Tras haber estudiado cada teoría, haber leído cada libro, haber degustado cada poema, haber reflexionado cada pensamiento, haber analizado cada estudio, haber recorrido cada recoveco de mi alma y haber agotado cada posibilidad en mi terrenal constitución y mi limitada capacidad he podido concluir una sola cosa: nada tiene sentido, mucho menos yo.
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Siempre que nuestro deseo de vivir, consciente o inconsciente, sea más fuerte que el de morir, estaremos destinados a permanecer en este sufrimiento inicuo que no lleva a ninguna parte y que tan solo nos abruma con su fatídica cotidianidad. Así pues, nuestra única tarea de ahora en adelante debería consistir en disolver ese patético deseo de seguir viviendo, y sobre todo del modo tan inútil y lamentable en el que lo hacemos.
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Cualquier cosa es posible si nos encargamos de mentirnos todo el tiempo tanto como le mentimos a otros; esa y solo esa es la clave para sobrellevar esta realidad que, ciertamente, parece estar diseñada para ocasionar estados de avanzada esquizofrenia.
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Ni bien ni mal, tan solo indiferente de una existencia tan absurda como esta y con un increíblemente inmenso encanto por el suicidio; tal era mi estado en los últimos tiempos y sé que sería así hasta mi muerte, puesto que nada de esta sórdida pseudorealidad podría alguna vez atraerme ni un poco.
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Al fin y al cabo, a esto se reduce la existencia: un montón de basura con muy pocas cosas (casi ninguna) buenas o útiles en el que debemos zambullirnos queramos o no. Y precisamente esta nefanda obligación de vivir es la que hace todo infinitamente más insoportable y ridículo.
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¡Claro que el ser es estúpido y ruin por naturaleza! ¿De qué otra forma se explicarían sus más atroces y repugnantes comportamientos tales como fantasear con incomprensibles reinos tras la muerte, inventarse absurdos dioses, sentirse la especie más evolucionada, pretender que su patética vida tiene sentido y, sobre todo, enamorarse?
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Manifiesto Pesimista