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El Color de la Nada 24

Me hallaba en una posición curiosa: la de la nada. Y era así puesto que tenía plena certeza de no querer vivir, pero tampoco me atrevía a matarme. Era yo, así pues, un ser aún más contradictorio y caótico que la existencia misma y todos sus esclavos juntos. Era yo un pobre diablo que no podía entregarse a lo dionisiaco ni a lo apolíneo, ni al bien ni al mal, ni al cielo ni al infierno… Y entonces una pregunta destrozaba aún más mi cordura: ¿por qué existía alguien como yo?

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El suicidio es, probablemente, el grito más hermoso y liberador que puede provenir del más abrumador silencio. No solo purifica nuestra mente, alma y cuerpo, sino que nos confirma lo que siempre hemos sabido: no vale la pena seguir aquí, nunca lo ha valido y nunca lo valdrá.

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Constantemente, las personas solías preguntarme cuáles eran las razones por las cuáles no quería vivir… Entonces yo les preguntaba lo opuesto y, dada la blasfema banalidad de sus respuestas, no podía sino convencerme cada vez más de que la humanidad debía ser exterminada. Aquellos imbéciles esclavos de sus impulsos y deseos más abyectos nunca comprenderían mi sufrimiento más inmanente; es más, no comprenderían ni siquiera lo más mínimo de todo lo que me atormentaba diariamente. ¿Por qué les dirigía la palabra? ¡Qué tonto era yo por si quiera relacionarme unos breves momentos con seres absurdos como ellos!

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En esta vida, hay una y solo una cosa que jamás, sin importar por lo que estemos atravesando, debemos olvidar, pues de ella dependerán infinidad de decisiones y vivencias. Y esta máxima tan importante, que se resume en una sola palabra, no podría ser otra sino la siguiente: MORIRÁS.

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A veces me pregunto si todo el dinero que se genera y se mantiene en la corrupción, la política, la religión, los bancos, el narcotráfico, las guerras, las drogas, las armas, la prostitución, la pornografía, el entretenimiento, el fútbol, los noticieros, la música y demás aberraciones y estupideces que imperan en el mundo actual… Si todo ese dinero se destinara a escuelas, hospitales, parques, salud, bienestar, alimentación y demás cosas similares en los países menos desarrollados, tal vez el mundo podría comenzar a ser un lugar mejor. Pero no, esto jamás pasará, pues para que la pseudorealidad funcione es indispensable que continue habiendo miseria, pobreza, decadencia, hambre y cualquier infamia igual o peor. Este mundo no tiene ya ninguna posibilidad de ser salvado, es mejor destruirlo por completo y con él acabar también con el mayor error de todos los tiempos: la humanidad.

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A mi parecer, la muerte será siempre lo mejor y el suicidio la única libertad. Esto es así desde que vivir es, de hecho, una imposición. Al menos en el aquí y ahora, no tenemos forma de comprobar si elegimos o no existir; sin embargo, lo que sí podemos elegir, al menos hasta donde sabemos y confiando en nuestro supuesto libre albedrío, es dejar de existir. De ahí que la muerte y no la vida es la que en verdad puede ofrecernos un mínimo ápice de libertad, consuelo y verdad.

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El Color de la Nada


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