Capítulo III (EIGS)

Los días siguieron su superfluo curso y finalmente era viernes por la tarde, la hora en que vería a Natzi para asistir a la dichosa reunión. Ciertamente, era la primera salida que tenía en mucho tiempo. En la preparatoria solo me había emborrachado dos veces y ninguna fue tan grave como para meterme en líos con mis padres. Esta vez era diferente, puesto que creía sentir cierta atracción hacia Natzi, pero tal vez era solo mi imaginación. Me gustaba, pero no la quería, no podía ser que comenzase a amarla. Vaya ironía, en cuestión de minutos escucharía de nuevo su voz y estaríamos partiendo hacia uno de aquellos sitios donde va la gente cuando quiere perder el tiempo. Más tarde me encontré con Gulphil, quien al parecer estaba bastante emocionado

–Entonces ¿tú también irás? –me cuestionó bastante sorprendido.

–Natzi me invitó, así que iré.

–¿De verdad? Pero si apenas te conoce, parece que vas por buen camino.

–¿Tú crees? Yo no estoy tan seguro, no sé qué camino quiero tomar.

–Bueno, por ahora no importa –afirmó despreocupadamente–. Iremos a divertirnos y a pasar un excelente rato.

Hice caso a Gulphil y ambos nos dirigimos al lugar donde encontraríamos a Natzi. Ella estaba ahí esperándonos, con un suéter negro y su talante despreocupado. Al vernos sonrió, nos saludó e hizo una señal para que la siguiéramos. Nos encontramos con algunos de sus amigos, a los cuáles yo conocía solo de vista y sabía eran de la universidad. Posteriormente, caminamos largo rato hacia el tren, tiempo en que Gulphil y yo conversamos.

–Y ¿ese milagro que aceptas venir a una fiesta? –preguntó él mientras miraba su celular y hacia muecas de disgusto.

–Pues ya ves, solo por Natzi. Y tú ¿por qué vienes?

–Te gusta mucho, ¿verdad? Yo escuché que a ella le gustaba Leo, el moreno alto que toma clases en la mañana. Yo solo vengo por diversión, para pasarla bien. Tú sabes, tengo novia y no busco algo más, pues la amo y quizá pronto viviremos juntos. Espero que los problemas se solucionen muy pronto y podamos estar bien.

En eso Gulphil era distinto al resto, en verdad le era fiel a su novia. Sin embargo, siempre tenían problemas, terminaban y regresaban a la semana siguiente. Yo pensaba que, en el fondo, su relación era una molestia para ambos, que el amor se había extinguido hace mucho y que se negaban a aceptarlo. Las personas son así, solo llegan a estar juntas por costumbre, apego o cualquier otro capricho. En realidad, siempre he dudado de que exista el amor, es algo tan absurdo.

–Me da gusto que ustedes vayan a estar juntos –mentí para no tener que lidiar con más pláticas sobre su relación–. No sabía eso sobre Leo; sin embargo, tengo poco de conocerla, como bien sabes. Quizá solo deseo ver qué pasa, pues estoy bastante aburrido de la cotidianidad que hay en mi existencia.

–Ya veo. Pues no me parece que sea muy atractiva, aunque es agradable. Siempre que platico con ella me recuerda a ti y tus abstracciones, esas que dices te dan de repente y donde meditas cosas, aislándote del mundo. Además, tiene un talante sarcástico muy parecido al tuyo.

–Sí, ella me ha contado acerca de lo que lee y ha aprendido, parece interesante. Y sí, he notado que es rara en casi todo.

–Pues entonces ahí está –dijo él, sonriendo como un loco–, ¿qué estás esperando? Ambos tienen ideas similares, es tu momento de brillar.

–No lo sé, siempre hay cosas. ¿Sabes por qué no vino Heplomt? Él siempre anda en estos asuntos de fiestas.

–Es que ha de estar en el gimnasio. Se metió hace ya un rato y, al parecer, lo está tomando en serio. Aunque…

–No lo sabía. Parece que me he perdido de algunas cosas últimamente. Aunque ¿qué?

–Solo tienes qué calmarte y disfrutar la vida. Hemos notado que te has apartado más y más. Bueno, no le digas que yo te conté, pero se toma cosas indebidas, como anabólicos y eso. ¿Quieres saber algo gracioso?

–Pobre, debe estar muy desesperado por su físico. Supongo que sí, ¿qué más da?

–Pues resulta que Brohsef está molesto con Heplomt. Y ¿sabes por qué? Pues porque este último se besó con Cegel el fin de semana pasado, durante la fiesta del sábado.

–Vaya novedad –asentí sin mucha emoción–. Pensé que había pasado algo más relevante.

