Era evidente que las personas y su modo de vivir se habían tornado en un sinsentido. Desde que el nuevo orden había comenzado, desde que esos seres reptiles habían usurpado la dirección y habían tomado el mando estableciendo aquel dominio execrable, desde entonces la facultad no le había parecido la misma. Todo se había venido abajo, la enseñanza se limitaba a actuar como máquinas, a repetir cosas que otros habían hecho y a no cuestionarse. Pero ¿desde cuándo era así? ¿Hacía cuánto tiempo que en verdad la enseñanza era sincera? Tristemente, hoy en día a las personas solo se les enseñaba a tratar como una deidad a los poderosos y a comportarse como lo que serían, meros medios de producción. Era incluso algo que le aterraba, la idea de pensar en el trabajo le inquietaba. No deseaba para nada pasar sus días en una empresa, dedicándole la mayor parte de su tiempo a realizar estúpidas labores y obedeciendo absurdas reglas, todo para ganar un sueldo que le permitiera subsistir.
Realizar esas labores, casarse, formar una familia, viajar y adquirir bienes materiales, nada de eso estaba en sus planes. Y le atemorizaba pensar que algún día cediera y se convirtiera en uno más, en otro ser común como aquellos familiares imbéciles que se molestaron y criticaron su elección de carrera. Incluso, así debía ser todo el mundo; así era, efectivamente. ¿Qué clase de civilización era esta donde la libertad, la justicia y la belleza se habían extinguido y reemplazado con materialismo, dinero y prostitución? ¿Dónde estaban el arte, la literatura y la música? ¿Dónde estaban los humanos sublimes? No, era una tontería pensarlo así, puesto que quizá nunca había existido tal sublimidad. Lo más seguro era que, desde siempre, el humano hubiese sido una criatura repugnante, hambrienta de poder y esclava de sus impulsos sexuales y materiales.
Pero nada de eso tenía que ver con el nivel académico ni con la religión. Eso que la mayor parte de los humanos no podían ver era algo personal, algo que no se podía implantar en la mente de otro, algo que era sutil y asombroso, un despertar sin igual, un renacimiento. Y, cuando el ser se percataba de la forma insulsa en que había vivido, tenía dos opciones solamente. Una era proseguir del mismo modo, negar e ignorar todo lo que habían descubierto sobre el sistema y el control, mantenerse en la ignorancia y continuar sus vidas tranquilamente, en la inopia del conocimiento, seguir solazándose con entretenimientos mundanos, buscar solo la diversión y la fiesta, los vicios y el dinero; tristemente, era el camino de la mayoría.
La segunda opción representaba a la minoría, pues denotaba a aquellos que habían logrado liberarse del yugo del sistema, que comenzaban a pensar por sí mismos y a cuestionarse, que no aceptaban lo que otros imponían, que eran rebeldes y sublimes, que sabían de la farsa del mundo, de las grandes industrias contaminando el planeta, de las farmacéuticas envenenando gente, de los políticos y los religiosos enriqueciéndose, que buscaban despertar a sus demás hermanos. Tristemente, eran llamados locos cuando hablaban de todo eso, eran tachados como simples soñadores, como inadaptados y paranoicos. Éstos últimos eran encerrados en manicomios y rezagados a meros fanáticos de lo irreal, mientras que los cuerdos y acondicionados eran nombrados presidentes y líderes religiosos, pues eran los indicados para liderar a las ovejas, para ser los títeres que mostraban la cara ante el pueblo, para que los titiriteros no tuvieran que exponerse.
