Capítulo XX (LEM)

El ambiente era de tensión y hostilidad absolutas, nada de este mundo podía compararse con la elevada vibración que emanaba de aquel místico encuentro entre el doctor Lorax y aquella malsana entidad desconocida. El tiempo y el espacio parecían encimarse y tergiversarse de modo que la banal concepción humana no podría, con su ciencia tan arcaica, explicar mínimamente aquellas distorsiones de la realidad. El ritual prohibido daría comienzo en breve y necesitaban tener claridad en todos los procesos. No podían permitir que nada se saliera de control, que nadie alterara la fantástica manera en que habían confeccionado tan poderosa atracción de energía. Dentro de muy poco podrían al fin revelar su verdadera identidad al mundo, pues este estaría completamente bajo su control. De hecho, ya lo estaba. Los humanos vivían atrapados y alimentando la pseudorealidad de manera consciente o inconsciente. Pero ya venía siendo hora de hacer oficial tal dominio, de abandonar las sombras para plasmar en el dorado amanecer la poesía de los más extraños rincones de aquellas dimensiones inferiores.

–Sí, sabía que te tomaría por sorpresa, aunque no tendría por qué. En fin, después de todo, sigues siendo muy humano, aunque hayas conseguido abrir tu tercer ojo. Es realmente sorprendente que lo hayas conseguido sin la intervención quirúrgica-espiritual. Por eso eres el vínculo, el mensajero entre lo mundano y lo supremo. Sabes, cuando se diseñó esta realidad surgieron tantos detalles que creíamos no poder lograrlo, pero los humanos siempre nos han apoyado en su propia destrucción. Nosotros solo nos dejamos llevar por su ciega tendencia al caos y suprimimos cualquier forma del orden. Es fácil manipular a criaturas así, debemos agradecer al preservador más que al creador. Nosotros solo plantamos la semilla, sin saber si funcionaría, pero los preservadores del caos máximo labraron el camino, colocaron las condiciones adecuadas para que dicha semilla germinase y, tras algunos años en las sombras, pudiésemos gobernarlos de manera indefinida.

–Siento un tanto de lástima por aquellos pobres diablos que continúan oponiéndose a la realidad ficticia que hemos conseguido perpetuar.

–Sabes, tú eres un humano peculiar, Lorax. Todavía recuerdo la magistral manera en que capturaste a ese zascandil de Bolyai, quien estuvo muy cerca de averiguar nuestras verdaderas identidades. Debo decirte que incluso varios de los superiores creímos necesario intervenir, cosa que rara vez hacemos, pues nuestros representantes ante el rebaño suelen funcionar de manera precisa, y así fue.

–Bolyai era un sujeto complicado, además de que tenía mucho dinero al pertenecer al grupo financiero Palpitac, cosa que complicó sobremanera su captura. Sin embargo, aun él no significaba nada para ustedes los superiores.

–Exactamente –afirmó entre risas icónicas y con aquella mordaz voz en eco el doceavo superior–. Para nosotros, controlar al humano es como un juego. Y todo lo que nos interesa en absorber la energía negativa, las vibraciones ignominiosas y los sentimientos pútridos que emanan de su ser. Por suerte, ya ninguno de ellos duda en abrazar la podredumbre de sociedad en que habitan. El holograma los consume cada vez más y en mayor medida.

–En eso tiene usted toda la razón, doceavo superior –asintió el doctor Lorax mientras su tercer ojo centelleaba ominosamente–. Y, por cierto, me encargué de exterminar la potencial amenaza de la que otrora le había comentado.

–Ah, ¿sí? ¿Te refieres al chico que comenzaba a despertar y que quería retomar las investigaciones de Bolyai escribir sobre eso? ¿Acaso su nombre era Leiter?

–Sí, es correcto. Pero ese sujeto no se entrometerá de nuevo en nuestros asuntos, me encargué de extirparle el alma y, además, nos será de bastante ayuda. Es curioso, pero podríamos usar una inversión en los procesos de la magencia para sacarle provecho.

–¿Inversión dices? ¿Acaso has progresado tanto en tus investigaciones científicas-espirituales?

