Capítulo II (LCA)

Lezhtik y Filruex se conocieron en el primer año de la universidad y habían sido amigos desde entonces. El segundo inculcó en el primero ese sentido de rechazo hacia la autoridad y de desprecio por el mundo tal como lo concebía la sociedad. Compartieron mucho tiempo platicando acerca de sus extrañas teorías. Los demás estudiantes solían hacer burla de ellos como pareja, pues discutían intensamente sus ideas y nunca cedían. En Lezhtik, Filruex había encontrado a ese compañero que jamás creyó, y viceversa. Ambos tan distintos y a la vez tan idénticos. El problema radicaba en que Lezhtik no quiso unirse al club de los soñadores, pues argumentaba que no le interesaba ser parte de esos grupos ociosos y que, de cualquier forma, no tenía tiempo para ello. Además, no le gustaba estar en grupo y prefería pasarla en su cuarto elucubrando.

Filruex insistió cuanto pudo, pero, al fin y al cabo, cuando la reforma en la facultado cambió el sistema, todo se fue al carajo. Filruex consolidó su rebeldía y se refugió en su club, mientras que Lezhtik se ensimismó con sus misteriosos estudios que realizaba hasta altas horas de la noche, y no precisamente de la facultad. Así, ambos habían tomado derroteros separados, pero mantenían una comunicación moderada, al menos hasta el día en pie, cuando Filruex decidió acercarse nuevamente a su antiguo compatriota.

–¡Qué tal, viejo amigo! ¿Qué has hecho últimamente? Casi no te juntas con nosotros para ir los viernes por la noche a tomar. Deberías ir un día de estos, no tiene nada de malo, podrías hallar algo interesante como siempre quisiste –dijo Filruex a su antiguo amigo al salir de clases.

–¡Ah, Filruex! Pensé que nunca volveríamos a dirigirnos la palabra después de que rechacé constantemente tu invitación a tu famoso club. Suena interesante, pero no, gracias. No puedo perder mi tiempo en cosas como esas, tú sabes que soy un hombre muy ocupado.

–Ocupado ¿en qué? ¿En jugar videojuegos? Te la pasas toda la tarde encerrado en tu cuarto, casi no sales de un tiempo para acá. Nunca has querido convivir con los demás estudiantes de la universidad, eres raro.

–No es eso, Filruex. No tengo nada en contra de ti ni de tu ideología. Es solo que considero esas actividades como una pérdida de tiempo. Tengo mis propios proyectos y no puedo perder ni un solo minuto, debo dedicarme a ellos. Ya sabes, ambos buscamos superar al humano a nuestra manera, ¿no es lo que prometimos la última vez que nos emborrachamos hace un año?

–Nunca lo olvidaría, eso solíamos buscar y pensé que lo habías olvidado. Pero dime, Lezhtik, ¿de qué proyectos hablas? Eres el mejor alumno de la clase. Tus padres te quieren y tienen solvencia económica, no te hace falta nada, puedes tener tus momentos de ocio, los cuáles son parte inmanente de nuestra naturaleza más baja. No estarás drogándote a solas, ¿verdad?

–Desde luego que no, pero ya te dije que estoy seriamente ensimismado con mis cosas. La carrera exige bastante, y, aunque me parece absurdo el nuevo derrotero que se ha impuesto, no puedo fallar. Tengo como objetivo realizar una maestría y posteriormente un doctorado. Quiero ser profesor, quizá así pueda cambiar estas reglas que no conllevan a una buena educación.

–Tú ¡sí que te quieres ir por el camino grande! ¿Sabes cuánto tiempo toma realizar todos esos estudios? Quedarás más loco de lo que estás, y, al final, formarás parte de este círculo vicioso, serás uno más de esos viejos empedernidos y acondicionados.

–Eso no lo veo así, yo tengo otra mentalidad. Quiero profundizar todo lo que pueda en la filosofía porque sostengo una idea. Pienso contundentemente que se trata del camino hacia la verdad de las cosas. Sabes Filruex, desde que entré a la universidad todo ha cambiado para mí y jamás olvidaré lo que tú me has enseñado, esa rebeldía, pero quiero canalizarla de otro modo. De hecho, quizá sea una persona que cambia mucho. Apenas el semestre pasado solía pasar las tardes contigo, charlando sobre zarandajas y bebiendo o drogándome; sin embargo, ¡veme ahora, abstraído del mundo y por mi propia voluntad!