Lezhtik continuó sus elucubraciones de manera más profunda. Había personas que, sin jamás haber ido a la escuela, eran más conscientes de la realidad, lograban ver eso que era ignorado por casi todos. Y había personas con estudios, con doctorados, con títulos de universidades prestigiosas e investigaciones que se mantenían ciegos, y que, sin importar cuántas veces se manifestara ante ellos la verdad, seguían sin reflexionar. Estos eran los más peligrosos, los que poseían conocimiento y se mostraban dóciles ante los titiriteros, pues eran utilizados para construir bombas, para enfermar personas, para realizar experimentos que produjesen ganancias para los poderosos. Y había obreros que también se encontraban en tal situación, patéticamente lamían la bota que los pateaba, mientras que otros trabajadores se conformaban con un sueldo miserable y eran explotados en sus trabajos, pero, al tener ya una familia que mantener, no les quedaba remedio alguno. Absolutamente todos renunciaban a sus sueños, ese era el principio fundamental del nuevo orden. Y los pocos que lograban rebelarse, siendo obreros, gente estudiada, con o sin hijos, con o sin religión, independientemente de todos los factores sociales y culturales, esas personas eran el enemigo del monstruo que controlaba los hilos de los títeres. Pero ¿era solo uno o varios? ¿Eran reptiles o sectas? ¿Empresarios o banqueros? Nadie en absoluto lo sabría jamás.
Pensaba Lezhtik que en verdad quería cambiar las cosas, quería que los demás se percatasen de todo lo que estaba mal en el mundo. Pero ¿cómo lograr tal empresa? Parecía demasiado compleja. Además, nadie querría escuchar, y, si lo hacían, pensarían que era solo un demente, negarían todo y seguirían protegiendo lo que los esclavizaba y destruía. Recordó entonces a su padre y todas las veces que le ofreció libros y conocimiento, pero éste siempre se negaba y prefería seguir mirando el fútbol. Y, como él, así el mundo se negaría a abandonar sus vicios a cambio de un despertar. No parecía haber modo para que alguien lo escuchara y verdaderamente sus palabras penetraran en la cabeza de las personas, para que no les entraran por un oído y les salieran por el otro. Pensaba que escribir podía ser un buen mensaje, al menos algunos leerían e intentarían despertar, o esa esperanza tenía. Por ahora, debía seguir escribiendo y estudiando, pues los exámenes finales ya casi empezaban, y también tenía que arreglárselas con aquellos usurpadores reptiles, ya que debía hallar el modo de contrarrestar su dominio. La voz de su madre lo interrumpió, avisándole que la cena estaba lista.
…
En otra parte del torcido mundo, un chico conseguía algo que se creía extinto en el mundo actual. Hacía un tiempo que solamente los gobiernos podían utilizar dichos instrumentos, declarando la pena de muerte para aquel que siquiera intentase hacerse con el control de un arma. Esto resultaba curioso, pues, así, los rebaños no tendrían ninguna clase de símbolo que les inspirara a luchar. Los gobiernos habían confiscado todo tipo de artefactos que pudieran ser usados en su contra, y se había establecido como ley que solo ellos podían usarlas libremente. Pero, para un poeta rebelde, esto no representaba un impedimento.
–Entonces ¿la tienes ahora? ¿Es justo la que te pedí?
–Sí, la traigo aquí mismo. Tienes que cuidarla bien, es un ejemplar valioso y no quisiera que terminara en las manos equivocadas.
–No te preocupes, yo me aseguraré de que eso no pase. Tú solo dámela y ya –dijo Filruex, apresurado.
–Bien, aquí está. Pero primero el dinero, y, si son billetes falsos…
–¿Qué dices? ¿Falsos? ¡Cómo te atreves! –inquirió Filruex en tono agresivo y luego rio–. Son verdaderos, revísalos. Te aseguro que no hay truco en esto.
Era una tarde lluviosa y Filruex estaba empapado, al igual que su acompañante, un misterioso encapuchado. Ahora se revelaba dónde había estado Filruex todo este tiempo, había estado trabajando como un esclavo, tiempo extra y días festivos. Su objetivo era juntar el dinero suficiente para comprar un arma, así era como pensaba defenderse. Por desgracia, en la época actual, era casi imposible conseguir un arma legalmente, así que se había visto obligado a recurrir al mercado negro. Ya tenía el dinero suficiente para una pistola sencilla, pero elegante y efectiva. El trato se cerró y el arma fue intercambiada por una bolsa negra con los billetes bien ganados por el joven dipsómano.
