Capítulo XXIII (LEM)

Pero algo interrumpió las misantrópicas cuestiones de Leiter, y fue un rugido infernal proveniente de una estrella de cuatro picos alimentada por los lienzos decadentes en el firmamento. Tres soles oscuros centelleaban anómalamente y dos lunas ensangrentadas se derretían bajo el yugo de la estampa malévola. Un tropel de quimeras engusanadas y gangrenadas aparecieron provenientes de una oquedad en aquella extraña dimensión y comenzaron a impactarse contra la estrella. En cada uno de sus cuatro picos podía atisbarse una bola sebosa y vomitiva que palpitaba y cuyo interior se retorcía cual feto. Una conexión importante aconteció, y fue que a estas bolas hediondas y de pésimo aspecto se conectaban cuatro ingentes mangueras carnosas demasiado similares a las que el joven de ojos tristes recordaba con rencor. Tras una breve inspección comprobó que, en efecto, se trataba de las mismas usadas en aquel nefando proceso donde le fue extirpada el alma.

Su vista era una locura, pues ya no podía distinguir como antes los peculiares colores de las auras, sino que ahora todo se mezclaba y se veía opacado por una oscuridad tremenda y más parecida a un intenso y ennegrecido azul índigo. Entonces, subrepticiamente, tres ranas bellamente moteadas aparecieron seguidas de una tercera cuyos matices expelían sensaciones mortales. Leiter sintió de modo abrupto una babel desconcertante de angustia y quedó ensimismado. De aquellas criaturas emanaba una innoble melodía transformada en vibración, pero era sumamente oscura. Lo que lo impresionó fue el color tan encendido que poseían, pues una era rojiza como la grana con bellos ojos azules tan claros como el mar más cristalino. La otra, empero, mostraba una variedad entre verde, anaranjado y amarillo que le sentaba bastante bien; además, su mirada era profunda y con un matiz sombrío que, unido a la manera tan determinada en que fijaba la cabeza, le conferían una imponente atención. Finalmente, la última ranita encajaba con el color predominante, pues era de un azul excesivamente oscuro y orlado de negruzcas manchas atemporales, con los ojos muy atractivos y de forma un tanto más pequeña. Las tres croaban con vehemencia y el sonido producido alteraba a las bocas obscenas, como si existiese una especie de ritmo oculto entre estas entidades enigmáticas.

Cuando Leiter siguió la pista para averiguar de dónde provenían las mangueras carnosas, palideció como nunca en su corta vida, pues pertenecían a la bolsa inmensa y gelatinosa que acaba de emerger del fondo del planeta, de los más insondables abismos. Un olor pestilente podía descifrarse en el aire, aunque eso era nada comparado con el horror que inspiraba aquella blasfemia. De ella, como si se tratase de infinitas extremidades, colgaban las mangueras carnosas batidas de mierda y sangre verdosa, que se contraían y se alargaban siguiendo un ritmo ignoto y también parecían tener voluntad propia. Cuatro de ellas, las más rechonchas y matizadas con tonos que Leiter jamás había conocido en su existencia, se habían conectado a las bolas sebosas situadas en los cuatro extremos de la estrella, la cual a su vez se encontraba entre los soles oscuros y las lunas sangrantes. Las repulsivas quimeras mordiscaban de vez en cuando alguna parte de la bolsa blasfema y despegaban cierto plástico que luego se tornaba en hielo cerúleo.

