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La Execrable Esencia Humana 31

Si hay algo que detesto realmente es este mundo intrascendente y a sus estúpidos habitantes, principalmente en los días donde el hartazgo de existir más destruye mi endeble razón. Todo está perdido, todo está podrido y envenenado por las garras de la onerosa pseudorealidad cuyo poderío no podríamos comprender jamás. Pero sigamos como hasta ahora, tal vez solo eso sea lo mejor; continuemos nadando con regocijo en nuestro ridículo mar de mentiras y tragedias, porque fuera de él nada somos y nada podemos querer. El peligro es convertirse en náufrago y anunciarlo sin miramientos por todo lo alto, como si tal suceso significase el sagrado ensimismamiento del alma.

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La muerte no es un suceso por el que haya que lamentarse, eso es algo demasiado humano. Al contrario, debería agradecerse que el nauseabundo conglomerado de absurdidad, ignorancia y miseria de un títere más al fin ha culminado y, con ello, la existencia se ha purificado mínimamente. Algún día la purificación será absoluta y nada de lo que hagamos podrá evitarlo; empero, mientras tanto sonriamos ampliamente ante las flores marchitadas y los rostros compungidos detrás de los cuáles se estremece la hipocresía más ponzoñosa.

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Te amo incondicionalmente; en verdad, te amo con todo mi ser. Te amo con cada átomo de mi cuerpo, mente y alma. Mas por desgracia, en este mundo absurdo y repugnante resulta sumamente dañino amar tanto a otro ser mientras te odias tanto a ti mismo. Y ni los cánticos más ensalzadores pueden hacer algo en contra de la melancolía que emana del lugar más profundo y desconocido en nuestro espíritu confundido.

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Recuerdo con extraña ternura cuando aún me importaban las cosas de este mundo, cuando era tan ingenuo como para creer que se podía ser feliz aquí. Por suerte, la humana y absurda corriente por la que tanto tiempo me dejé llevar finalmente se ha evaporado y ahora tan solo queda una cosa por hacer: desvanecerse con el último rayo del sol y embriagarse con el fulgor de las estrellas que tantas noches me inspiraron a reír con ellas sin que el tiempo fuera ya una obligación.

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Esta vez no habría marcha atrás, fue mi último pensamiento… En cuanto volví a mi pringosa morada, brutalmente ebrio y en pleno éxtasis psicótico, no pude pensar en otra cosa que no fuera tomar la resplandeciente navaja y el encajarla con maestría en mi cuello, pues supe que, de esa manera, se proclamaría al fin la más elevada de todas mis hazañas: quitarme la vida. Hacía tanto que lo añoraba y que inútilmente posponía este sublime acto, ¡y quién sabe por qué endemoniada razón seguía yo entregándome a las insulsas fantasías de la vida! La verdad es que me mato porque estoy aburrido y harto de cuanto he conocido y de lo que no también; quiero algo que no puedo encontrar aquí y quién sabe si en otro lado. ¡Quién sabe qué pasará a continuación, pero sin importar de qué se trate, lo anhelo más de lo que podría anhelar cualquier otra cosa! Muerte y decepción, ambas habrán de beber mi sangre tras el eclipse de la última intromisión.

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