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Titánico Letargo

Creí que había enloquecido cuando besé tus labios tras una cósmica espera, pero no fue así. Únicamente me hallaba trascendiendo lo eterno y lo prohibido, evaporando la vida y la muerte en un rugido de cromatismos fulgurantes. Creí que había enloquecido al liberar mi espíritu y fundirlo con el tuyo, pero no; sencillamente en el imperecedero sendero del inagotable éter nos habíamos reabsorbido. Y es que te amaría por siempre, rasgaría mi vientre para hacer resplandecer aquellos destellos donde solo tu ser pudiese iluminar mi eterna oscuridad. Retaría a la misma muerte a tomarme y arrebatarme el aliento de vida, pues sabría que, con mi partida, solo anunciaría el sutil réquiem de nuestra huida. El colapso de esta alucinante obsesión que terminó por destruir mi cuerpo y por agotar todas mis energías, pero la verdad no me arrepiento ni lo haré nunca, pues haberte conocido indudablemente fue lo más inefable en mi vacía existencia.

No sabes lo que has trastornado a este simple mortal presa de lo absurdo, que, en tus formas cerúleas y cristalinas, despliega su más sagrada estipulación en contra de la mentira. En tus comisuras descubro diáfanos y exóticos mundos imposibles de alcanzar, salvo con la elevación que dentro de ti se oculta. En cada noche magnificente he llorado por tus poemas, mismos que atraviesan mi material forma y enderezan mi alma al centellear con un fulgor adimensional. No importan las ocasiones de locura en que me diluí en el vacío de todos los mares estrepitosos, pues fue la espuma que cubría tu espíritu la que me devolvió el máximo esplendor para robarte el corazón y matarme con la sempiterna meditación de tus inmortales besos alados. En mis más sombrías divagaciones me figuro siempre contigo, rasgando el velo de tu forma menos carnal y depositando en tu mente aquellos fantasmas que suplican por una sola de tus inmarcesibles caricias.

A ti fui, de ti provengo y hacia ti iré sin importar los eones que de ti me han de separar, que de tu inmaculada naturaleza me han de despojar. Yo soy un mero suspiro en el orden celestial cuyo caos ha hecho temblar todos los universos, pero sin ninguna inspiración permanente. Pero tú eres la fuerza de incomparable magnitud donde reposarán de manera eviterna mis más alocados versos. Y es que, si tú fueses el ángel que desatara el apocalipsis y labrara con cósmica energía el fin y el comienzo, entonces yo sería el redentor de todos tus cánticos, el único tonto que te esperaría sin importar si a mi corazón lo consumen el dolor y el tiempo. Sería yo el magnánimo y etéreo avatar en donde tu magnificente esencia hallaría su más preciado recuerdo. Y, cuando la hora de suicidarme finalmente haya llegado, sonreiré con benevolencia, pues haberte amado fue lo mejor que me pudo haber pasado antes de evaporarme eternamente en este titánico letargo.

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Anhelo Fulgurante


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