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Catarsis de Destrucción 06

Todo es absurdo, no hay nada que realmente valga la pena. Sí, ya no queda nada por qué luchar ni qué desear; no hay ya ninguna razón para no colgarme esta melancólica y lluviosa tarde de verano… En breve, todo habrá culminado y lo que fue la tragedia de mi humana existencia se convertirá en un deprimente sollozo de los ángeles caídos. Ya no habrá más agonía y la incertidumbre revelará su auténtico rostro sin que ninguna máscara vuelva a interponerse ni ninguna fantasía oscura a perturbarme. Las rosas negras coronarán mi ataúd sin sentido, mientras los relámpagos iluminan el firmamento y las estrellas se rompen en mil pedazos. Así es como todo habrá de esfumarse, como la pesadilla existencial habrá de converger en el vacío absoluto. Más allá de eso, no sé qué acontecerá ni qué vislumbraré; solo sé que el mundo seguirá su absurdo y repugnante curso y que todo lo experimentado ni siquiera un tétrico recuerdo será. ¡Oh! Divina muerte, en tus aposentos retorno ahora para jamás volver por aquella demente vorágine de miseria y caos supremo. Pienso que las respuestas estuvieron siempre en mi cara, pero que desaproveché cada oportunidad de descubrirme a mí mismo y de contemplar la magnificencia del destino inmaculado. La oscuridad devora a la luz mientras escucho alejarse todas las voces, colores y sensaciones que alguna vez se imprimieron en mi trastornada cabeza… Un etéreo resplandor aparece a lo lejos, aunque presiento que deberé ir hacia él dentro de poco. ¿Dónde me hallo? ¿Qué son todas esas formas que se retuercen sin cesar a mi alrededor? ¿Es este el apocalipsis de mi espíritu marchito o tan solo el preámbulo de un nuevo y terrorífico amanecer en una nueva y atroz simulación?

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¿Por qué tenemos que alimentarnos, beber agua y existir cada maldito día sin consuelo alguno? ¿Para qué todo este brutal y siniestro sinsentido carnal? ¡Demonios! Todo es tan terriblemente absurdo que no puedo ni siquiera imaginar cómo las cosas podrían mejorar mínimamente… Vivir es una necesidad de lo más impertinente y ridícula, aún más sabiendo que lo vamos a olvidar todo en algún momento. Sí, muy pronto no restará ni un ápice de nosotros; solamente seremos parte de la nada y nada más.

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Tan solo en sueños podía todavía alucinar con la inexistencia absoluta, con mi muerte repentina, con mi suicidio sublime… Mas sabía que, mientras fuese yo todavía tan asquerosamente humano, no sería digno de enloquecer con el frenético elíxir del ensangrentado y último atardecer. Mi destino se hallaba, por desgracia, vinculado a las cosas de este mundo que tanto detesto y del cual añoro escapar cuanto antes. ¿Cuántos días más tendré que lamentarme y padecer esta amargura infernal? ¿Cómo seguir respirando si lo único que me interesa ya es dejar de hacerlo? ¡Qué harto estoy de las personas, los lugares, las situaciones, los momentos, los sentimientos, las emociones, las sensaciones y los pensamientos que siempre me recuerdan mi infame y absurda humanidad! No hay esperanza para mí, lo he perdido todo en el interior… Y, aunque en la muerte hubiese algo increíble, eso no justificaría mi terrenal e insoportable desasosiego existencial. Cada vez todo empeora, pero creo que resulta irrefrenable que así sea. Me aterraría sentirme conforme y en sintonía con los ignominiosos acontecimientos y funestas ideologías que imperan en esta execrable civilización de monos parlantes. Mentiras y más mentiras para hacer de lo intolerable algo ligeramente digerible, pero solo para quienes son aún lo suficientemente ignorantes para tragarse tales patrañas enmascaradas de supuestas verdades o doctrinas irracionales. ¡Ay! Esta raza adicta al sexo, el dinero y el poder no conocerá otra cosa sino devastación sin precedentes, enclaustrada en los corazones oscuros y las consciencias atrofiadas.

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La pesadez y el hastío de existir son algo con lo que no se puede ni se debe lidiar por mucho tiempo, pues lo mejor será siempre darles la contra con un buen disparo en la cabeza.

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Jugaba con el hermoso cuchillo cada madrugada (sin ti); lo pasaba por mi cuello y me emocionaba la delirante sensación… Mas me deprimía incuantificablemente el saber lo cobarde que yo era para realizar lo que más añoraba en mi insensata imaginación, para desvanecerme por completo de una horrible realidad en la cual jamás solicité estar. He ahí mi tortura sempiterna, el halo de mi lúgubre y melancólica desesperación: tener que vivir solo para, eventualmente y sin ninguna posible elección, tener ahora que morir… ¡Qué grotescamente absurdo y funesto era todo! En especial, mi propia miseria; ya que de ella no podía librarme por más que lo deseara ni mucho menos había lugar alguno al que pudiera escapar para olvidarla. Era yo tan infeliz, estaba tan enfermo del alma. Sí, eso era: mi espíritu se hallaba agonizando y suplicando por la muerte, mientras que algo en mí se aferraba inexplicablemente a vivir; aunque, en el fondo, supiera que yo no era sino un completo náufrago del caos más bestial. No importaba lo que pasara, en mi atormentado interior tenía plena certeza de una sola cosa: que yo no pertenecía aquí.

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Catarsis de Destrucción


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