–¡Ya está! –expresó Filruex con orgullo–. Todo este tiempo ha valido la pena, con esto acabaremos de una vez por todas con ese maldito director. Solo espero que todos se encuentren bien.
Conseguir un arma era casi un milagro, pero Filruex lo había logrado. Quién sabe cuántas jornadas tuvo que ser explotado para ello, pero ya no importaba. Le había sobrado un poco de dinero, así que pasó a un bar que encontró en la esquina contigua y pidió uno de vodka bien cargado. Hacía ya tanto tiempo desde que no disfrutaba ese sabor dulce y empalagoso que lo embriagaba y lo enloquecía. Se quedó pensando en aquel misterioso encapuchado que le vendiera el arma, no parecía normal. Por unos momentos, tuvo la impresión de que era una mujer la que trataba con él, su tono de voz y su comportamiento se lo indicaban, pero no estaba seguro. Además, cuando pudo atisbar sus ojos, sintió como si ya antes los hubiese visto antes, en algún lugar que no recordaba. Unos borrachos entraron en el bar, parecían discutir por algo. Uno de ellos se dirigió hacia Filruex.
–¡Oye, tú! El que está ahí sentado con el vodka. Te hemos visto en la universidad, sabemos que eres filósofo. ¿Puedes ayudarnos a decidir algo?
Filruex giró y percibió que los dos venían hasta las chanclas de borrachos, quizás incluso llevasen ya varios días así. Lamentaba tener que interrumpir un poema que estaba componiendo, pues se sentía realmente inspirado en su estado alcohólico. No obstante, barruntó que podría ser interesante prestar atención. Aquellas pláticas de borrachos siempre lo dejaban elucubrando más de la cuenta, pues en tal condición los humanos suelen ser mucho más interesantes de lo normal, suelen mostrarse más sinceros y emotivos, más honestos y expresivos.
–Desde luego, señores. Pueden preguntarme lo que quieran, yo responderé.
Como impulsados por las palabras del joven, los dos hombres fueron y se colocaron en su mesa, tomando una silla y aplastándose. Pidieron cada uno una cerveza de la más barata. Eran hombres maduros y barbones. Uno de ellos llevaba un bigote muy abundante y la cabellera como de cepillo, además de que sus ropas eran negras y desgastadas. El otro traía varios anillos y colgantes, parecía atesorarlos demasiado. Filruex no se explicó de dónde los había conseguido en tal estado. Finalmente, soltaron la pregunta:
–¿Tú crees que es bueno matar a la gente mala? –preguntó el del bigote abundante.
–Así no se pregunta –replicó el de los anillos–. Le estás incitando a que te dé la razón, imbécil. Lo que queremos saber es si sería bueno o no acabar con los que hacen el mal en el mundo, y también si eso nos convertiría o no en malas personas.
Filruex permaneció en silencio ante la mirada de los hombres, los cuales se habían ya desparramado y lo miraban con desesperación. Entonces la mesera interrumpió trayendo las cervezas y también otro de vodka para el poeta rebelde.
–Bien, pues no creo que alguien tenga la respuesta para eso, menos yo. De hecho, creo que solamente un dios podría contestar algo así, pero les daré mi opinión al respecto.
–¡Sí muchacho, eso queremos! Le hemos preguntado a muchas personas, pero todos nos rechazan por nuestra condición. Tú eres el primero que accede a contestar.
–¡Ya déjalo que hable, idiota! No ves que solo lo interrumpes –replicó el del bigote.
