Me perdí en el dulce fulgor de tu mirada y en la mágica belleza de tu silueta, pero lo que más me encantó de ti fue tu mente: tan retorcida como un laberinto y tan oscura como el abismo mismo.
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Las sombras producían sonidos parecidos al canto de una sirena, mismos que me producían un grave desorden; pero que, a su vez, me deleitaban con visiones de una existencia ulterior y no humana. Solo podía esperar tontamente, esperar en aquel cuarto blanco hasta que mi corazón fuera devorado por la oscuridad del vacío.
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Quisiera tanto que hubiera una manera de poder escapar de este mundo o, al menos, de mí mismo, pues odio a morir todo lo que fue y lo que soy. Y, sin embargo, odio aún más todo lo que son los otros y lo que es la realidad.
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Mi existencia es solo un lamentable error, una patética ilusión dentro de una realidad totalmente fracturada. La nada deberá ser mucho mejor para mí, pues en ella deposito la poca esperanza que, creo, aún me queda. Mi suicidio deberá ser la madrugada de este lunes, pues no me es posible continuar soportando este mundo ridículo y absurdo, y detesto seguir fingiendo que algo de todo esto me importa. Nada ni nadie importa ya, ni siquiera yo. Mi única preocupación desde hace mucho ha sido la de quitarme la vida, ni más ni menos que eso.
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Las manchas rojas en mi cara son de mi propia sangre, yo mismo corté mis muñecas y me unté el rostro, porque al menos así puedo hacer esta mescolanza de emociones destructivas más palpable y, tal vez, me animaría a matarme de una buena vez.
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No sé por qué siento que te amo, solo sé que me gusta sentir eso. Sí, me encanta amarte desproporcionadamente, pues eso me hace sentir que podría amarme algún día a mí también.
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Catarsis de Destrucción