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Abandono espectral

Lo que ella se llevó de mí fue algo más que solo mi simple percepción del yo. Fue una esfera mucho más amplia de aptitudes e impulsos que desequilibraron por completo mi intelecto y mi espíritu. Y es que se marchó sin decir nada, sin una maldita explicación, solo raptando el deseo de permanecer vivo en esta banal humanidad. No era previamente feliz ni nada parecido, tampoco lo perseguía; en cambio, ahora sé que nunca conseguiré ni un ápice de ello, como tampoco de la verdad más elevada ni del discernimiento más sublime. Inefable fue el tiempo en que se mantenía conmigo y, al igual que yo, ambos los creí reales y cedí ante sus enviones. Caí en el abismo por gusto, me arrojé a la nada porque sabía que incluso ahí permanecería conmigo. Conté erróneamente con que su dulce esencia me cobijaría por la eternidad y que sus labios escarlatas podrían proveerme de aquel néctar que solo los dioses son dignos de paladear.

Y así fue durante algunos instantes: me regocijé con su compañía, la cual me acercaba tanto a mi entristecida alma a pesar de la distancia. Radiantes concepciones y poesía inmarcesible susurraron su nombre, pues a través de su sombra, quien en mí habitaba, el destino hacia su corazón me proyectaba. Estábamos ligados mediante el vínculo adimensional, su símbolo adoptó formas solo vislumbradas en la noche de las sombras aladas y nosotros volamos lejos del mundo, intentando capturar la infinidad de circunstancias encontradas. Su poder nos embriagó desde la raíz, especialmente a mí me fortaleció por ser más débil; colapsó los universos donde nuestro encuentro era inimaginable y los reemplazó con un extracto de dulzura incomparable. Nada podrá igualar aquellos sueños en el onírico manantial de las almas perdidas y ensangrentadas, de los tormentos perdonados mediante la súplica del cuerno alado. ¿Es que todo fue en vano? ¿Es que el viento soplará nuevamente en verano?

Trajo tanto a mí que hasta mi patética existencia la creí real y hasta mi vida asumí con cierto sentido, pero nada más lejano que la cruel ironía y la trágica mentira del tiempo perdido. Entonces, cuando la algidez era incuantificable, se largó para abandonarme en lo más elevado. Caí sin parar, sin nunca alcanzar el suelo ni el infierno, yendo hacia el vacío donde se despedazó su melancólico recuerdo. Ella tomó de mí mucho más de lo que me otorgó, descuartizó mi espíritu para jamás devolverlo; robó cualquier sed de conocimiento y me dejó inerme ante lo absurdo. Hubiera querido nunca haberla conocido, nunca haberla desnudado, aunque sé que su aroma me condujo hasta este vergel de límpida muerte y sórdida decadencia. No obstante, ahora sé que el sempiterno amor suicida que resbalaba de sus frenéticos labios solo me revivió momentáneamente para luego desterrarme de mí mismo y de cualquier otro yo para siempre.

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Repugnancia Inmanente


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