Las mangueras carnosas y tornasoladas parecían sincronizarse poco a poco con la estrella de cuatro picos, hasta que la ignominiosa bola gelatinosa embonó en ella y la usó como base. Acto seguido, en todo su contorno aparecieron millones de ojos saltones y luminiscentes, similares a aquel que sostenía la dimensión, que explotaban y fulguraban como diminutas supernovas, pero cuyos destellos tampoco pertenecían a la gama de colores que el ojo humano puede identificar. Era todo un espectáculo contemplar a las bocas hablando obscenidades, a las ranas croando de forma espantosa y saltando como locas de un lado a otro y esparciendo oscuridad infame, pero, sobre todo, aquella bolsa repelente lucía imponente. Leiter, desde hacía unos minutos, se había figurado lo que podía estar encerrado en el interior de aquella blasfemia, pero se estremeció ante tal posibilidad. No podía ser posible, ni siquiera quería imaginar lo que pasaría si…

Mientras tanto, el cielo de aquella dimensión se cubría de moscas multicolor que se impregnaban en los huecos que los ojos dejaban tras explotar, creando llagas parecidas a vaginas ulceradas. Las imágenes decadentes no cesaban ni un momento, por el contrario, parecían ir en aumento. Cosa curiosa fue percibir que no solo referían sucesos presentes, sino que almacenaban la asquerosa perfidia de la humanidad a lo largo de la historia, pero parecían ir en reversa. De pronto, el tripolar doctor Lorax retiró la especie de tubo introducido en la cabeza de Leiter y se bebió el contenido.

–Ya entiendo, de eso se trataba –asintió con una sonrisa inexplicable y mostrando una sola faceta.

–¿Qué es lo que ha hecho? ¿Qué significa esto? ¿Acaso es…?

–Digo que ya sé porque sabes acerca del Vicario y de La Máxima Aurora. No me imaginaba que un sobreviviente hubiese escapado a uno de los páramos adimensionales en el Hiper…

–¿Hiper…? Ustedes son malvados, están locos de remate. Yo debo…

–Leiter, cálmate –dijo el doctor Lorax aproximándose a él y dándole un ligero golpe en la mejilla izquierda–, te noto muy confundido y eso me desagrada. Como ya obtuve lo que quería de ti, ahora te devolveré el favor y así estaremos a mano. Todavía quedan algunos minutos antes de que entremos en la fase crítica del ritual, así que saciaré tu curiosidad y te explicaré solo un poco de todo lo que estás viendo. Debo advertirte que necesitarás poner mucha atención porque no pienso repetirte las cosas, pero, como después de esto tú te irás al vacío y nosotros reinaremos, no veo peligro alguno en mencionarte una mínima parte de la verdad, misma que tanto has buscado desde tu ligero despertar.

–¡Maldito! ¿Cómo puede estar tan seguro de lo que pasará?

–¡Je, je, je! Eso es porque nosotros controlamos la existencia y el destino, aunque eso ya deberías saberlo, mi estimado Leiter. Es una pena que tengas que estar aquí y ahora, pero a la vez deberías sentirte orgulloso de ser el humano que contemplará en carne propia La Máxima Aurora y el resurgimiento del Vicario. Ahora bien, proseguiré, como te dije, a rellenar los recovecos de tu mente que he observado.

–Esto no ésta bien, el mundo no puede ser solo una gran mentira como siempre he creído. Debe haber algo más…

–No, te equivocas –sentenció ferozmente el doctor haciendo una extraña seña con su mano izquierda y ocasionando que Leiter escupiera una sustancia negruzca y viscosa–. No hay nada más, este mundo es solo dinero y sexo. Al menos así es como lo hemos diseñado, pero déjame contarte…

Leiter se veía débil e impresionado ante lo que sus ojos vislumbraban; sin embargo, lo estaba todavía más al saberse completamente impotente para hacer frente a la fuerza de proporciones cósmicas que pretendía dominar no solo la existencia, el destino y el espíritu, sino también la muerte.

–Bueno, es curioso –comenzó el doctor Lorax impasible y complacido, tras haber echado un vistazo a sus compañeros, quienes continuaban recitando mantras de la malicia y acomodando la bolsa inicua para la siguiente fase del ritual supremo–, no sé por dónde comenzar. ¡Ah, creo que ya lo tengo! Lo que debes saber antes que nada es que estás solo, ¡completamente solo, Leiter Kichwalk! No tienes absolutamente a nadie de tu lado, pues todos, sin excepción, te han traicionado. Peor aún, jamás estuvieron contigo, solo fue parte del engaño para capturarte en el mejor momento.

