Tal vez la gran maravilla de la especie humana esté en ver cosas donde no las hay. Tenemos muchos ejemplos de ello, como es el caso de dios o cualquier otra entidad “superior” a la que tantos ingenuos rinden plegarias y celebran ridículos rituales. Pero, sin duda, la más grande maravilla del ser está en (auto)engañarse tan jodidamente bien como para pensar que su miserable, patética y estúpida existencia tiene un sentido y es importante; sobre todo, cuando no existe absolutamente ninguna evidencia de ello, sino todo lo contrario.
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La única verdad que se necesita para poder ser “feliz” en una existencia tan insana como esta es estar (auto)engañado el mayor tiempo posible; de preferencia, todo el tiempo.
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Si existe algún dios, no le importamos un carajo. Y, si no existe, entonces no importa un carajo lo que hagamos, por muy execrable que pueda ser.
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Sin duda, la indiferencia, hablando de un dios o entidad superior, no podría equivaler a otra cosa que no fuera la maldad más recalcitrante.
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La soledad es el principio de algo maravilloso, ahora lo sé bien. Si no fuera por ella, jamás habría llegado a este místico estado: al suicidio.
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Catarsis de Destrucción