–Pero eso puede cambiar cuando tú lo decidas. ¿Sabes algo, amigo? Me agradaba más el Lezhtik de antes, ese que sonreía afablemente y que no escatimaba en fumarse un porrazo para inspirarse. O ese que se embriagaba cada tarde después de que su novia lo había cortado. Ese sujeto me caía mejor, y quisiera verlo de vuelta. No debes reprimir lo que eres, un tipo al que le gusta pasarla bien. No me digas que ya olvidaste esa tarde cuando fuimos al burdel y creías estar enamorado de una prostituta.

En este punto, Filruex se desternilló y miró al cielo en busca de aquellas memorias. Era extraño incluso para él saber dónde y cómo los recuerdos se almacenaban en alguna parte de la mente. Lezhtik le había hablado sobre ello en alguna ocasión. Constantemente decía ese tipo de cosas raras que lo anonadaban. En sus elucubraciones, cuando más borracho o marihuana se hallaba, se dedicaba a escuchar las teorías más elaboradas de su retorcida mente.

–Es interesante lo que dices, me has hecho recordar y eso no lo esperaba. Yo no he olvidado aquellas tardes donde fumábamos hierba y bebíamos ron, donde contábamos locuras y discutíamos sobre mujerzuelas. No he olvidado, solo he cambiado. Ahora estoy dedicado a la escuela, a aprender tanto como pueda. El mundo fuera de aquí me espanta Filruex, es horrible vivir como los humanos lo hacen. Además, ni siquiera sé si esto que hago es mi voluntad. ¿No recuerdas el día que te conté sobre el eterno dilema entre el libre albedrío y el destino?

Así, la plática entre ambos compatriotas se entabló y caminaron en dirección a la plaza. Y, ya una vez ahí, Filruex insistió en sus cosas.

–¿Qué te parece si vamos a ese viejo burdel que tanto nos gustaba? Solo un poco, para platicar como hace tantos meses atrás. De hecho, extraño escucharte, nadie en el club es como tú. ¿Qué dices?

–No estoy seguro, Filruex. Tengo que hacer algunas cosas, estudiar para los exámenes que ya vienen…

–¡Solo será un poco, vamos! No digas que no, por los viejos tiempos. Yo invito, tengo algo de dinero que gane por pintar al presidente lamiendo sus genitales. Ya sabes, siempre se me ha dado bien eso del arte.

–¿Sigues creyendo que el arte tiene algo mágico que ofrecer a la creación?

–La creación misma es arte, tú siempre solías decirlo.

–En eso tienes razón. Sin embargo, no toda creación termina por ser arte y eso es una pena. Es un vilipendio, por ejemplo, que los humanos hoy en día vivan tan estúpidamente, y aun así existe en ello un arte oculto en lo más profundo de sus corazones.

–Pero no has dicho nada acerca de mi propuesta sobre ir a charlar. Es más, solo yo tomaré y quizá manoseé a alguna puta, tú no harás nada. ¿Cómo ves?

Finalmente, sin mucho ánimo por la propuesta, Lezhtik cedió y termino por acompañar a su antiguo amigo. Después de todo, solo serían un par de horas y luego tendría nuevamente esa amada y monda soledad que no podría concebir en compañía de los monos parlantes. Mientras caminaban hacia el burdel Fantasías Inducidas, continuaron la plática que habían dejado pendiente. El primero en retomar la palabra fue Filruex, quien ya venía un poco entonado.

–Nunca podría olvidarlo. Recuerdo muy bien ese día, parecías como un loco; de hecho, pienso que fuiste poseído por alguien.

–Tampoco digas esas locuras, Filruex. Solo me pasé un poco con la hierba, pero tú fuiste el culpable.

–De hecho, ese día no fue la hierba, fue una dosis muy ingente de LSD la que te metiste, ¿no recuerdas?

–¡Ah, sí! Ya decía yo que la hierba no pudo haber sido, no sé por qué siempre olvido ese detalle.

–¡Así es, loco! Te dije que solo un poco, pero tú quisiste probar más de la cuenta.

–Eso no es cierto, ¡tú no permitiste que retirara el cuadro!

–Pues ahora ya ni lo recuerdo… El punto es que ese día dijiste cosas muy extrañas, demasiado intrincadas para mí.

–¿Puedes aún recordarlo? Yo ya no puedo hacerlo, la memoria a largo plazo no es hoy en día uno de mis mejores aliados.

