Todo es una contradicción caótica y absurda: el ser, la vida, la existencia, la humanidad y, tal vez, también hasta la muerte. Nos hallamos a la deriva en un inmenso océano de agonía, miseria y sinsentido, acompañados únicamente por nuestra inmanente soledad y teniendo como única posibilidad de auténtica salvación el encanto suicida.
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Con el paso del tiempo, y tras haber fracasado en nuestros ridículos intentos suicidas, nos damos cuenta de lo mucho que no odiamos vivir, aunque día con día afirmemos, una y otra vez, lo contrario.
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Para la existencia nuestras creencias son indiferentes, pues tan solo somos para ella un efímero y anodino accidente que no tiene ninguna relevancia en su vasta extensión. Resulta entonces curiosa la naturaleza humana, pues parece especialmente diseñada para creer que es lo más importante en la creación misma.
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Quizás aceptar y no reprimir todo lo que nos hace humanos sea el primer paso hacia la auténtica evolución del ser. Y, desde luego, ello implica aceptar el hecho de que moriremos; cosa que, por lo demás, nos aterra al punto de las más sombrías alucinaciones.
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La mayor parte de nuestras vidas es un desperdicio; es decir, perdemos tanto tiempo en cosas absurdas y son muy pocos los momentos realmente valiosos. Pero acaso eso no es culpa de la existencia misma, sino del modo tan patético y trivial en que los humanos hemos decidido existir bajo estos esquemas de esclavitud moderna.
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La Agonía de Ser
