Y puede que el suicidio sublime y reflexivo sea tan solo el comienzo para la verdadera vida, para aquella que se experimentará muy lejos de este abominable mundo y sin que nadie vuelva a perturbar nuestra tranquilidad. Por desgracia, mientras esto no se lleve a cabo, nos veremos forzados a seguir tolerando la existencia de personas a quienes solamente podríamos agradecer que no nos hablen, no nos miren y no nos fastidien más de lo que la vida ya lo hace.
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Si comparamos lo irrelevante de la esencia humana con la cantidad de sufrimiento que engloba, no llegaremos sino al más recalcitrante sinsentido. Y es que nada de todo lo que experimentamos, percibimos y creemos se puede justificar de modo lógico. Somos un cúmulo de absurdas contradicciones y de nefandas injusticias. Siendo así, la muerte es algo muy misericordioso para seres preñados de autoengaños e ideologías estúpidas cuyas vidas jamás han tenido ni tendrá razón alguna de ser vividas.
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Odiar y matar al prójimo es lo mejor que podemos hacer si es que no podemos odiarnos lo suficiente como para suicidarnos. Al fin y al cabo, da lo mismo que existan a no los otros; más aún, da lo mismo que existamos o no nosotros.
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Y, pese a todo, la intrascendencia de la horrible humanidad es solo comparable a su imperante estupidez.
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Si la existencia en general no tiene ningún maldito sentido, ¿qué nos hace creer que lo tendría la de una criatura tan patética, estúpida, miserable y repugnante como el ser humano? Solo nuestras más descabelladas concepciones podrían justificar tal desatino y conglomerado de blasfema encarnación; tan solo con las más infames prácticas podría explicarse el origen y el fin de la execrable naturaleza humana.
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Manifiesto Pesimista