–Pues que a Brohsef lo ha rechazado otra chica más.

–Igual de irrelevante. ¿Te das cuenta de que siempre nos vemos inmiscuidos en los asuntos de los demás? Incluso ahora, yo no debería…

La voz de Natzi nos interrumpió, al parecer esperaríamos un poco por uno de sus amigos, el último invitado, que llegaría justo al lugar donde estábamos. Finalmente, partimos hacia el lugar predilecto. Al llegar solo observé muchas luces, tenían algo de raro, una iridiscencia extraña. Había meseras, gente bailando, música con alto volumen, mucho alcohol y tabaco.

–¿Qué desean? –preguntó el mesero con la mejor cara que pudo.

–Queremos de todo un poco –replicó Natzi.

–Muy bien, en un momento estará lista su orden –aseguró el mesero afablemente.

Y así fue como todo comenzó. Sin notarlo, comencé a beber demasiado rápido, una tras otra, ya solo me limitaba a vaciar las copas sin decir la gran cosa. Natzi, por lo que pude observar, no se emborracharía, solo bebía lo necesario para entrar en ambiente. Luego, vino la hora de la verdad: el momento del baile.

–¡Anda, es tu oportunidad! ¿Qué estás haciendo aquí sentado? ¡Sácala a bailar! –expresó Gulphil un tanto consternado ante mi pasividad.

–Creo que todavía no es buen tiempo, debo esperar un poco más. De hecho, lo que me impide hacerlo es que yo no sé bailar muy bien.

Gulphil se desternilló ante lo que consideraba eran impertinentes excusas y dijo que casi a todas las mujeres les agradaba bailar. Siempre se tenían mejores oportunidades y opciones si uno sabía bailar. Yo lo escuché y no me pareció que tuviera la razón, aunque permanecí en silencio. De pronto, uno de los amigos de Natzi pidió su mano y desde ese momento empezó a bailar con él y los demás sin sentarse ni un solo segundo. Yo solo observaba y, entre más trataba de entender aquellos movimientos rítmicos, más intrincado me parecía el hecho de imitarlos. Así pasé todavía demasiados minutos, sin animarme a bailar con Natzi. Finalmente me acerqué a ella, que al fin había tomado su lugar y bebía un poco.

–Así que te gusta bailar, veo que eres muy buena.

–¡Sí, me encanta! A eso he venido aquí, a bailar y divertirme. ¿Qué me dices de ti? ¿Sabes bailar, al menos? –preguntó como si realmente no esperase algo de mí, como si le fuera totalmente indiferente.

–Bueno, la verdad es que yo…, quisiera poder…

–¿Sabes o no? –preguntó tornándose seria, luego rio cuando miró en mi cara ciertos efectos del alcohol.

–Pues sé lo básico, quisiera aprender más. Tú podrías enseñarme, ¿no crees?

–Me da la impresión de que ya has bebido demasiado, deberías de parar con esa copa –dijo poniéndose adusta, luego sonrió–. Claro, desde luego. ¿Cuándo quisieras empezar tus clases?

–¡Ahora mismo! –afirmé alegre de que me prestara atención al fin.

–¿Ahorita? Pero ¡si estamos en una fiesta! Dices que sabes al menos lo básico, quizá podríamos intentar bailar la próxima.

Me aterroricé absurdamente. No sabía qué hacer, algo en mi cabeza me indicaba que no estaba en el lugar ni en el tiempo correcto. Desde antes de llegar a ese bar lo supe, incluso antes de aceptar la invitación. Comúnmente pasa que no se tiene la voluntad de rechazar aquello contra lo que se ha luchado largo tiempo, y en la primera oportunidad se abraza lo execrable. Así me pasaba ahora, de esa forma absurda había terminado en ese sitio, entre esas personas cuya existencia de alguna forma no reconocía como válida, sin saber explicar el por qué. Sencillamente tomé a Natzi y, jalándola del brazo, la llevé hacia la pista de baile; todo fue tan rápido. Intenté bailar, hacer lo mejor que pude, pero no resultó. Ella igualmente trató de seguirme el paso, de acostumbrarse a mi ritmo, uno del cual yo carecía. Poco a poco noté su incomodidad, hasta que resolvimos bailar por separado y nos limitamos a mover las extremidades como tontos. Yo me sentía devastado, sabía que había fallado en mi intento por complacer a Natzi. No entendía porque debía hacerlo, pero así me pareció correcto. Toda la vida consistía en complacer y soportar a personas que no entendía. Y no era distinto esta vez, sin contar que apenas tenía una semana de conocer a aquella niña sarcástica.