–¡Imposible! ¿Todos dice? No lo creo, ¿qué hay de Klopt, Pertwy y…?

Leiter estuvo a punto de mencionar aquel nombre, pero le temblaban los labios como nunca. El solo hecho de concebir que aquella mujer lo hubiese traicionado de verdad, tal y como se lo había contado aquel funesto doctor, lo trastornaba mucho más que todo lo anterior. Se hallaba tan abstraído con el recuerdo de aquellos ojos lapislázuli que creyó, ilusamente, que, si ella no lo había abandonado aún, podría mandar todo al carajo: La Máxima Aurora, La Refulgente Supernova, el Vicario. ¡Que se fuera al demonio todo eso! Si Poljka podía quererlo, eso le era más que suficiente. Sin embargo, de inmediato rechazó estos nefandos pensamientos, debía ser una estratagema de la pseudorealidad para obligarlo a abandonar la lucha. Pero era tan poderoso, tan fuerte el crujido en su cabeza, que no conseguía aquietar su agitación. ¿Qué más daba si conseguía ser feliz con aquella mujer? De todos modos, la existencia seguiría siendo un absurdo, esos sujetos continuarían con sus prácticas anómalas y esotéricas, la realidad se envilecería más que nunca y se consagraría la mentira por los pocos o muchos siglos que le restasen a este maldita corrupción humana. ¿No era entonces el momento en que debía decidir si continuar la pelea o resignarse? Si Poljka apareciese y le ofreciese renunciar a todo para irse muy lejos con ella, ¿qué elegiría? ¡Imposible, impensable! La pseudorealidad jugaba con su mente otra vez.

–Luces pensativo, pero debes saber que nada está oculto para el ojo luminiscente de la verdad –lo interrumpió con ironía el doctor Lorax–. Sé de la figura que aparece en tu interior y es una lástima. Pero sí, ella también te traicionó…

–¡Mentira, sería incapaz! –arremetió Leiter, quien se notaba cada vez más perturbado ante el galimatías que acontecía a su alrededor–. Ella no pudo, no lo creo… Usted dice solo argucias, al igual que toda su secta. Nada de esto es real, no quiero creer en algo así. Poljka no pudo haberme dado la espalda, yo sentía algo por ella y sé que era mutuo.

–¿Estás seguro, Leiter? Lamento decepcionarte, pero tengo ciertas dudas acerca de esos sentimientos concomitantes. ¿Sabes algo? Nosotros también hemos tenido ciertos avances con respecto a esa parte en el interior del ser, comprendemos mucho más de lo que te imaginas, más de lo que la psicología moderna y demás ciencias relacionadas con la conducta humana han dado a conocer. Y verás –prosiguió el doctor Lorax con una serenidad determinante–, sabemos la manera en que podemos fracturar personalidades, algo similar a lo que hice contigo, pero, en este caso, el proceso no se completa, solo se comienza. Con ello, las personas pueden llegar a confundir sus emociones; esto es, creen experimentar sentimientos: amor, amistad, compasión, simpatía, cariño, odio, repugnancia, venganza, entre otros. Sean positivos o negativos, para bien o para mal, es una ilusión solamente, causada por las alteraciones psicológicas que nosotros decidimos hacer en su pisque. Así, ellos sienten, o creen sentir, lo que a nuestros intereses conviene. No te sientas mal por esto, pues es algo que casi todos ignoran, pero tan cierto como el dominio que tenemos sobre lo tangible. ¿Te imaginas una herramienta así? Poder modelar la conducta y hacer que los humanos sientan lo que nosotros queremos. Sin duda, deberías considerarte afortunado por ser uno de los escasos monos a quienes les ha sido revelada esta información.

–¡Bribones descorazonados! De modo que no les basta con controlar nuestra mente, sino que también se infiltran en nuestros sentimientos.