Por fin, los jóvenes otrora inseparables arribaron al dichoso burdel. Por fuera, lucía como cualquier otro, como si nada ocurriese en el interior de aquel sitio donde mujerzuelas entregaban sus cuerpos a viejos que podían pagar por ellas. Ahí, los corazones rotos y las almas acongojadas asistían para purgarse con inmensas cantidades de alcohol. Cada uno decidía con qué emborracharse y con quien pasarla de maravilla. Era, ciertamente, el lugar ideal para alguien como Filruex, quien rechazaba toda clase de concepción, moral, valor y creencia; nada parecía importarle. Por otra parte, Lezhtik había frecuentado ese lugar en compañía del susodicho y hace un año le había parecido agradable, pero ahora sentía náuseas.

–¿Aún recuerdas la primera vez que vinimos a este sitio, Lezhtik?

–Desde luego que sí, fue uno de los primeros que visité juntándome contigo. En aquella ocasión terminaste agarrándote a golpes con un sujeto que quiso violar a una de las rameras. Como cerecita en el pastel, me abandonaste para pasar la noche con ella y tuve que regresar a casa solo y temeroso. Fue, ciertamente, la primera vez que llegaba tarde, pero no fui regañado, afortunadamente.

–Lo lamento –expresó Filruex con indiferencia–. No creí que eso hubiera pasado, nunca lo mencionaste.

–¡Qué va! Pero eso ahora ya no importa, solo fue curioso. Ahora entremos, que me estoy derritiendo con este calor.

Una vez dentro, los jóvenes, desde una perspectiva distinta, tomaron como familiar la mezcolanza de olores. Por una parte, apestaba a perfume, a muchas fragancias que luchaban para ver cuál era la que reinaba y almizclaba más intensamente. Unas dulces y otras amargas, cada una de aquellas mujerzuelas se bañaba en un perfume muy peculiar y propio. Por otra parte, estaba el abominable aroma a esperma y a fluidos que eran expulsados constantemente en las cabinas del ominoso patio trasero. No podía faltar ese singular almizcle a alcohol fermentado y a cigarro, que era el más molesto para Lezhtik. En conjunto, no se sabía si se estaba en el cielo o en el infierno cuando de aquello se trataba. Anteriormente, los dos amigos habían ido ahí a pasarla bien, pero ahora solo uno seguía frecuentando ese sitio de mala muerte. Prosiguieron con el coloquio sobre ese extraño día en que Lezhtik se excedió con la dosis de LSD, rememorando cada circunstancia de aquel suceso.

–Sí recuerdo tu discurso, Lezhtik –dijo Filruex llevándose un cigarrillo a la boca y ordenando una cerveza bien fría–. No son exactamente tus palabras, pero algo así es lo que ha quedado en mí, te lo relataré para refrescarte la memoria… Todo comenzó tras unos minutos después de haber recibido la dosis. Primeramente, dijiste que la percepción se había tergiversado. Describiste el bosque como el paraíso de los muertos vivientes. Dijiste que hacía mucho calor, pero que en tu interior sentías frío, uno más fresco que de costumbre. Te pusiste de pie y lamiste tus brazos, coligiendo que sabías a carne de pescado mal cocida. A continuación, vagaste por los árboles y sonreíste. Al describir el lugar todo se tornó excesivamente colorido, según recuerdo. Podías mirar la mezcolanza de iridiscencias que impactaban el suelo, el cual a su vez no existía, pero nos mantenía en el plano. Se derretía el sol y las nubes se abrazaban formando una película romántica de pésimo gusto. En cierto instante, te aventaste hacia mí y aullaste, luego te pusiste de pie y dijiste que podías ver con los oídos y oler con la boca. Según tú, había un sonido muy dulce y etéreo, como el de una flauta misteriosamente tocada. Trepaste a un árbol y caíste, aunque no te golpeaste de gravedad, pues en realidad no habías ascendido demasiado. La verdad es que comenzaste a expresar frases ininteligibles para mí. Pensé por unos instantes, con temor, que habías quedado retrasado mental, pero no. Al cabo de un tiempo, te callaste y te serenaste. Fue entonces cuando empezaste a dialogar sobre el destino y el libre albedrío, aunque no parecía que lo hicieras conmigo. Hablabas de una forma inusual, como deslumbrando una sabiduría excelsa. Y, aunque eras el mejor alumno de la clase, tu discurso no se comparaba con aquellos sermones que solías dar a los profesores. Fue intrincado seguirte el ritmo, tus palabras resultaron muchas veces incomprensibles para mí. Algo de lo que pude captar y que traduje a mi nivel, fue que, según tú, el destino y el libre albedrío estaban tan asquerosa y ridículamente mezclados, que el humano no era sino la burla de los elementos ocultos. En el destino se intentaba encontrar a dios, pero se llegaba al infierno cuando se le podía atisbar paseando esplendorosamente en el carruaje del azar. Las decisiones, si bien parecían entrelazadas, no seguían una secuencia única. Existían, ocultas e inherentes a la existencia, diversas opciones que confluían en múltiples universos. Cada decisión era respetada y transformada en una vida con oquedades diferentes. Las personas que conocíamos, los momentos y los sucesos, todo eso formaba una gran telaraña que era tejida por el azar. El libre albedrío era el juego del destino, la formalidad se retorcía entre caprichosos destellos de energía. Dios podía controlar este juego dada su posición. Si el humano quería controlar su destino, debía jugar y ganar, pero la muerte no cedía ante la insistencia. El azar, que parecía ser el rey victorioso y único gobernador de la naturaleza terrenal, en ocasiones cedía el trono a un usurpador del tiempo, posiblemente el libre albedrío. Si el destino no era determinístico, entonces ¿cómo hablar de él? O, si el azar debía ser forzosamente estocástico, entonces era una repetición inminente de los términos. Tal como el ser entendía y creía existir en su ignorante visión de sus decisiones inherentes, no resultaba vencedor alguno de los factores en la afectación del sistema.