–Sí, he progresado bastante. En parte se debe al magistral plan con el cual hemos hecho pasar la nave subterránea por un mero centro de investigación. Para nuestra fortuna los supuestos científicos actuales son unos viles títeres al igual que los políticos y los líderes religiosos. Y eso es porque nada está exento del dominio que hemos implantado en esta supuesta existencia, pues la ciencia está bajo nuestro control y sirve solo para nuestros designios. Si quisiéramos, podríamos curar el cáncer, el sida y acabar con el hambre y el sufrimiento, pero ¿qué sentido tendría entonces? Necesitamos miseria, guerras, dolor, angustia y rencor. Necesitamos abundante energía negativa y para eso es necesario llevar al límite las emociones humanas con situaciones estresantes y violentas.

–Lorax, veo con satisfacción que has aprendido bien. O quizá se deba al poder que el tercer ojo te ha concedido. Tú sabes la verdad y, aun así, te has vencido a ti mismo, pues sabes que es imposible intentar darnos la contra y salir de esta matrix. Hay tantos incautos que creen poder ser libres, y algunos otros tontos incluso recurren a la muerte, pero dentro de poco hasta eso estará bajo nuestro control –exclamó con una voz mucho más rara y funesta el conglomerado de porquería y sombras con apariencia de tres membranas escamosas que denotaba al doceavo superior.

–Eso fue lo que Bolyai jamás comprendió, ¡vaya tonto! De cualquier manera, sería inútil intentar una insurrección, pues los humanos han aprendido a amar lo que los destruye y agradecer por lo poco que les damos en tanto los contaminamos para extraer su energía negativa.

–Sí, lo sé, Lorax. Pero todavía no me respondes a qué te refieres con esa supuesta inversión en la magencia.

–Cierto, doceavo superior. Es que me emocioné con la magnificencia del holograma en que los humanos se sienten tan cómodos y del que depende toda su banal percepción.

–Bien, cuéntame acerca de esa opción con la que pareces tan alebrestado.

–Por supuesto… Como usted sabe, nuestro principal método de absorción para alimentar La Máxima Aurora y poder, posteriormente, manipular los dones del Vicario, consiste en la implantación del nuevo orden mundial para absorber energía negativa y acumularla. Sin embargo, cuando extirpé el alma de Leiter, pude notar que era demasiado evidente. Parece contradictorio en principio, pero almacené su alma, pues su poder es muy grande. Claro que no convendría que más humanos como él se unieran y se pusieran en nuestra contra, pues temo que incluso la vibración de su energía pudiese rasgar las cortinas donde se parapetan ustedes los superiores. Por suerte, los humanos están tan envilecidos que la mayoría ya ha perdido su alma y solo funciona como un método de alimentación para nuestros propósitos; no obstante, si conseguimos invertir adecuadamente el proceso y si, en lugar de cebar La Máxima Aurora con energía negativa, le inyectamos la energía iridiscente, aunque no totalmente positiva, de Leiter, podríamos obtener resultados maravillosos. Personalmente, debo decirle que jamás había sentido tal vibración, quizá solo en Bolyai, aunque su alma se fue con él a la tumba, o a donde sea que le haya enviado la gran explosión aquella noche.

–Sí, ya no digas más. No me gusta escuchar tantas explicaciones absurdas, entiendo tu punto. Según tú, a pesar de que La Máxima Aurora se alimenta principalmente de la energía negativa que hemos conseguido al contaminar el alma de los humanos y envilecerlos con la realidad artificial implantada, también podemos inyectar una especie de energía, si bien no totalmente contraria, pero sí sublime, de tal manera que La Máxima Aurora nos proporcionará el poder suficiente para despertar y encadenar al Vicario.

–Justamente eso es lo que tengo planeado hacer. Es una suerte que el programa de estancias previas al posgrado haya funcionado tan bien. Con él, hemos conseguido corregir a aquellos individuos que potencialmente pudiesen haber despertado, y los hemos reacondicionado para aceptar el holograma y sentirse cómodos en lo que podríamos llamar la pseudorealidad, aunque a usted le desagrade tal término. Pero todavía mayor ha sido nuestro logro al detectar sujetos como Leiter, a quienes hemos vigilado toda su vida y en quienes hemos percibido una anomalía en el proceso de adaptación hacia el orden establecido por nosotros. Entonces, a esa clase de sujetos los atraemos de una manera u otra, e intentamos reacondicionarlos. O, en su defecto, exterminarlos.