–Así no se baila. Te hace falta más soltura, no debes estar tan tieso –afirmó, algo molesta y a la vez decepcionada por mi fatídica actuación.

–Bueno, realmente no sé. Hago lo mejor que puedo, ¿qué tal si me enseñas? ¡Tú sí sabes bailar! –repliqué desconcertado, pues las copas que tan raudamente había bebido minutos antes comenzaban a hacer efecto.

–Pues se trata de practicar. Tienes que sentir la música, dejarte llevar. Esta canción va muy rápido, mejor vayamos a sentarnos y luego, cuando pase una más tranquila, intentaré enseñarte, ¿qué te parece? –exclamó con una expresión de tristeza y desprecio mal disimulado.

–Sí, hay que ir a sentarnos, y luego ya veremos –repliqué ya presa del alcohol.

Nos fuimos a sentar, pero al poco tiempo Natzi consintió en bailar con los demás compañeros. Había uno que era bastante bueno, realmente no sabía cómo alguien podía bailar tan bien. Lo hacía tan natural y con tal facilidad, sus pies se movían de manera fantástica. Hubiera deseado ser él, tener esa habilidad que jamás me había preocupado por desarrollar. Gulphil se sentó a mi lado, pero, antes de que pudiéramos entablar conversación, lo cual ya era difícil debido al alto volumen de la música, su celular sonó y salió para no regresar sino hasta una hora después. Durante este periodo en que estuvo ausente yo permanecí sentado, continué bebiendo desmedidamente y mirando cómo Natzi bailaba con cualquier pendenciero que se le presentaba. Realmente lucía bien, y eso que no estaba tan maquillada, su belleza era natural. Además, llevaba puesta una blusa sin mangas, de un azul muy encendido y sus cabellos lacios y negros me fascinaban. Ciertamente no era atractiva, pero notaba en ella algo único. Creo que ya estaba loco por ella. Convencido de que debía hacer algo al respecto, conversé ligeramente con uno de los compañeros que habían asistido con nosotros a la reunión, su nombre era Mandreriz.

–Oye –le dije ya con confianza debido a mi estado alcohólico–, ¿tú crees que tengo alguna oportunidad con Natzi?

–Claro que sí –respondió él alegremente–. Todo lo que tienes que hacer es ser valiente, solo eso. Ya he visto cómo la miras, con qué pasión, y a la vez noto algo raro, como si pudieras observar algo más allá de su cuerpo. Ella es profunda, pero a la vez sencilla. Como ves, le gustan las cosas raras, lo espiritual y metafísico; sin embargo, también sabe bailar, beber y pasarla bien. Es, en cierta forma, una mujer muy original. Pero supongo ya te has percatado de ello, o al menos te ha atraído un poco.

–Pues solo ha insinuado cosas, pero nada concreto. ¿Tú podrías contarme más al respecto?

–Desde luego, solo no menciones mi nombre cuando ella te pregunte sobre el informante. Es más, haz como si te sorprendieras cuando te lo llegue a contar alguna vez.

–No te preocupes, yo sabré mantener a salvo tu integridad. Ahora –le alenté, casi le obligué– cuéntame todo lo que sabes acerca de ella.

–Está bien. Pienso que tienes alguna oportunidad con ella, solo debes ser cuidadoso, es una mujer muy… especial, loca y difícil. La conocí hace un año, desde entonces nos hemos llevado bien. Como sabes, ella va atrasada y tomamos por segunda vez materias con el mismo profesor. Le interesan cosas como retiros espirituales, fumar hierba, pasarla bien. No bebe mucho y siempre carga condones. ¡Oh, sí! ¡Eso es! ¡Se prepara ante todo! Si le llegas a agradar, es capaz de acostarse contigo el mismo día que te conoce. Ella entiende las necesidades humanas mejor que nosotros, hombres sin vocación ni sentido. Pero ella es altanera, sarcástica y acaso una demente. Admito que nunca había conocido a alguien como ella, y jamás me fijaría en alguien así. Estuvo casada ya durante algunos años y gracias a eso desdeña cualquier compromiso. Es muy original, ¿no crees? Espera, déjame terminar, aún tengo mucho qué decir.

–Sí, continúa –le interrumpí solo para asentir a su proposición mientras me empinaba otra copa de golpe.