–Y eso es todo lo que recuerdo. O, mejor dicho, lo que logré dilucidar de tus inextricables explicaciones. Me he quedado distante de expresar la grandeza de aquel discurso, pero es todo lo que puedo decirte. E incluso sentí que no eras tú.

–¡Vaya que tienes buena memoria, Filruex! Yo no recordaba con tanta precisión eso. Gracias por contarme. Y justamente espero que eso conteste tus dudas sobre lo que hago encerrado en mi habitación.

–Pues no del todo, tienes que explicarme mejor.

Lezhtik torció el gesto y rio someramente, terminó de comer su emparedado de crema de maní que tanto le gustaba y que su madre le preparaba cada mañana, y procedió con el coloquio.

–Pero si ya lo sabes Filruex, me enfrasco en teorías y en ideas. Lo que hago es básicamente estudiar y leer, pensar y meditar. Ya te dije que quiero ser doctor en filosofía y enseñar cosas nuevas, quiero postular mis propias ideas, no repetir lo que ya está en los libros.

–Sabes bien que eso es imposible. Debes apegarte a lo establecido por los sistemas educativos o, sino, terminarán por echarte de todas las escuelas. Incluso ahora lo haces, mírate, sigues los patrones de la nueva reforma.

–En eso podrías tener razón, pero no. Lo que hago es solo fingir para no tener problemas. Sabes bien que rechazo todo sistema que se imponga y más aún en la facultad de filosofía, donde se supone las personas tienen pensamientos propios.

–En realidad, ese es el problema; eso es lo que crítico y lo que busco con mi club. Ciertamente, nunca tuve la oportunidad de explicártelo, pues en cuanto fundé el club vino lo de la reforma al sistema y tú decidiste tomar otro camino.

–Siempre me reprocharás por eso, es indudable. Pero no importa, tengo mis propios motivos. Dudo mucho que en alguna asociación como la que fundaste pueda hallarse el progreso, creo que es más personal.

–Posiblemente tengas razón. Siempre discutíamos eso y teníamos puntos de vista opuestos. Yo creo que en la unidad está la fuerza, pero necesitamos comenzar a cambiar la mentalidad de las personas. Y lo que critico es la falta de creatividad, imaginación y creación en las personas.

–Cosa normal en el mundo actual, Filruex. Tu gran error está en creer que las personas querrán escucharte, o que incluso anhelan ser liberadas de este sistema. La verdad es que están conformes, están muy a gusto con sus vidas tal cual las tienen. No les interesa imaginar nuevos mundos donde haya justicia y libertad, pues eso es exactamente a lo que han renunciado desde el instante en que decidieron vivir como humanos.

–Me alegra ver que, a pesar de todo, parece que algunas cosas jamás cambiaran en ti. En especial me atraen tu amargura y tu desdén hacia el mundo.

