Todo lo había planeado así: si me veía forzado a continuar viviendo en un mundo que aborrecía con todo mi ser, al menos me acercaría lo más que pudiese a ese estado donde me debía ser indiferente tanto la vida como la muerte, donde debía desprenderme de todo anhelo y sentimiento humano.
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El hecho de existir en este mundo absurdo e infame ya representa, por sí mismo, la peor desgracia que se pueda concebir. Y, peor aún, sabiendo que tan solo soy un vil y patético humano, tan similar al rebaño como infeliz y aturdido en mi débil mente.
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Ya ni siquiera me interesaba el hecho de que no me causara ningún tipo de excitación el fornicar con una mujer nocturna de preciosos cabellos y de tacones elevados. Antes, ciertamente, las había adorado y había recurrido a ellas para olvidar lo trivial de mi existencia, para purgar de mí esa parte tan humana que me dominaba con pasión, pero ya no podía seguirme engañando por más tiempo, debía suicidarme esta noche sí o sí.
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Sin embargo, al reflexionar, discerní que, tras fornicar a una mujerzuela, me quedaba en un estado tal que seguir respirando carecía de todo sentido, y entonces me hundía más y más en el agónico vacío de mi depresiva e intrascendente existencia humana.
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Indudablemente, el mejor poema que he conocido es ese donde ambos se suicidaron tras haber hecho el amor, rodeados de botellas, cigarrillos, agujas y pastillas.
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Libro: Encanto Suicida