y se dirigió a mí con su voz tan dulce como la miel:

–Hola. Te vi recostado en el pasto y pensé que estarías igual de aburrido que yo. ¿No interrumpo algo?

–Para nada interrumpes, tal como dices estaba pasando un momento de tedio infame –contesté como trastornado por la presencia que se escondía en aquel estudiante, sentía una energía divina explayándose.

–Bien, qué bueno que no te niegues a mi compañía. Dime, ¿te sientes con deseos de conversar sobre algo en particular?

–Ciertamente no. Tengo muchas cosas en la cabeza, pero creo que no lo entenderías.

–¿Así lo crees? ¿No podrías estar equivocado?

–Bueno, tal vez lo esté. Dime ¿quién eres tú? ¿Por qué eres tan misterioso? Y ¿por qué en tu mirada parece reposar el infinito?

–Para conocerme tendrás mucho tiempo. Lo poco que puedo decirte ahora es que ya estás muy cerca de regresar al origen.

–Tus palabras son enigmáticas, tanto como tu personalidad –respondí dubitativo–. No entiendo de qué querrías hablar conmigo, soy un ser miserable.

–¿Acaso eso importa? ¿No te das cuenta de que llevas en la marca de la dualidad, el poder de desgarrar el mundo? Lo malo es que te aferras demasiado a tu humanidad.

–Eso no importa, ahora ya nada queda de lo que fui. Alguna vez pensé mucho y terminé de este modo.

–Tu camino se ha consagrado hacia la insensatez, pero tu mente consolida imágenes para guiarte. ¡Tú sabes la verdad del mundo!

–¿La verdad? ¿Qué verdad es esa? –inquirí con viva curiosidad.

–Sabes muchas cosas, pero al mismo tiempo las has olvidado. La verdad del mundo es que no existe verdad absoluta. No hay ninguna razón para ser, nada está justificado. La existencia es solo una ilusión, y la vida humana un engaño.

–Es una posibilidad… Sin embargo, el mundo debe tener algún sentido, ¿no crees? Además, en todo caso, eso no importa, pues aquí en la sociedad tenemos que trabajar, estudiar y… vivir. Por otra parte, tenemos cosas para entretenernos: alcohol, drogas y sexo.

–Y todo eso es el símbolo del humano, tan odioso y banal, solo un mero animal cuya vida está consagrada a la absurdidad de sus formas y pensamientos.

–Eso ya lo sé, pero ¿no hay acaso algo que te atraiga de este mundo? –pregunté al tiempo que mis ojos me engañaban, pues creía ver su piel de un azul como el cielo.

–Sería imposible para mí hablarte si lo que dices fuese verdad. Tú desconoces el origen, pero experimentas la vida y te mantienes dormitando en sus engaños, que han cautivado el espíritu que todavía posees. Nada en este mundo material y sin sentido podría interesarme.

–Entonces ¿por qué existimos si nada de lo que hacemos tiene sentido?

–Los humanos mismos se han encargado de hacer su existencia tan absurda.

–¿Nosotros somos culpables de todo? Pero ¿cómo podría ser eso?

–Tú ya lo sabes. Los humanos han alimentado algo llamado la pseudorealidad.

–¿La pseudorealidad? ¿Qué demonios significa eso?

–Es natural que no hayas escuchado de ello. Es un sinónimo de lo que se conoce como matrix o sistema. Es lo que se encarga de matizar las ilusiones que percibes como la realidad, el mundo material que te rodea y todo lo que crees que existe.

–¿Lo que creo que existe? ¿Estás diciendo que aquello que perciben mis ojos es solo una ilusión?