–Tampoco se busca la curiosidad en la gente ni mucho menos la creatividad, esos dos factores están exterminados por la preservación del nuevo orden. Si las personas se dedicasen a crear algo, pondrían en peligro lo establecido. El punto es que ya nadie proponga ni invente, sino que siga los patrones que se han enseñado como costumbres y tradiciones a cerebros que nada cuestionan y todo obedecen. Y me alegra que en tu club realices esas actividades que considero sublimes: leer, estudiar, componer música de verdad, crear poesía y escribir, dibujar, etc. Todo eso es sumamente valioso, quizá lo más justo que hay en el mundo es lo que no se puede comprar con dinero y que se hace con un corazón sincero.

–Entonces, si eso piensas, tú deberías de estar en el club –replicó Filruex con cierto desasosiego en su rostro, como suplicante y a la vez irónico–; es más, serías el líder. Yo no tengo tu visión ni tu elocuencia, tú podrías hacer cosas grandiosas si te lo propusieras.

–Eres muy amable, pero, aunque tenga los pensamientos y las convicciones, aún me hace falta mucho; todavía sigo en la entelequia de lo que quiero ser. Tú eres el mejor para liderar ese club, lo has sido y lo serás.

–Siempre seguiré insistiendo en que te unas a nuestro club, sin importar cuánto te niegues. Algún día tendrás que ceder y entonces proclamaré mi victoria.

–Pues ya veremos, espero que ese día no tenga que llegar. Me siento bien con mi estilo solitario, es renovador.

–Eso siempre lo dices. Además, ¿por qué no piensas en divertirte un poco? Te complicas demasiado la vida, no tienes por qué vivir así. Mejor diviértete, lo que te hace falta es una novia. Piensa en los profesores de la facultad, todos están viejos y solterones. Y los más jóvenes siguen ese patrón, solo transmiten cosas que otros les dijeron y escribieron. Tú no podrás cambiar este sistema, ni siquiera con tu estilo solitario, pues, como bien dices, está diseñado para funcionar de este modo y nada ni nadie puede evitarlo, necesitamos para ello la fuerza de una asociación que ponga el ejemplo. No querrás ser uno más de estos profesores amargados que viven pensando en su amor de secundaria, en sus teorías filosóficas que nunca publicarán y en cómo sobrevivir con el sueldo miserable que tienen. ¿No crees que es frustrante eso? Estudiaron tanto para estar aquí, enseñando cosas aburridas a gente más aburrida. Lo mejor es ser libre de todo.

–¿En verdad crees eso, Filruex? –exclamó Lezhtik con disimulada sorpresa–. No entiendo por qué estás aquí si no es lo que deseas.

–Bueno, en este mundo uno difícilmente está donde quisiera. Eso solo lo logran las personas con dinero, esos bastardos miserables que se enriquecen mientras otros mueren de hambre. En este mundo injusto lo mejor que podemos hacer es ser rebeldes y libres, como tú solías serlo.

–Pero aún sigo siéndolo, Filruex. Solo deseo aprender y cultivarme, eso es todo.

–Quizá tienes razón, o es solo que nuestros puntos de vista son muy diferentes y parecidos al final. Yo soy diferente a ti Lezhtik, yo no tuve unos padres que me quisieran y me dieran amor y cariño. A pesar de todo, no envidió a las personas que lo han tenido, siento lástima por la mayoría de ellos. No crecí como tú, con alguien que me acompañase, y tal vez por eso no quiero estar solo. Solía creer que las personas como tú eran todas unas imbéciles, pero te encontré a ti.

–¿A qué te refieres con eso? Jamás de hablaste seriamente de ello, siempre evadías la cuestión. Solo sé que tuviste una infancia muy dura, era lo que te atormentaba hace unos meses.

–Supongo que sí. Quizás aún no confiaba en ti. Esto es algo que solo tu sabrás, ni siquiera en el club deben saberlo, así que por favor no digas nada.

–Sería incapaz de revelar algo así, puedes contármelo con todo gusto.

Tras terminar con su quinta copa de ron, Filruex prendió el sexto cigarrillo y permaneció en silencio unos minutos, con la mirada fija en el horizonte, luego se decidió y habló:

            –Yo crecí entre las coladeras, tratando de sobrevivir en un mundo donde solía observar personas que tiraban comida, que desperdiciaban y cuyos lujos y excesos humillaban mi patética situación. Fui huérfano, jamás nadie cuidó de mí, todo lo que tenía y tuve por siempre fue a mí mismo. Rechacé toda idea de dios, pues en un mundo donde reina la injusticia y la miseria, sería imposible que éste existiera. Y, si lo hacía, entonces era un maldito hijo de puta.

