Aceptar que se puede amar a una persona y, aun así, fornicar con muchas otras, sería algo demasiado elevado para una criatura tan desgastada e hipócrita como el ser humano. ¡Qué náusea tan intrínseca me produce la naturaleza del mono parlante! Siempre enalteciendo lo más miserable y jactándose de su existencia como si se tratase de la creación suprema o el centro del universo. Pobre y desdichada criatura; tan limitada y fútil es su percepción. Tantas argucias revolotean en su nefanda mente y obnubilan su juicio hasta cegarlo por completo. Pienso entonces que ni la compasión más inmensa bastaría para consolarle, pues los crímenes de su trastornado ego ya le han emponzoñado sin posibilidad alguna de cambio o reflexión. La humanidad, nunca me cansaré de decirlo, es solo un tragicómico desliz; es, por así decirlo, lo que ya es, pero que si no fuera nada se perdería y todo se ganaría.
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Mientras que en la humanidad exista el más mínimo deseo por lo que menos importa, jamás podrá hablarse de una especie superior. ¿Cómo pude haberse pensado en alguna época o inclusive todavía que el ser humano es la cúspide de creación o evolución alguna? En otros tiempos, alguien también planteó, quizá demasiado ilusamente, que el hombre era algo que debía ser superado. Pues bien, a mí esto me parece pura verborrea demasiado poética y literaria. Yo planteo: el hombre ha muerto junto con todos sus dioses y ya no puede ser superado, más bien debe ser exterminado. Este mundo ya no tiene razón de ser, su esencia más pura ha sido evaporada indudablemente. Ahora es tiempo de una nueva era, tan gloriosa y sublime que ningún verso podría describirla apropiadamente; lástima que nosotros ya no perteneceremos a ella, pues nuestro exterminio resultará más que indispensable para ello.
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Tan solo deseaba destruirme a mí mismo de una manera definitiva, de un modo tan impecable y excelso a través del cual mi alma no pudiese volver a mí nunca. Deseaba huir y fundirme con la soledad más sublime para que jamás nadie volviera a molestarme. Sí, precisamente eso y no otra cosa era lo que yo más añoraba: estar solo y luego estar muerto.
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Libros, teorías y creencias hay demasiadas y han sido leídas, estudiadas y defendidas por infinidad de personas; mas realmente esto no significa nada. La suprema verdad solo se puede hallar dentro de uno mismo, no en las absurdas emanaciones que el exterior intenta incrustarnos. Jamás se podrá hallar ni una sola pizca de sabiduría en lo que otros han plasmado, ni siquiera en este libro (mucho menos en él). La única y verdadera sabiduría se halla implícita en la vida, en el día a día, en el tiempo colapsado dentro de nuestras mentes atribuladas. Y la línea entre sabiduría y locura muchas veces es tan fina y relativa que hasta podríamos llegar a pensar que no existe.
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La verdad podría ser tan simple como el hecho de existir en la inutilidad más absoluta, pero esa sería la verdad de un tonto o un humano promedio. Cuando la verdad ha sido concebida sin ningún tipo de reflexión profunda o sufrimiento existencial, no puede ser otra cosa sino todo lo contrario a lo pregonado; esto es, se torna en una mentira mucho más difícil de desprender que cualquier otra: en la vida cotidiana o en el tiempo desperdiciado. ¡Y cuán difícil resulta asimilar que no sabemos nada todavía y que esta vida tan limitada muy probablemente no será suficiente para aprender todo lo que tendríamos qué! Pensamos entonces que mejor sería o no haber nacido o ya estar muertos, pues el presente y todos sus espejismos nos apabullan con una violencia a la que simplemente no terminamos por acostumbrarnos y, ciertamente, no deberíamos de. Pero eso es la vida y no otra cosa: un continuo acto de autodestrucción orquestado por cada elemento externo al que hemos conferido poder suficiente para atormentarnos en mayor o menor medida.
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El absurdo es, por cierto, el estado en el que se hallan casi todos los humanos, puesto que han vivido tanto tiempo naufragando en sus propias invenciones que las han adoptado como verdades y, por ello, no han realizado hasta ahora ningún tipo de elucubración que trascienda lo superfluo de la pseudorealidad. En conclusión, la humanidad vive y muere engañada, sin acercarse lo más mínimo a la ínfima iluminación ni a la auténtica sublimidad. Algunos argumentan que es mejor así: vivir y morir arropado por bonitas mentiras antes que padecer la incertidumbre y el caos infernal producto de la interminable búsqueda de la verdad. Que cada uno decida qué camino tomar y cuánta sangre derramar en él; yo, ciertamente, ya solo quiero recorrer un solo camino: el de mi autodestrucción y mi posterior desvanecimiento.
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La Execrable Esencia Humana