–Así es, se trata de la pseudorealidad. El concepto está implícito en todo, es un agente tácito de lo que conoces como vida. Desde tu nacimiento se te implanta la pseudorealidad, es necesario que así sea, o, de otro modo, tu estancia en el mundo sería un infierno. Pseudorealidad son todas las sensaciones placenteras que experimentas en la vida mundana, son los sentimientos que te mantienen atado a las personas, es la dualidad: amor y odio, felicidad y tristeza, placer y dolor, pasión y apatía, engaño y verdad. Pseudorealidad es la responsable de que puedas sentir un deleite al saborear la comida, de que percibas un aroma, de que escuches un sonido, de que observes con esos ojos de humano tan terrenales. Pseudorealidad es que las personas tengan cultos y religiones, que adoren y se arrodillen ante seres que nunca existieron. Pseudorealidad es que las personas anhelen cosas materiales, que peleen constantemente por el poder, que anhelen dinero más que a cualquier cosa, que haya guerras sin fin, que se inventen armas de destrucción. Pseudorealidad es que las personas nazcan, crezcan, trabajen hasta sus muertes, se reproduzcan sin control, se entretengan con bagatelas y que crean que sus vidas tienen un gran sentido. Pseudorealidad es pasarse las tardes jugando o realizando labores en una oficina, es necesitar alimentos para sobrevivir y sueño para recuperarse, es estudiar ciencias y practicar deportes. Pseudorealidad es querer casarse, formar una familia y perpetuar una raza tan miserable como la humana.  Pseudorealidad es necesitar medicina para curarse, necesitar respirar para vivir. Es todo lo que te rodea, en lo que has creído y con lo que has crecido. Es lo que siempre ha estado ahí, como una sombra en tu interior, sin que lo percibas, pero que forma parte de ti, tanto como tu mente, tan adherida a ti que su compañía te ha resultado imposible de atisbar.

–Entonces ¿toda la vida es pseudorealidad? ¿Absolutamente todo está definido en ella?

–Parece difícil de creer, ¿no? La pseudorealidad es tan necesaria para ti como el oxígeno. Te obliga a consumir, a seguir los patrones del mundo. Te impide cuestionarte y profundizar en ti.

–¿También la pseudorealidad hace que la existencia sea absurda?

–Evidentemente. La pseudorealidad interviene en tus deseos sexuales, en la atracción hacia las personas, te incita a procrear y a ser como los demás. Una vez que la pseudorealidad ha invadido cada parte de ti, no necesitarás tu alma, pues ya todo estará dictado por una entidad que todo lo controla, lo ve y lo ilumina. ¿Qué importa si existe el destino o el libre albedrío? Es indiferente una vez que logras vencerte a ti mismo.

–Pero ¿qué hacer para escapar de la pseudorealidad?

–Esa es la clave, ahí radica el desprendimiento. El primer paso es olvidar todo lo que se te ha enseñado desde que naciste, liberarte de toda creencia y concepción. Debes alejarte de las personas y olvidarte de los sentimientos. Es prácticamente imposible que un humano pueda librarse de la pseudorealidad, puesto que ni siquiera se entera en toda su vida que siempre estuvo bajo su influencia.

–Pero hay algo que todavía no comprendo: ¿quién creo la pseudorealidad?

–Podría ser cierto que la pseudorealidad siempre ha estado con el humano, desde su origen, el cual resulta ahora desconocido igualmente. Quizás incluso es quien le confirió la habilidad de subsistir en esta ilusión al humano, y quien le priva de ella también. Por desgracia, y esto es lo grave, la pseudorealidad se ha alimentado perfectamente de la forma en que actualmente las personas viven, interesadas solo por lo material, dejando en el olvido la espiritualidad. Esta forma de vida alimenta lo que creemos como cierto y tergiversa la realidad en un sinsentido.

–Prácticamente es imposible escapar de la pseudorealidad. ¿Hay alguien que lo haya logrado?

–La pseudorealidad se ha hecho tan fuerte y ha ejercido tal presión porque los humanos mismos la han alimentado con sus actos. La pseudorealidad se alimenta de los sueños de las personas, los absorbe y los modifica para crear patrones de comportamiento que automáticamente derivan en técnicas de ilusión. En el mundo moderno no existe un solo ser que pueda decirse libre de la pseudorealidad, pero a través de la historia ha habido seres que han logrado desprenderse de casi todos los elementos que les han sido programados para vivir tan a gusto en este mundo vil.

–¿Cuál es el fin de la pseudorealidad?