–¡Je, je, je! Todavía me causa gracia tu torpe actitud –dijo el doctor riendo copiosamente–. No sé por qué continúas sorprendiéndote, es curioso que alguien como tú, quien seguramente ya sabe de lo que le estoy hablando, se irrite así. ¿Leíste, además, los escritos de ese lunático investigador? Entonces no hay nada que yo pueda enseñarte.

–¿Quién? ¿Acaso se refiere a Bolyai? ¿Es él de quien me está hablando?

–Por supuesto, ¿qué otro alienado además de ti podría interesarse por darle la contra a lo inexpugnable? Son solo un par de pobres diablos, tan engañados y similares. Tal vez me anime a contarte cierto secreto.

–Usted conoció a Bolyai, ¿cierto? ¿Por qué lo traicionó? ¿Por qué hizo eso?

–Parece ser que las mentiras en que las que crees no tienen límites.

–Ustedes son los labradores de todas estas falacias, no yo.

–Claro que no, pero el hecho es que eso ya no importa. Me has divertido con lo que crees, la facilidad con que adoptas como axiomas las más inmensas falacias me consterna aún, y por eso te contaré un secreto que hasta ahora solo yo sé… –exclamó el doctor adoptando una actitud todavía más incisiva–. Primeramente, terminaré de hablarte sobre ellos, los que creías tus amigos.

Leiter intentó moverse, pero la telequinesis que lo inmovilizaba no había disminuido en lo más mínimo. Colegió que aquella energía tan potente provenía del tercer ojo del doctor Lorax, y pensó que, si conseguía cegarlo, aunque fuese por muy poco, podría liberarse. Desde luego que hacerlo era mucho más complicado que decirlo. Además, un punzante dolor lo taladraba desde dentro, y su cuerpo se movería torpemente. Había comenzado a dudar sobre su verdadera alma y si lo que vivió con el extraño guía de las vaginas sangrantes no fue sino una ilusión. La cabeza le daba vueltas de manera horrorosa y el críptico paisaje no ayudaba a calmar su estremecimiento. ¿De dónde había salido aquel maremágnum de pesadilla? ¿Qué eran esos tres soles oscuros, las dos lunas ensangrentadas, las tres ranas de matices singulares, aquella bolsa malsana con infinitas mangueras carnosas, las bolas sebosas en los picos de la estrella, el agujero abismal, el recinto subterráneo con sus aciagos departamentos desde donde se controlaba el mundo, sectas, rituales, ese ser evolucionado al querían robar su poder llamado el Vicario? ¿Cómo demonios su vida había convergido hasta esos momentos?

–Todos te traicionaron –prosiguió el doctor interrumpiendo el monólogo de Leiter–, en verdad me das lástima. No te sientas tan mal, a todos tuvimos que lavarles el cerebro para que renunciaran a su anterior yo. Eso es honorable, ¿no lo crees así? Digamos que sabes elegir bien a tus amistades, pues ninguno aceptó el dinero que les ofrecimos. Se mostraron tan fieles hacia ti, y eso que recién los habías conocido. No obstante, has de entender que nuestros métodos son sumamente precisos y extenuantes cuando la situación así lo demanda. Su resistencia era fuerte, empero sus almas de lo más insignificantes. Salvo ella, de quien hablaremos a continuación. Pero veamos el caso de Klopt, por ejemplo, que fue un tanto grotesco.

–No te permito que hables de él, tú ya no eres del mismo doctor Lorax que conocí al entrar aquí… ¡Eres un monstruo! No te tendré compasión.