–Verán, hay todo un debate sobre ese tema: saber si el hombre es bueno o malo por naturaleza. De ahí se deriva lo que ustedes cuestionan, y no es para nada fácil. Hay posturas filosóficas que se contradicen en tales cuestiones. Personalmente, creo que el ser no es bueno ni malo por naturaleza, me inclino a creer que se viene al mundo en un estado neutral y puro. Y lo natural sería que cada uno eligiese su camino sin arrepentirse y que fuese su propia decisión ser bueno o malo, pero no es así. La realidad es que desde pequeños se nos programa para la vida que le convenga al sistema. Esto es, si es conveniente que seamos malos, lo seremos; si es lo contrario, seremos buenos. No decidimos, todo ya está planificado, todo nos es inculcado por padres y profesores. Así es como nuestras mentes se ven influenciadas por el conglomerado blasfemo de pensamientos execrables que nos rodean desde pequeños. De tal forma que ser bueno o malo es solo un resultado inherente del sistema manifestándose inextricablemente en la civilización, convirtiendo el mal y el bien en simples denominaciones y conductas supeditadas a la moral y los valores con los que se rige y que resultan ser imposiciones de personas que controlan el mundo. El bien y el mal son más que simples opuestos, están relacionados y muy íntimamente. Todo ser es bueno y malo a la vez, el punto está en el equilibrio que mantenga entre ambos opuestos, el camino medio que logre visualizar marcará el símbolo de su esencia. Lamentablemente, el bien y el mal ya solo son el resultado del moldeamiento y la muestra de una herencia vomitiva trasmitida de generación en generación a personas incapaces de cuestionarse a sí mismas, cuyo único medio para establecer juicios es lo que alguien más le ha metido en la cabeza. Defender ideas ajenas es la moda, el bien y el mal son un chiste tal como lo considera el ser moderno.
Los dos hombres se encontraban asombrados, les había costado un poco digerir todo lo que Filruex había recitado, quien ya se encontraba estimulado por los efectos del vodka. De hecho, así era como le gustaba escribir poesía, borracho y elevado siempre se sentía más creativo. Prosiguió entonces con su discurso mientras ordenaba otro de vodka. La mesera se acercó, era una gorda de cara ruda.
–¿Solo una para usted? Ustedes ¿ya no? –inquirió a los borrachos.
–Pidan lo que quieran –les dijo Filruex solemnemente–, que yo pago esta vez.
Sin pensarlo dos veces, ordenaron un ron y un tequila. Después, se acomodaron y continuaron escuchando la perorata de aquel joven rebelde y poeta.
–Entonces, como les decía, es complicado definir el bien y el mal. No creo que en términos humanos pudiese explicarse, va más lejos. Además, la moral siempre ha sido un estorbo para el ser, creo que no debería basarse o reducirse a eso. Sin importar la religión, estatus social o económico, la moral o los valores inculcados, el ser debería poder decidir, pero no es así. Por eso vemos tanta gente arrepentirse de sus actos. Si se es malo, se debe conservar la maldad hasta el final, hasta la muerte; lo mismo si se es bueno. Pero tampoco se hace así, los humanos se avergüenzan de mostrar lo que son y renuncian a aquello que alguna vez defendieron con su vida, todo por ser aceptados en una sociedad decadente. El perdón es el consuelo de los débiles de espíritu.
–Pero entonces ¿cómo podemos decidir ser buenos o malos? –preguntó el de los anillos, que parecía más animado que su compañero.
–Pues eso debería depender de cada quién. Lo que quiero darles a entender es que el ser es bueno o malo no porque así lo quiera, sino porque así lo quiere el sistema. No hay voluntad propia actualmente, no en este cementerio de sueños que es el mundo.
–¡Ya entiendo! Y ¿no significaría eso que el ser puede eximirse de toda responsabilidad ante sus actos, atribuyendo la culpa de todo al supuesto sistema del que hablas?
–Probablemente, pero ese es el problema que no se ha logrado solucionar. Pasa lo mismo con dios y toda relación que con su supuesta divinidad se lleve a cabo. Las personas religiosas dicen que dios tiene un plan para todos, por lo cual se abandona la idea del libre albedrío implícitamente. Luego, todo lo que hagamos no es culpa nuestra, sino que solo sigue los designios del plan divino. De ahí que no entienda por qué las personas rezan. Pero volviendo al tema, creo que sí llega a intervenir ese factor en algunas cuestiones. Por eso tenemos ese remordimiento, el cual denota el contraste entre lo que queremos hacer y lo que el sistema nos incita a hacer. Claro que siempre se puede buscar imponer la voluntad propia, pero no siempre se consigue. No sé si seamos solo títeres de un destino o cómo funcione, es complicado.
