La única cosa interesante que encontraba en la vida era el tener la maravillosa oportunidad de quitármela. Más allá de eso, me resultaba imposible concebir algún otro suceso trascendente o ligeramente valioso de llevar a cabo.
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La gente inteligente se aburre fácilmente con cualquier cosa; por el contrario, la gente estúpida se entretiene fácilmente con cualquier cosa.
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Ella admiraba demasiado a aquel ser, lo amaba con locura. Y era así porque precisamente aquel sujeto era un artista, pero uno muy particular. Ella lo supo con certeza aquella noche en que decidió seguirlo hacia su habitación, pues su lienzo fue el principal entre su amplia galería. Aquel ser que para ella era el mejor artista, practicaba un arte ligeramente diferente al de la mayoría: su arte era matar.
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¡Qué comunes y corrientes son la gran mayoría de las personas! Con vidas sumamente monótonas, trabajos absurdos, metas ridículas y sueños patéticos. No cabe duda de que aquel o aquello que diseñó a tan infame criatura humana cometió un terrible error, o tal vez estaba demasiado aburrido en aquellos momentos donde concibió la existencia de tal blasfemia.
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Y cada día era más difícil soportarlo todo: la realidad, el mundo, la vida, la humanidad, el trabajo, el tráfico, la familia, yo… No podía sino aguantar, aunque no sabía por qué ni para qué, pero lo hacía. Tenía la falsa esperanza de que algo ocurriría pronto. ¿Qué era ese algo? No lo sé, simplemente lo esperaba con enfermizo ahínco. Algo así como una invasión extraterrestre, como el fin del mundo, como hablar con un demonio, como irme a otra realidad… Pero, sobre todo, algo así como al fin dejar de existir para siempre.
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Resignarse a vivir es también resignarse a morir; es decir, abandonamos la fabulosa idea de suicidarnos y simplemente esperamos la muerte. Pero ¿no es esto una cobardía de lo peor? ¿Qué sentido tendría? ¿Tan solo vivir anhelando morir? ¿Tan solo anhelar el suicidio y nunca cometerlo? Bueno, tal es mi caso y lo acepto. Aun así, no me agrada permanecer así. Cada día me autoengaño y me imagino, de maneras bellas y poéticas, lo hermoso que sería poder quitarme la muerte y, asimismo, también la vida.
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Casi infinitas opciones en la vida, tantas cosas por hacer, tantos lugares por conocer, tantos poemas por escribir, tantos lienzos por pintar, tantas canciones por escuchar, tantos cigarrillos por fumar, tantas cervezas por degustar, tanta vida por vivir… Y, sin embargo, yo ya había elegido desde hace mucho tiempo qué era lo que quería hacer: morir.
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El Color de la Nada