–Así es, bien dicho. Y, por cierto, ¿en dónde se halla ahora ese tal Leiter?

–Está preso en sí mismo, me encargué no solo de extirparle el alma, sino de fragmentar su personalidad y obnubilar todas las capas de su consciencia. Le aseguro que no nos molestará más y que todos nuestros planes se llevarán a cabo de manera idílica. Y, si eso no fuese suficiente, tengo otro haz bajo la manga.

–Ah, ¿sí? Y ¿cuál podría ser?

–Esa mujer, la que ha acumulado energía para nosotros en las sesiones fundamentales de La Máxima Aurora previo a la 33. Su nombre es Poljka Svetlanski y es candidata a ser la próxima suprema sacerdotisa y la muñeca sexual por excelencia en todas las reuniones futuras. Es sensual y le hemos fragmentado la personalidad injertándole un poco de esperma de reptil para transfigurar su sombra. Pero el punto clave es que esa mujer guarda, en lo más profundo, sentimientos hacia Leiter, y él a su vez los tiene hacia ella. ¿No es repugnante? ¡Ja, ja! De cualquier manera, ellos jamás podrán estar juntos, son totalmente opuestos y tan estúpidos.

–Lorax, no cabe la menor duda de que los doce superiores no nos equivocamos cuando te designamos como el máximo representante de nuestro dominio en la base central donde hace tantos eones cayó el Vicario. Solo espero que no nos decepciones, pues hemos invertido mucho tiempo en estos proyectos y esperamos poder, al fin, regir sobre la vida y la muerte…

Y diciendo tales palabras, con una voz abominablemente vacía e imposible de imitar, se desvaneció aquello denominado como el doceavo superior. Quién era, de dónde venía y hace cuánto que existía no podía ser dilucidado por ningún mortal. Ni siquiera el doctor Lorax, con el tercer ojo, era rival para tan magnificente esencia. El tiempo prosiguió, los demás investigadores execrables se descongelaron, el ruido y el caos volvieron de nuevo a aquella parte ignorada en el inmenso manantial de la existencia. Poljka jadeaba y lucía exhausta tras haber protagonizado otra infernal orgía con aquellos vomitivos viejos, quienes esta vez la golpearon, le escupieron y hasta la hicieron sangrar por el ano y devolver el estómago, para luego lamer su desperdicio. Y es que incluso estos actos execrables se quedaban cortos comparados con la malicia y perfidia de aquellos viejos. No obstante, era necesario que fuera de ese modo, pues para que pudieran purificarse en el interior debían expresar en el exterior todo lo que yacía en su sombra, así no se acumularían deseos obscenos. Tal era la creencia que tenían esos animales y con tal insensatez actuaban dando rienda suelta a sus más bajos instintos. Defecaban una y otra y otra vez en la boca de aquella hermosa jovencita de ojos lapislázuli para luego romperle el culo y atiborrarle de esperma el coño.

El bacanal cesó y el doctor Lorax comunicó a todos lo hablado con el doceavo superior, uno de los pocos entes con la capacidad de imitar los sonidos humanos del habla, aunque no sin cierta dificultad. Todos parecieron desconcertados y a la vez felices de que La Máxima Aurora finalmente fuese a rendir sus tan anhelados frutos. Poljka estaba desmayada en su vómito y todos la pateaban y se meaban en su rostro, algunos incluso volvían defecaban en sus tetas hinchadas y lactando. La doctora Breist se había introducido dos crucifijos, uno por la vagina y otro por el ano, y se masturbaba con tal violencia que seguramente se le había pasado la mano con las drogas. Anteriormente, ella había ocupado el trono de la suprema sacerdotisa, y ahora solo participaba como voluntaria en los festines y las depravaciones, pues su sustituta había sido consagrada. Indudablemente, su máxima contribución fue haber sacrificado a su hijo y haberlo donado para dar comienzo a la primera sesión de La Máxima Aurora, hace ya tantos años.

