¿Qué era lo que ese peculiar ser femenino de cabellos castaños y sonrisa perfecta ocasionaba en mi interior? ¿Qué pasaba entre ella y yo que, cuando nos mirábamos con tal intensidad, lo que surgía era tan espectacular que incluso opacaba el resplandor del sol?
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Si tú no estás conmigo, si no puedo refugiarme entre tus brazos, si no puedo deleitarme con tus besos, si no puedo sentir tus manos jalando mis cabellos y si no puedo sentir tu piel rozando todo mi ser, entonces no quiero nada más de nadie, entonces prefiero solamente que el suicidio me haga compañía en esta fría y trágica noche.
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Solo tú tienes esa misteriosa habilidad para matizar mi realidad de una manera tan sublime. Solo tú me ocasionas esa misteriosa sensación cada vez que me recuestas en tu pecho, me vivificas con tu calidez y, aunque no lo digas, sé muy bien que tu mirada me dice tiernamente lo mucho que duele estar vivo.
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Tantas heridas en el corazón, tanta agonía torturando mi endeble razón. Pero al fin estás tú aquí, por fin puedo decirte que no ha sido fácil el camino. Ya no importa nada más, pues lo único relevante que debes saber es que, desde el primer instante en que te vi, me enamoré demencialmente de ti.
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Podría besarte todo el día todos los días de mi existencia y, aun así, nunca me cansaría de saborear el delicioso y embriagante hechizo que solo en tu divina boca encuentro.
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Me obsesionas, me desfragmentas, me embriagas, me embelesas, me encantas… Todo lo que tú eres está muy por encima de lo que es la humanidad, y eso me hace amarte incluso más allá de esta fúnebre realidad.
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Amor Delirante