–Pues no me ha convencido mucho tu explicación –dijo esta vez el del bigote abundante, terminando su trago.
–A mí tampoco, pero ¿qué se le va a hacer? No es un tema fácil. Si él que es filósofo no ha tenido las respuestas, nosotros menos –mencionó el de los anillos un poco más amodorrado ahora.
–Ahora, lo que puedo decirles es que matar a una persona no convierte a alguien en un ser malvado, no directa ni precisamente. Todo dependerá, como dije, de la moral que impere en la época y el lugar donde exista. Por ejemplo, antes se hacían orgías y cosas peores, pero era algo común en la sociedad de aquella época; en cambio, ahora están condenados tales actos. Si se tuviese la oportunidad de aniquilar a una persona que hace el mal para nosotros, debería liquidársele sin duda alguna, sin preguntarnos si eso nos haría malvados o bienhechores. De cualquier modo, nuestra existencia no es lo suficientemente valiosa para pensar en eso. Y ser bueno o malo por matar a alguien malvado no es distinto de serlo por matar a alguien benévolo, solo es cuestión de perspectiva. Apuesto a que un dios diría que le es indiferente tal dilema que a nosotros nos atormenta. En fin, quiero decir que vale la pena acabar con los malvados, pero es algo que no nos hace ni buenos ni malos, solo nos mantiene neutrales. No podríamos encasillar a alguien en bueno o malo por haber hecho tal cosa, solo diríamos que es subjetivo. Aunque también esto representaría un problema, pues las opiniones emitidas estarían de igual forma inducidas por pensamientos inculcados y trasmitidos de lo que es correcto ante nuestra época y sociedad, no por lo que realmente pensemos. No sé, es difícil decidir cuándo ni siquiera sabemos si tenemos libre albedrío o ideas intrínsecas.
–Pues yo ya me revolví con todo esto del bien y del mal. Entonces violar, matar, mutilar, robar, secuestrar y todo lo malo será bueno para el que lo hace y malo para el que lo sufre o lo percibe por sus ideas heredadas. Y, de igual forma, lo bueno estará en los ojos de quien mira, pero ¿cuál sería entonces el sentido de la vida si todo depende del observador? No existe valor alguno, ni moral, ni justicia ni nada. Todo lo podemos acomodar a nuestra propia conveniencia o argumentar que, de acuerdo con nuestro juicio, es de una u otra forma –argumentó extasiado por hablar tanto el de los anillos.
–No sé qué decir ante eso. Para empezar, se tendría que definir con qué probabilidad tendríamos libre albedrío, y si es la única fuerza que interviene en nuestras decisiones. La única forma de solucionarlo sería admitir que existe un destino, y que todos nuestros actos son responsabilidad de éste, o de un supuesto dios, en su caso. Si esto se admite, el ser se ve reducido a una mera entidad sin voluntad, a un muñeco de carne y hueso sin decisión. Esto, a su vez, significaría que no tenemos decisión y que estamos eximidos de toda culpa, que somos seres puros y manejables, manipulados por fuerzas ocultas e inextricables ante nuestra naturaleza precaria. Y eso deslinda a aquellos que cometen actos malos, pero también a los que hacen el bien. Y no veo algún punto en contra de este postulado, pero es extraño pensar que no controlamos nuestros actos. Supongo que ya no sé ni lo que digo…
–No te preocupes –dijo el del bigote abundante–, yo ya me estoy quedando dormido con todo esto, mejor que nos traigan una buena puta.
–Hablando del bien y del mal –dijo el de los anillos sarcásticamente–. Ser infiel o tener deseos sexuales indecentes ¿es producto del destino entonces? ¿Lo elegimos o se da por casualidad?