–La pseudorealidad se proclama como la procreadora universal. Es como una infección sin posible cura. ¿Cómo curar a quien se aferra a la enfermedad? Así pasa con los humanos, pues en vez de buscar la espiritualidad se revuelcan en el mundo del dinero y del materialismo, del entretenimiento que conlleva a la estupidización y de los placeres mundanos.

–Que las personas estemos distraídas y que no busquemos la espiritualidad ni la intelectualidad, ¿es ese el fin supremo de la pseudorealidad?

–Así es. Aunque solo tú lo percibas, aunque seas una minoría de uno, te aseguro que no estarás nunca solo. Que solo tú lo veas no significa que solo para ti sea real, sino que nadie más ha querido verlo, y, si lo han hecho, lo han ignorado. Tal es el poder de la pseudorealidad.

–Entonces he vivido en una gran mentira ¡Todo lo que he creído como mi vida, como mi realidad, no han sido sino hologramas, ilusiones como las imágenes que mi cabeza proyecta! ¿Cómo puedo distinguir la mentira de la verdad si se hallan tan mezcladas como el bien y el mal?

–Es difícil cuando se derrumban todos los principios bajo los cuáles creciste y que han guiado tu vida, pero necesario es para el humano que quiera ver más allá de lo que la mayoría logra atisbar. Cuando dejas de mirar las cosas con ojos humanos y comienzas a hacerlo con ojos espirituales traspasas la frontera entre tu humanidad y tu divinidad, llegas lo más cercanamente posible a dios.

–¿Cómo debo hacerle para ver con esos ojos del espíritu que dices?

–Los humanos han olvidado su divinidad puesto que la pseudorealidad exige un apego hacia la banalidad y sus formas. Muchos son los que ceden y gozan en la estupidez, pero tú estás enloqueciendo donde otros se han conformado, ese es el primer paso para ver con ojos distintos. Cuando comienzas a sentir que hay algo en tu interior que no puedes controlar, cuando te percatas de que existe una mínima posibilidad de que el mundo que te rodea pueda ser una quimera, cuando sabes que algo falta para que la vida no sea tan vacía y miserable, cuando ves el absurdo en que las personas viven, cuando sientes no encajar en ninguna parte y cuando nada te llena ni te satisface, entonces has comenzado a despertar. Sin embargo, esto te conllevará a grandes crisis existenciales y a un abatimiento, a una depresión y una pérdida total del deseo de vivir.

–Y ¿qué debo hacer entonces? He vivido en una mentira, eso ya me ha quedado claro. He sentido deseos de escapar de mí mismo, de huir del mundo, pero sigo encadenado más que nunca a los vicios y al mundo que rechazo. ¿Cómo es posible que pueda yo detestar y adorar a la vez esta pseudorealidad?

–Una parte de ti se aferra a aquello para lo que fue adoctrinada desde el nacimiento, pero la otra lucha por liberarse. Esa es la señal del conflicto interno que simboliza al humano partido entre la banalidad y la sublimidad. Si este conflicto persiste, entonces querrás matarte, lo querrás con todas tus fuerzas, pues sabrás que nada te podría pertenecer en este mundo tan carente de sentido donde tantos ya han sucumbido, y donde tú no podrías hallar nunca paz y regocijo. El rechazo de la realidad es una virtud que solo los locos poseen, y eso los hace peligrosos estando vivos, por eso pasa que la muerte los recoge y los eleva hasta la dimensión donde pueden existir sin anhelar nada, pues se unen con aquello que existe por sí mismo y que todo lo es y en todo está.

–¡Qué triste es la vida entonces, qué lamentable situación! ¿Por qué debemos vivir bajo la pseudorealidad? Lo que me dices es que solo la muerte puede salvar al humano que ha despertado por completo, ¿no es así?

