Las luces se encendieron y yo cerré la puerta por donde se filtraba la energía intercambiada, por donde transcurrían silenciosos los órganos putrefactos de un embriagante y doloroso adiós. No debo dudar más que el desenlace definitivo expiará la belleza de esta mañana iridiscente, de la caja asombrosa que resguardó nuestras travesías por la isla del amor. Escuché muchas veces las melodías y me deleitaste ante tal explosión multiorgásmica de placer descomunal, ante la inefable imperturbabilidad de tu entrenada y bucólica utopía. Juntos arribamos y, por veredas distintas, derramamos ahora nuestros corazones, pues la cura tan prometedora no hizo sino sentenciar el veneno. Miré en sueños a la serpiente devorando tus senos y al lobo vaciando tu alma para encender la llama de la verdad, pero ignoré los símbolos que el tiempo ulterior atrajo cuando la tormenta amainó.
Tú vienes y proclamas la redención y la elevación de lo extinto en mí. Pero ya no quiero ni puedo levantar la torre que anunciaría la entrega absoluta a la humanidad, misma que tanto tiempo abandonamos para volver a ella mucho más desconcertados que nunca, con elevadas probabilidades de decir hasta nunca a la aromática y salvaje lumbre de recuerdos. Calcularé la intolerancia de la desabrida capa que envuelve mis pensamientos, desecharé en el mar de fuego cualquier rastro tuyo que obstruya la evolución y la liberación de la sombra pertinente. Te amaría por siempre, y ya jamás se desvanecerá la perfección que cautivó mi ser cuando rozaste mis labios con tu divina esencia. Y, aunque así me hubiera encantado mantenerme subyugado por siempre, quebraste los fragmentos que nunca creí atisbar más allá de la alquimia sagrada. Es evidente para mí que nuestro amor ha llegado a su eterna muerte.
Tal vez sea una ilusión lo que compartimos cuando el sol permitió que la obsesión se apoderase de nuestra razón. Sé que condenamos nuestra existencia a la miseria de un mundo sin sentido ni comprensión, pero ¿qué más podíamos hacer? Te mostraré el resultado del halo interno, dejaré que abras mi pecho e introduzcas tu lengua para saborear mi corazón. ¡Ven ahora, no esperes más! Puede que sea demasiado tarde cuando el sonido de la oscuridad extinga el supuesto delirio y lo transmute en incandescente pasión. Solo probaré una vez el éxtasis de las deidades cornúpetas, no quiero dañar más el cacumen tan propio de la simultaneidad, pues sé que terminará hoy esta absurda, pero bella crónica de la poesía que a ambos nos asfixió.
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Para mi eterno e imposible amor…
Libro: Anhelo Fulgurante