Filruex no supo qué decir ante eso. Ya se le había revuelto la cabeza con tantas cosas del bien y del mal, del destino y del libre albedrío. Y ahora incluir el tema de la sexualidad y de la infidelidad le ocasionó un ataque de ansiedad que solucionó con otro vaso de vodka. Cuando menos lo notó, los dos borrachos dormitaban con sendos ronquidos, olvidándose de las preguntas y del coloquio. Posiblemente nunca lo recordarían o pensarían que estaba loco. Sacó su billetera y pagó la cuenta, dejando una buena propina. Justamente cuando se puso de pie, le pareció ver a alguien con capucha en la ventana del bar, salió e inspeccionó alrededor, pero no había nadie. Se preguntó si podría tratarse del vendedor del arma y recordó, con cierto asombro, que aquel misterioso encapuchado con ojos bonitos era la mujer que lo había detenido en la pelea contra el carnicero, pero no consiguió dilucidar quién era realmente.
–¡Que tenga una hermosa noche, joven! Y muchas gracias por la buena propina –dijo la mesera más alegrada por el dinero que por ser cortés.
–No hay de qué –respondió Filruex, deteniéndose de la pared y abandonando para siempre a aquellos dos pordioseros briagos.
Al fin, el joven con el arma recién adquirida llegó al cuarto que rentaba. Desde hace dos meses le habían cancelado la beca y se la había pasado ahorrando para el arma, pero ya el otro mes daría al menos un adelanto. Se aventó en la colchoneta sin preocuparse por las cucarachas de la pocilga donde residía, totalmente devastado por la ingente cantidad de vasos de vodka que había leído. A su lado se hallaba uno de los libros prohibidos por la facultad, uno que le había regalado el profesor Fraushit. Intentó leerlo y no pudo concentrarse ni avanzar, su mente se hallaba demasiado diluida. Aquella noche fue un ensueño refulgente de pensamientos centelleantes en la funesta habitación del peor barrio aledaño a la facultad. Y, mientras se escuchaban peleas y patrullas, gemidos y maldiciones, y en tanto todo se pudría en el mundo y en las mentes nefandas de la gente, aquel joven dipsómano y hundido en la barbarie de la bebida escribió más poemas sublimes de los que alguna vez conocería la humanidad, siendo uno de ellos el que recogería la dueña de la casa cuando Filruex se hubo marchado:
Maremágnum de baladí ensoñación
Cerúleo conflicto, la guerra estallaba en el planeta del inferior y estulto mendigo
En las chozas escurrían miríadas de centelleantes guerreros sangrando tras el combate
La victoria se había tornado en algo más imposible que la libertad para esos ignotos
Carecían de la llave para descifrar los arabescos idílicos en la construcción cautivante
Durante las infinitas batallas usurparon la mente de los contaminados y devastaron sus estrellas
Mas éstos, acostumbrados a las querellas enfermizas, opusieron infame resistencia
Intentaron los espíritus del águila purificar la inenarrable asquerosidad humana
Pero fallaron y cayeron desprovistos de alas, suplicando por el retorno del humano sublime
Las guerras estaban perdidas desde el prolegómeno del éxtasis sideral
Las supernovas imprimieron una esperanza cuáquera en aquellos alienados del dolor
Empero, los luctuosos y viles monos se parapetaron en su vomitivo pantano de banalidad
Y los resplandecientes vuelos del águila memorial se perdieron en la oscuridad
Y en la modorra del ente siniestro surgían fofas e insanas oquedades
Y en la retahíla del cielo fúnebre descansaban los espirituales restos del águila
Y en mitón del olvido se encajaron todas las agujas destinadas al humano sombrío
Fueron escasos los perdonados, en su mayoría fueron exiliados hacia el óbito
Calamidad del tiempo, constricción del inmenso manantial ingrávido
Primigenios hierofantes invocaban el regreso del águila espiritual
Todos bramaron y recurrieron al impertinente y falso dios a cambio de poder
Y aunque intrascendente fue su existencia, aquellos monos esparcieron su pestilencia
Diatribas vehementes coronaron a los supuestos nuevos reyes
Miserables larvas tomaron las riendas de una enervante civilización
Se implantaron absurdas creencias y pensamientos ínfimos y humillantes
Pero los seres carentes de alma jamás cuestionaron las mentiras alucinantes
***
La Cúspide del Adoctrinamiento