–Los humanos mismos han pervertido su origen y han dañado la naturaleza, se han vuelto seres sin espíritu, ambiciosos y estúpidos, han abandonado la resistencia y muy fácilmente han caído en el infierno que ellos mismos han creado. La pseudorealidad es el reflejo de todo el mal karma que los humanos han esparcido y de todos los sentimientos negativos que diariamente son expresados. La muerte, debes saberlo, no puede ser ni buena ni mala, sino solo el conducto para el que ya nada desea. Es la liberación del yo unificado y expresado en el espíritu. Sin embargo, la muerte no acepta a todos por igual, pues los humanos que mueren siendo absurdos y con deseos del mundo carnal, por muy mínimos que éstos sean, estarán condenados a regresar una y otra vez, alimentarán el eterno ciclo de encarnaciones en la danza cósmica que jamás acaba.

–O sea que todos tienen la oportunidad de progresar, tarde o temprano. Entonces, este mundo, ¿qué demonios es? Y la vida ¿cómo debemos entenderla?

–Si te lo dijese, tendrías que morir ahora mismo. Cuando llegue tu hora lo sabrás. Se abrirán los ojos que fueron cerrados desde que llegaste aquí, comprenderás el sentido de esto por un muy breve momento. Yo no puedo enseñarte lo que me cuestionas, pues debe ser mostrado por la destrucción del vínculo entre la materia y el alma. El misterio será clarificado cuando hayas sufrido y ganado la batalla contra tu interior, contra ti mismo. Y así, cuando hayas resurgido de entre el fuego eterno, verás que el camino es solo tuyo, que tú te perteneces y a la vez vibras con la sublimidad misma. Esto es solo el comienzo, es una posibilidad. La pseudorealidad tampoco está lejos de la muerte, pues has visto cómo todos viven, aunque su interior esté marchito. Asimismo, nada está en la exactitud humana, la duda debe proseguir y el flujo jamás detenerse. Te pertenece algo más que esta existencia sin sentido y eso es lo más grandioso, te pertenece tu muerte, pues vives siendo un extranjero del origen. Pero debes merecer la muerte, debes ser digno de ella. De otro modo, terminarás siendo como el resto de aquellos que detestas, y volverás aquí de nuevo.

–Parece como si hubieras estado esperando todo este tiempo para comunicarme esto. Si tan solo te hubieras acercado antes, yo no estaría en estas condiciones tan lamentables.

–Quizás era necesario que me escucharas en este momento, aquí y ahora precisamente. A veces queremos controlarlo todo y lo único que obtenemos es infelicidad, nos aferramos al dinero y al materialismo, como seres que nada valen sin ello. Además, nos apegamos a las personas en demasía, pues somos tan torpes que con muy poco nos conformamos. Encima de eso, creemos que nuestra existencia es valiosa, queremos vivir y ser felices estando ataviados de ignorancia, absurdismo y vulgaridad. El ser humano, que tan asquerosamente contamina la esencia en un mundo imposible de purificar, debe destruirse a sí mismo por completo antes de fulgurar eternamente.

–Es como si todo lo que viví me hubiera traído hasta este momento, pero eso no puede ser, el destino no puede existir. Dime ¿quién eres tú más allá del traje que usas? Puedo sentir una extraña y avasallante energía vibrando indescriptiblemente en tu interior.

Después de eso cerré los ojos unos instantes, como si no esperase respuesta o ya la supiera. Me sentía muy raro, tan triste y con grandes deseos enormes de matarme. Más que nunca deseaba saber esa supuesta verdad tan difícil de dilucidar. Todo parecía contradictorio, tantas teorías e ideas, ciencias y religiones. Tantos humanos, concepciones y vidas, tantas sensaciones explotaban en mi interior y me desarmaban ante la crueldad del tiempo. Entonces, cuando abrí los ojos, me hallaba solo, absorto en mi cabeza, sentado en el pasto y dudando de lo que había escuchado. Miré el reloj y noté que no avanzaba, todo era confuso y sentía como si mi corazón se fuese a detener. Muy vagamente, sin saber si era realidad o pseudorealidad, si aquel susurro provenía del exterior o del interior, escuché una voz tan melódica como ninguna otra, muy parecida a la que me comunicase todo lo que creía haber alucinado. Dicha voz se perdía en un eco que murmuraba:

–Yo soy el dios de tu alma. Soy lo que existe por sí mismo y aquello que en todo está omnipresente –expresaba cada vez con menos fuerza la inefable melodía en forma de voz, hasta que se desvaneció por completo– ¡Yo soy el dios de tu alma! ¡Yo soy tú!