Como sea, todos lucían satisfechos y se enfocaron en repetir ignominiosas oraciones hacia entidades demoniacas desconocidas. El único que se mantenía pensativo era el doctor Lorax, al menos en lo que a la mitad de su rostro correspondía. Seguramente le preocupaba que no lograra la inversión del proceso o que no fuese suficiente, aunque, de acuerdo con los cálculos, debía serlo. Y, si no, entonces tendría que recurrir a medidas extremas y sacrificar a los otros seis, e incluso él mismo… No resultaría para nada sencillo despertar al Vicario y mucho menos conseguir arrebatarle su poder. Era un arma de doble filo y sabía la importancia que aquello guardaba para los doce superiores, quienes eran los verdaderos amos del cosmos. Si algo fallaba, o si alguna pieza clave se salía de control, todos sus esfuerzos realizados durante siglos serían en vano. Además, el Vicario poseía el poder de la alquimia mental, pues su esencia procedía de la sagrada filosofía hermética, a partir de la cual se derivaban todas las corrientes ocultistas y esotéricas. Pero, incluso sabiendo contra qué clase de criatura se enfrentaba, debía apresurarse y culminar cuanto antes La Máxima Aurora. De hecho, no pasaría de esta semana para que se consumase finalmente el ritual prohibido y pudiesen, con ello, colocarse por encima de la muerte.

Leiter sintió como si hubiesen transcurrido épocas interminables antes de que abriese los ojos de nuevo. Pudo sobrevolar megalíticos edificios, construcciones obscenas cuya altura parecía desgarrar el cielo. Contempló civilizaciones remotas cuya perdición ignominiosa había envenenado el aire con una oscuridad pestilente. Sintió un desprendimiento inusual, un viaje idílico y a la vez fantasmal era el que creía emprender durante aquellos momentos fugaces de locura y estremecimiento. ¿De dónde provenían tan raras y desconocidas esencias? Podía sentir como si su cuerpo fuese solamente el refugio de una poderosa forma intangible, y a la cual le hacían falta algunos pedazos para completar su voluntad. Los destinos estaban todos torcidos y enredados en medio de un pandemónium de sombras que vociferaban sin parar cánticos en extrañas y vetustas lenguas. Todo era caos absoluto y confusión siniestra. Lo mejor, sin duda, sería matarse cuanto antes.

Leiter se aterró en un comienzo, pero después se calmó y admiró las hermosas formas estelares que ante su mortal mirada fulguraban. No sabía en donde se encontraba, todo lo que importaba era la infinita gama de posibilidades desde las cuáles se presentaba la existencia. Por un instante, Leiter creyó que vagaba por los planos superiores, pero no fue así. Sintió como si una luz fuese a desgarrar su interior, la energía era demasiada para su naturaleza humana. Quiso gritar, atemorizado y timorato, pero notó una extraña circunstancia: su cuerpo era solo etéreo. Por desgracia, Leiter apenas y pudo resistir la presión que sentía en aquella demencial travesía, y todo lo que percibió fue como si una clase de mente ultra poderosa se contrajera infinitamente hasta arrojarlo a un vacío que a la vez era más supremo. Cuando al fin logró controlar mejor sus sentidos astrales y observar con más calma, el horror se apoderó completamente de su mente. Ahí, frente a la pequeña esfera similar a una supernova que lo contenía, se hallaban unos hilos de un tono en absoluto desconocido para las concepciones materiales de los humanos. Describir lo que sintió en tales circunstancias era algo imposible para Leiter, pues, siempre que intentaba levantar la vista, su visión se tornaba borrosa.

–Nos encontramos en el lugar donde se modifican los destinos, donde cualquier cosa es posible, pues absolutamente ninguna absurda ley imperante en cualquier otro universo es relevante, al menos no aquí y ahora –expresó una figura cromática con el cuerpo repleto de vaginas sangrantes que de pronto había aparecido y fungía como un guía.

–¿Es esta la esencia del TODO que impera en el vacío mismo? –inquirió sobresaltado Leiter.

–Podría decirse que es una anomalía –recalcó la siniestra figura, sin abandonar su preocupación–. No sé mucho sobre esto, estamos lidiando con entidades muy lejos de la comprensión de las formas más elevadas de materia y energía, con vibraciones fuera de los eones de cualquier mundo. Lo único que espero es que, al rozarnos alguno de esos tentáculos, si nuestra voluntad es fuerte, podremos llegar al sitio en donde yace tu alma, o al menos lo más similar a tal abstracción.

