No, definitivamente ya no se puede… Aunque creo que es mejor así, creo que soportar el sufrimiento y la agonía de existir serán desde ahora mis únicas preocupaciones, al menos hasta que tenga el valor de incrustar una bala en mi excéntrica cabeza. Mis pensamientos suicidas no dejan ya de embriagarme y no puedo ignorarlos por más tiempo; al contrario, quiero consumir cada uno de ellos y que, al terminar, mi alma se desprenda de mi cuerpo para jamás volver a él. Solo así conoceré la verdad, la libertad y el amor; mas para ello resulta indispensable abandonar todo lazo con lo humano, especialmente con mi propia humanidad. Ya solo sigo vivo para morir y mi muerte es lo único a lo que aspiro en esta devastadora condición que es la agonía de ser; ¡si fuera posible desaparecer hoy mismo y abrazar esa extraña silueta que me visita cada noche desde que ella se mató!
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Se nos enseña comúnmente que hay que amar la vida y al mundo, pero nunca se nos dice lo repugnante y trivial de dichos comportamientos. Paralelo a las patéticas enseñanzas que nos dan nuestros padres, familiares y profesores, debería de enseñarse también la belleza y la divinidad que existen en el suicidio, la amargura y la misantropía. Romantizar el lado optimista de la vida no es mejor que hacer lo propio con el pesimista; únicamente nuestro sesgo de pensamiento es el que nos hará reforzar un lado u otro en función de con qué estemos más adoctrinados o qué tanto deseemos o no continuar autoengañándonos.
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El rechazo de la existencia, el mundo y la humanidad es algo tan sublime que muy pocos locos tiene el gusto de llevar a cabo. La mayoría meramente acepta lo que otros han establecido para preservar esta viciada pseudorealidad y ceden de inmediato a cualquier autoengaño de sus frágiles y estúpidas mentes. Luego, presa de tales argucias y en la cúspide de la insensatez, parten de ellas para formular una supuesta verdad universal o, peor aún, para condenar a otros por no pensar y actuar como ellos. Ese y no otro es el modus operandi de toda religión, secta, gobierno o cualquier otra organización que busca ejercer el poder mediante un control mental, emocional y hasta físico de sus “iluminados” partidarios.
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Solía creer que el sistema infectaba la mente de las personas desde su nacimiento, pero a veces ya no estoy tan seguro de que eso sea la causa de toda esta estupidez que se conoce como sociedad. Probablemente sí lo haga, tal vez este sistema sí influya en cierto modo; sin embargo, es indudable que los humanos saben a la perfección como ser cada vez más imbéciles y cómo arruinar sus vidas y la de otros de maneras sumamente efectivas. El mundo es un caos infernal donde no podría existir esperanza alguna; tan solo resta resignarse, aislarse y luego evaporarse en el más exquisito y divino silencio.
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Pienso que, incluso si todo se purificase y si este mundo sin sentido comenzase de nuevo de la mejor manera posible, aun así, todo volvería a caer en la más deplorable decadencia y la existencia de la humanidad volvería a ser tan miserable como lo es ahora. El problema no es la existencia en sí misma, sino nosotros mismos. No importa qué tipo de escenario se planteé, mientras el ser humano esté en él, las cosas tarde o temprano terminarán de la peor manera posible.
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La única verdad de este mundo es la muerte y, tal vez, ni siquiera pertenezca a él. Me pregunto, siendo así, hasta cuándo dejarán los humanos de autoengañarse tan bien, de reproducirse absurdamente y de continuar con esta triste y enfermiza miseria a la que llaman vida… No puedo sino sentir náuseas de todo lo que otros son y también de lo que yo he sido, pero eso cambiaré en breve. No puedo aniquilar a la raza humana entera, pero al menos me conformo con extirparme de ella esta tarde. Todos mis errores, penurias y malestares al fin tocarán fondo; ya no habrá que preocuparse por sobrevivir un día más, por luchar por algo que ni siquiera vale la pena preservar. Mi muerte me será fácil, supongo; puesto que mi vida siempre me fue jodidamente intrincada. Y a veces, lo admito, yo mismo me arrojaba extrañamente en laberintos imposibles de concebir en los límites de la cordura. Tal vez nunca comprenda por qué tuve que vivir así, por qué mi consciencia nunca pudo hallar consuelo alguno en esta nauseabunda pseudorealidad; no importa ya, porque ahora la oscuridad lo devorará todo y quien yo he creído ser no será sino una memoria más raptada por el olvido y disuelta en la inmensa indiferencia de lo absurdo y del azar. No me inquieta en absoluto quitarme la vida, porque es lo que siempre quise; me inquieta morir y descubrir que, después de todo, siempre fui yo el único a quien le gustó obsesionarse con homicidios filosóficos del yo y luego soportar las impensables consecuencias surgidas de la constante autodestrucción de mi propia razón. En fin, el teatro baja el telón y algunos aplausos se escuchan desde la lejanía… Mi sangre escurre, el frío se apodera de mí y el resplandor mezclado con cánticos y torbellinos me indican que la hora final está aquí… Lo último que escucho es el sonido de un piano, de una inconcebible bienvenida que me parece ahora demasiado improbable. ¡Oh, de mi muerte solamente me queda el recuerdo y la sonrisa detrás de cada sepulcral adiós!
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Obsesión Homicida