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Obsesión Homicida 60

En los largos periodos de soledad que ahogaban mi alma y en la tristeza que ahorcaba mi pensar hallé un mundo maravilloso y una inspiración inefable; un tesoro que me había sido arrebatado por el ruido y la enfermedad que imperaban en la sociedad y que la pseudorealidad se había encargado de esparcir dentro de mí. Fue necesario algo parecido a un exorcismo filosófico para que pudiera desprenderme de todas estas ataduras y saber, por primera vez, quién era yo en realidad.

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Suspendido sin sentido en el abismo de infinitos universos vacíos, me preguntaba si algún día estaría contigo por alguna razón en un lugar donde no importasen ni el amor ni el dolor de mi corazón. Tal vez ese era mi mayor anhelo, pero el tuyo desde luego no. Siempre tuviste un impedimento para el amor, algo que te impedía entregarte sinceramente. Pero yo te quise siempre tal y como eras, aunque bien sabía que eso terminaría por destruirme y por arruinar mi vida del modo más trágico y cerval.

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Se me había inculcado apreciar la vida, pero yo estaba asqueado de existir en esta miseria humana, pues hacía bastante tiempo que ni siquiera me consideraba parte de esos mendigos llamados vivos. Mi situación era tal que solamente cortarme las venas me parecía ya prudente para esfumar por unos instantes las tinieblas que constantemente me abrumaban y me despojaban de toda posibilidad de vislumbrar resplandor alguno. En todo caso, yo mismo era culpable de todo esto, ya que había decidido seguir existiendo en un mundo que no estaba hecho para mí.

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Lo único grave era atisbar cómo los humanos mismos se desprendían de los residuos de esencia sublime para cubrirse con la blasfemia terrenal, condición que imperaba en su ser hasta la muerte. De ahí que la gran mayoría pasara el resto de sus vidas sumidos en el caos del absurdo, realizando todo tipo de absurdas actividades y matando el tiempo con cualquier entretenimiento vacío en lugar de matarse ellos mismos. El mundo era un establo de decadencia efervescente, un infierno dantesco al por mayor. Y nosotros, ¡ay, pobres de nosotros!, caemos en sus ilusiones de un modo tan perfecto y nauseabundo.

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La mayoría de las personas tienen sueños y deseos, lamentablemente absurdos; y los de aquellos que no son descritos por la palabra anteriormente mencionada son llamadas locuras. Quizás ese es en gran parte el problema: que los locos no tenemos un lugar real al cual ir cuando la absurdidad de los demás más nos satura y deprime.

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Todos queremos un mundo diferente, uno casi perfecto; sin embargo, nadie se cuestiona si realmente es digno de vivir en ese mundo. Tal vez el mundo en el que vivimos actualmente, plagado de miseria, sufrimiento e inmundicia es el que merecemos y no otros. Probablemente nuestra única salida sea deprimirnos sin remedio hasta ahogarnos con nuestras propias lágrimas, ya que, a como van las cosas, seguramente todo se pondrá cada vez peor.

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Obsesión Homicida


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