–Tranquilo, Filruex. No tienes por qué culpar a algo que posiblemente no existe. Como dices, no podría ser cierto eso del creador y de su amor hacia los hombres. Por lo tanto, no hay razón para exasperarse.

–Sí, lo siento, pero a veces soy muy impulsivo. No sé por qué te estoy contando esto, eres la primera persona que lo sabe y ni siquiera nos hemos visto en un año.

–No te preocupes, me recuerda tanto al día en que nos conocimos… Pero prosigue, aún tienes mucho qué contar, supongo.

–Así es… Pues verás, yo no tuve familia nunca. Jamás hubo navidad ni reyes magos, tampoco día del padre o de la madre, ni vacaciones ni obsequios. Y, mientras todas las personas pasaban sus días en una habitación caliente, en sendos automóviles y lujosos atavíos, yo pasaba mis cumpleaños en la compañía de un cartón y un sillón viejo que había recogido de una casa donde solía robar la comida destinada a los perros. Vivía debajo de un puente, fumaba marihuana y era apenas un niño de 12 años. A los 8 años me corrieron del orfanato por haber golpeado a un tipo que quiso sobrepasarse con una compañera; desde ahí, siendo tan pequeño, supe que no estaba dispuesto a tolerar las injusticias. Cuando me ofrecieron disculparme con aquel malnacido me negué y preferí una vida en las calles, todo por orgullo, tal vez, o por eso que las personas creo han perdido.

–Eso nunca me lo habías contado, no sabía esa parte de tu vida. Ahora que lo pienso no sabía de ti más que las apariencias, pero eso es normal, pues es lo que siempre se busca en la gente.

–No te preocupes, no es algo que cuente a menudo. Ya te dije que nunca había abierto mi corazón de este modo, pero ahora es algo que estoy disfrutando hacer.

–Muy posiblemente sean los efectos del ron. Ya deberías de dejar ese tonto vicio, no te traerá nada bueno.

–Sí, pero solo un poco más, no le des importancia. Lo importante es que tuve que trabajar desde pequeño, vendiendo periódicos o barriendo calles, limpiando parabrisas, recogiendo basura, cargando bultos y cantando en los vagones del metro. Nunca pude comer bien y no creía vivir más de unos tres años. Fue así como crecí, hasta que la persona que yo llamo “mi padre” me recogió de las calles y me dio una identidad.

–¿Tu padre? Nunca me habías hablado de él. No entiendo por qué justamente ahora que me he negado a asistir a tus reuniones en tu club es cuando has decidido abrir tu corazón.

–Eso no importa –replicó Filruex, quien estaba sumamente briago–. Mi padre, o a quien yo reconocía como tal, fue un hombre extraño. Solía estar tomando todo el día, se la pasaba desperdiciando su herencia en la cantina aledaña al hogar, llevaba mujeres a la casa y se acostaba con ellas. Cuando estaba en casa miraba todo el día el televisor, le fascinaba el fútbol y se enojaba si perdía su equipo favorito, no comía en toda la tarde cuando esto pasaba. Tenía muchos otros vicios y defectos, pero, a pesar de todo, ese hombre malogrado y pestilente, me alimentó y me vistió. A partir del momento en que me recogió, siempre se preocupó por mí. Hizo un espacio en su pequeña vida miserable para acoger a un huérfano. Comía todo lo que quería cuando quería, vestía ropas a mi gusto, podía bañarme y tenía un lugar que me protegía de la lluvia. Ya no era más un vagabundo, ahora era alguien. Por fin me sentía parte de una familia, y es que ese señor en verdad creo que me quería.

–¡Vaya que sí! No cualquiera recoge a un niño de la calle y lo mantiene. Debe haber sido un buen hombre.

–Ese hombre pagó mi educación también, sin importarle nunca la cantidad de dinero que yo le solicitase. Siempre, cada noche, había dinero en mi mueble. Jamás se quejó por los gastos, nunca hizo protesta alguna. Y, cuando ingresé a la preparatoria, solía conversar conmigo cada noche tras haberse tirado a alguna zorra y estar briago. Me contó de sus viajes, había sido un hombre feliz en alguna ocasión. Sinceramente, solía dormirme con sus pláticas, pero creo que eso no le importaba, lo único que anhelaba era ser escuchado, tener a alguien que hiciera más dulce su soledad. Estábamos igual de vacíos en el fondo y eso quizá nos unió, ambos hicimos más llevadera esa parte de nuestras vidas. Es extraño cómo suelen encontrarse los destinos, o, no sé, tal vez sería inverosímil hablar del azar.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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