Me levanté y el cielo estaba oscuro, las estrellas parecían anunciar una tragedia sin igual, la destrucción se encumbraba en la oscuridad de la noche fría y turbulenta. Estaba mareado, todo daba vueltas a mi alrededor, las imágenes se mezclaban y me rodeaban, pero no distinguía una en concreto, sino todas en una y una en todas. Después de escuchar aquellas palabras y de saber sobre la pseudorealidad, quería en verdad matarme. Sentía gran curiosidad por desprenderme de este traje que me mantenía atado, que apresaba la bestia que tan furiosamente buscaba emerger. No podía seguir llevando una vida tan fútil, algo debía hacer. Había una corazonada que no dejaba de palpitar, que resonaba como una trompeta que anunciaba el apocalipsis de mi existencia.

Salí de la escuela. Me dirigí hacia la parada del camión y estuve a punto de cruzar cuando el semáforo estaba todavía en rojo, pero una voz, simulando una silueta, me detuvo, se trataba de Elizabeth. No, no era ella, o ¿sí? ¿Cómo identificar a alguien a quien jamás se le ha visto materializarse? No lo sabía, quizá quería que fuese ella. El hecho es que tuve una visión, pues sentía cómo mi corazón se salía de su lugar, desgarraba mi pecho e iba a colocarse entre sus manos. Ella, tenía yo la idea, en verdad era Elizabeth, la excelsa pintora de obras tan magníficas, pero estaba distinta. Sus labios ensangrentados, su piel pálida sobremanera, sus medias negras desgarradas. Además, llevaba tacones muy altos, minifalda, un pronunciado escote y sus cabellos estaban muy alborotados, sin mencionar que sus ojos estaban vacíos, sin fuego refulgente.

Su imagen contrastaba en demasía con su concepto. Como sea, mi corazón, negro y podrido, se hallaba entre sus manos, las cuales tenían por dedos unas largas garras afiladas y membranosas que lo apretaban y lo exprimían hasta hacer que de él fluyera un líquido viscoso que ella bebía y se embarraba por toda la cara. Elizabeth, la idílica artista, parecía más bien como un demonio, pero uno muy excitante y sombrío. Detrás de ella, escuetamente, podía atisbar las imágenes de sus pinturas que cobraban vida y fue así como perdí mi cordura al no poder distinguir la realidad de la ilusión, la verdad de la pseudorealidad.

Sin percatarme del semáforo mi cuerpo se movió instintivamente. Di un paso, dos, y luego un tercero y último hasta que un sonido se aproximó, y todo cuanto alcancé a vislumbrar fueron unas luces y una figura metálica que se estrellaba contra mi cuerpo. Pese a ello, creo que di otro paso más y todo terminó ahí, o eso creía. El momento colapsó con una sensación única, tan peculiar que concordaba con la bestia que de mí sentía emerger. Era como una gran fiera intentando desde hace mucho escapar y romper los barrotes de su jaula, la cual era denotada por la vida.

El golpe ni siquiera lo sentí, estaba ido, tan abstraído en mis contemplaciones de una imagen que creía relacionar con Elizabeth. No sé por qué razón avancé, por qué motivo no pude distinguir que el semáforo ya estaba en rojo y que un automóvil, cuyo conductor iba ebrio, no alcanzó a frenar a tiempo. Se estremeció mi interior, una fuera sobrenatural me atrajo de nuevo hacia este envoltorio. Aún no era digno de ella, todavía mi corazón pertenecía a las imágenes de mi cabeza y su interpretación en la pseudorealidad. ¿Cómo podría escapar cuando, en el último periodo de mi vida, había sido más humano que nunca? Perdí el conocimiento, pero sabía, por alguna razón desconocida, que mi fin no era este.

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El Inefable Grito del Suicidio


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