Entonces, como si de un maremágnum enloquecedor se tratase, aquellos hilos cargados de infinitas convergencias para los múltiples desarrollos de la existencia, que evidentemente representaban una muy vaga y deforme sombra del TODO, comenzaron a retorcerse. Con asombro, Leiter atisbó cómo los destinos de los seres de todos los multiversos eran alterados gracias a la oscuridad que emanaba de sus corazones. ¿Podría ser acaso que dos personas pudiesen encontrarse por algo más que simple casualidad como siempre lo había creído? ¿Acaso la reencarnación de almas emparentadas bajo ciertas circunstancias era la verdad que se parapetaba tras el ensueño efímero de la muerte? ¿Qué debía creer Leiter con tales visiones? ¿Sería solo una entelequia producto de sus comunes desvaríos? ¿Qué tal si en realidad ya estaba muerto y lo que ahora experimentaba eran solo fluctuaciones de una reminiscente esencia vital que se negaba a apagarse y vagaba indefinidamente por los recovecos más estrafalarios de una insania colectiva y proyectada hacia mundos imposibles de dilucidar?

Tantas preguntas surgieron en la mente de Leiter y tan subrepticio fue el roce de uno de aquellos hilos vibratorios que alteraban percepciones espirituales y cósmicas. Su diminuta esfera salió proyectada hacia una membrana sombría y pestilente cuyo hedor se extendía por el éter. Y, mientras caía en aquel innombrable mundo, Leiter solo pudo sentir una efímera conexión, aunque imposible de eliminar. Se trataba de Poljka, pero podía percibir algo más allá de su mera apariencia física, de sus llamativos y profundos ojos lapislázuli, de su sensual cuerpo y sus espectaculares labios. Su forma terrenal era solo un cascarón, al igual que la de todos, pero su interior era la señal del descenso que ahora ellos sufrían. No lo comprendía, aunque, de algún modo, Leiter sintió que su conexión con Poljka provenía de tiempos más vetustos que cualquier impedimento del espacio-tiempo. Casi cuando la esfera se convirtió en fuego, refulgiendo en un cromatismo irreal, sintió desfallecer y perdió el conocimiento, sintiéndose alejado de sí mismo por un vínculo indisociable. Nuevamente sintió como si hubiesen transcurrido épocas inverosímiles antes de despertar y, cuando lo hizo, se hallaba sobre un fétido suelo donde abundaban lagartijas de siete cabezas. A lo lejos se extendían fulgurantes y sublimes pétalos de loto de todos los colores que actuaban como nubes.

–¿Qué es este sitio? ¿Qué pasó con nuestra esfera? Lo último que recuerdo es haber vislumbrado una inefable supernova y haber perdido la consciencia.

–Sí, eso pasó –replicó con modestia el estrafalario guía–. Nosotros construimos este refugio gracias a la elevada semblanza de nuestro interior, pero es momento de abandonar la charla y avanzar. –Si todo ha salido bien y las probabilidades nos han favorecido, entonces este es el lugar al que nos ha traído tu conexión y en donde podremos hallar un sustituto de tu alma.

Y, siendo así, los dos viajeros astrales se pusieron en marcha, contemplando la majestuosidad y excentricidad de todas las formas quiméricas que poblaban aquel mundo. El objetivo era claro y querían evitar cualquier demora. Leiter sentía una palpitación imposible de calmar conforme creía caminar en la dirección correcta hacia su nueva alma. El guía iridiscente se mantenía siempre cauteloso, percibiendo cada mínimo detalle de aquel galimatías espiritual. Fuese real o no, aquel paradisiaco mundo era una delicia. Había enormes ramas que pendían del cielo, el cual a su vez estaba conformado por una capa cromática de las más variadas joyas, todas refulgiendo extraordinariamente. Nunca Leiter se hubiese imaginado tal espectáculo, pues era inefable la variedad de matices que podía apreciar en aquel supuesto cielo coronado por los pétalos de loto multicolor. Pero no solo era la mezcolanza inmarcesible de las joyas iridiscentes que envolvían toda la superficie la que hacía tan singular aquel bucólico lugar, sino el almizcle cuyo desconocido aroma estimulaba regiones imperceptibles en el interior. Podría decirse que se trataba de una fragancia sin igual que, al ser inhalada, proveía una fantástica energía. En general, todo aquel sitio era hermoso y sumamente agradable, como si la pureza y los colores se hubiesen fusionado y hubiesen dado paso a una entelequia incomparable.

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Libro: La Esencia Magnificente


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