Pensamientos ES26

Estaba seguro de que, al suicidarme, no tendría nada que perder. Todo lo que quedaba era tan solo el despampanante malestar de continuar viviendo en un mundo cuyas razones nunca comprendí, y en cuya infamia, triste y nauseabundamente, me perdí sin remedio.

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Eso era lo que hacía cada tarde libre de la que disponía en este mundo absurdo: únicamente recostarme, poner mi mente en blanco y pensar en la inutilidad de mi existencia. Luego, tomaba el cuchillo y lo rozaba en mi garganta, pero sin éxito alguno.

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Antes toleraba la música, el arte y la literatura, aunque fuesen tan absurdamente humanas; ahora ya ni siquiera tolero estar en este cuerpo, ya ni siquiera puedo soportar la realidad un día más.

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En un mundo como este donde imperan la banalidad y la estupidez, es demasiado peligroso querer suicidarse para sentirse mínimamente más puro. Y, por eso, al humano se le implanta, desde el principio de su miserable existencia, el deplorable empecinamiento por vivir y preservar una especie tan insulsa como ignorante.

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Mantener relaciones sexuales y cobrar la quincena era todo lo que ocasionaba aquellos brotes de supuesta felicidad en los abundantes humanos cuyas mentes adoctrinadas no percibían ni a causa de un milagro la miseria en que se regocijaban.

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Acongojado y desesperanzado, me arrinconaba en la pocilga que voluntariamente había elegido para soportar lo miserable que era vivir. Comía poco y dormía menos, evitaba todo contacto con las personas por considerarlas irrelevantes e imbéciles. También, había terminado toda relación afectiva y familiar, me parecía asqueroso salir a las calles. Me había desecho de cualquier posesión material y, en fin, apenas y se podía decir que sobrevivía.

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Libro: Encanto Suicida


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