–Ya sabe lo que es enamorarse, llegar a amar y que se desvanezca tu mundo paulatinamente. Ella lo entiende y lo acepta, se ha fortalecido con ello. Nosotros somos inexpertos a su lado, ella es como una diosa para ti. Tiene ciertos dones con los cuáles puede adivinar lo que piensas. También es precavida y sincera, sabe cuándo mientes. Digamos que puede leer claramente en tu corazón. Está decepcionada de la belleza y del amor, prefiere la concupiscencia y el libertinaje. Es demasiado libre para este mundo, para estas relaciones mundanas que nos unen. Realmente no le importa besar cuantas bocas quiera, acostarse con hombres mediocres solo para satisfacer sus necesidades. Pero jamás abrirá su interior, pues resguarda un tesoro acaso imposible de desvelar. Por eso puede ser complicada, porque buscar algo serio con ella es jugar a algo imposible de ganar. En cambio, si solo la buscas para follar, para satisfacer necesidades de mentes débiles, para conversar sobre una espiritualidad teórica o para bailar, entonces la encontrarás fácilmente. Yo sé lo que te digo: es una mujer arrogante, pero amable. Es única, ya casi no hay otras como ella, es una princesa indómita. Muchos hombres la han tratado de poseer más allá del sexo, pero se ha negado a aceptarlos. ¿Qué más te puedo decir? No sé qué esperas ahora, no sé para qué la miras así, con ese reflejo lascivo.

–Ya veo –asentí calmadamente–, pensé que era diferente. Sin duda, sabe guardar bien las apariencias. Y yo que pensaba quererla sinceramente, ¡vaya falacia!

–Vivimos en un mundo de falacias. De hecho, quizá debería decir en una falacia de mundo –exclamó con una sonrisa malévola Mandreriz, que también estaba muy bebido–. Tú eres un buen chico, pude notarlo en el primer semestre cuando íbamos juntos. Ahora incluso lo noto en tu mirada, tienes algo especial. La verdad, no entiendo qué estás haciendo en un lugar como este. ¿Acaso viniste aquí con la esperanza de tirarte a esa mujerzuela? O, tal vez, ¿para embriagarte y salir de tu cotidianidad enfermiza? No te culpo. Todos hacemos lo mismo, todos aquí buscamos eso y solo eso, ya sabes: dinero y sexo, placeres regalados. En resumen, una vida hecha. ¿Crees acaso que la naturaleza humana da para más?

Noté que Mandreriz estaba más tomado de lo que imaginaba. En momentos así, un dipsómano solía explayarse en explicaciones filosóficas muy abundantes. Decidí escucharlo, cuanto más porque no dudaba de que quizás él pudiera no ser real, pero no estaba seguro, no tenía control acerca de mi mentalidad atroz. Asumí que no se trataba de otro reflejo, pero no descarté la incertidumbre que me atormentaba.

–¡Así es, amigo mío, una falsedad! Escucha lo que le digo. Sé que soy joven y tú también, somos unos capullos. Sin embargo, el mundo es una verdadera monstruosidad y esa mujer lo denota a la perfección. Mírala ahora –decía señalando de manera poco precisa a Natzi, quien bailaba y reía–. Ella sabe que es una mujer vil, pero le gusta ese papel, ha aceptado tal comportamiento. Y, aun así, tú la quieres follar, besar y hasta quizás amar. ¿Qué mayor prueba de un comportamiento sin sentido y absolutamente irracional se quiere? Te aseguro que no eres el único, sino solo una aguja en un pajar, eso es lo que somos todos. Piensa en tu inutilidad, en tu incertidumbre y tu intrascendencia. ¿Qué demonios somos en esta vastedad implacable y desoladora? ¿Qué sentido tiene estar aquí y ahora? Estamos bebiendo y pasando un supuesto buen rato, pero yo sé que eso es una estupidez, una blasfemia. Desperdiciamos nuestras vidas y, a no ser que hayas aceptado, como las personas que observas ahora, una vida así de absurda y moldeada, entonces estás errando el camino. Tal vez yo no sea el indicado para aconsejarte, pero te estás equivocando terriblemente. Piensa en las cosas maravillosas que puedes lograr, y luego en que estás aquí y ahora. Así es, a expensas de las migajas que una mujer impúdica te pueda ofrecer. ¿Acaso es así de impulsivo el humano en sus deseos más terrenales? ¿Somos solo esclavos de una poderosa e irracional mente traicionera? ¿Qué es todo esto sino una prueba irrefutable de la mediocridad humana? Estas personas bailan, se retuercen, pegan sus cuerpos y se excitan, se embriagan y fuman. Y allá fuera está un mundo espléndido esperando ser descubierto. No hablo de la realidad que tú conoces, sino de otro donde hay esperanzas para poder entender nuestra existencia, para desmenuzar la moral y la integridad. Sí, hablo de un paraíso donde los valores espirituales y la pasión interna reinan sobre la decadencia de seres hambrientos como nosotros.

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Libro: El Inefable Grito del Suicidio


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