–¡Je, je, je! ¿Compasión? ¡Qué ingenuo! Veo que aún no renuncias a tus odiosos planes, no importa –tras calmarse un poco, el doctor continuó–. En fin, Klopt fue el más fácil de todos, y me gusta mencionártelo puesto que era el más débil espiritualmente. Afirmaba que comenzaba a despertar porque se enteró de unas cuántas teorías de conspiración en internet o por meras habladurías. Era un excéntrico, paranoico consumado, y su destrucción no pudo haber sido más justa. Creía en la contaminación de los alimentos, el esparcimiento de químicos en el aire, el control del clima, entre otros, pero nunca tuvo certeza de nada. Pobre diablo, si hubieras visto su expresión cuando fracturamos su endeble espíritu. No fue ni por mucho un reto, cedió ante los primeros intentos. Solo era apariencia, quería llamar la atención de las chicas contándoles sus tonterías. En realidad, sujetos como él los hay a granel allá afuera; por desgracia, él estaba aquí dentro, y comenzaba a molestarnos su influencia. Hubiera sido preferible que permaneciera ignorante como cuando ingresó, cuando adoraba la ciencia y era siervo de la investigación. Pero no, tuvo que conocerte y embriagarse de ti, creyó en tus palabras y lograste sembrar en él algo inaudito: la duda. Aunque, ciertamente, jamás consiguió un auténtico despertar. Pudimos haberlo dejado andar por ahí, era un imbécil, pero no hubiese sido lo correcto. ¡Ah, lo olvidaba, una cosa más! Debes saber que Klopt era homosexual… Y sí, ¡el pobre ingenuo estaba enamorado de ti! Nosotros lo espiábamos naturalmente, como lo hacemos con todos. Nada yace vetado para el ojo de la verdad, excepto su misma esencia. Él se metía un pepino en el ano cada noche e imaginaba que eras tú, tenía toda clase de fantasías contigo. Siendo así, podrías darnos las gracias, pues te quitamos un peso de encima.

Leiter no acertó a mencionar palabra alguna, estaba absorto. ¿Cómo rayos podían existir seres tan viles como ellos? ¿Qué les confería el poder para jugar con la vida de los humanos? Cierto es que ésta era tan trivial, pero al menos… ¡Maldita sea! ¿Qué hacer? ¿Cómo darle la contra a tan poderosa secta? Ellos tenían todo planeado, quién sabe desde hace cuánto. Él no era sino un insecto a su lado.

–Así es, menos que eso –replicó el doctor Lorax sonriente–, no olvides que puedo leer tu mente perfectamente. Bueno, tú ya conoces el desenlace de Klopt, así que ningún caso tiene continuar hablando de ese idiota. Otro caso interesante fue Pertwy, ese adorador del misticismo a quien yo mismo me encargué de fulminar.

El doctor Lorax chasqueó sus dedos, ante lo cual apareció, a unos cuántos metros de Leiter, el mismísimo Pertwy. Sin embargo, fue bestial y ominosa su contemplación, pues todo su cuerpo estaba repleto de llagas a través de las cuales pululaban chinches gigantescas y negruzcas. Sus cuatro extremidades se hallaban gangrenadas y destrozadas, sus ojos habían sido reemplazados por testículos de alguna criatura peluda y en su boca sostenía un pito con infinitas agujas clavadas y úlceras. En su abdomen había una inscripción que decía: “No se puede esconder la verdad, a menos que ella misma decida hacerlo”. Estaba muerto, o eso creyó Leiter, quien no podía asimilar lo que sus ojos atisbaban.

–Este tonto resultó ligeramente más complicado que Klopt, pero nada del otro mundo. Hemos lidiado con casos así y no representó un enigma –intervino el doctor frotándose su tercer ojo–. Siempre fue raro, le pusimos excesiva atención desde antes de traerlo aquí, pues, como sabes, a todos ustedes los estudiamos previamente. Entonces nos juntamos todos los miembros de la orden y decidimos quienes representaban algún peligro, y quienes vendrían solo a convertirse en parte del adorable rebaño. Te diré, nuestra estrategia consiste en elegir personalidades de ambos bandos, tanto aquellos cuya alma es en extremo débil o de plano carecen de ella, como aquellos cuyo poder nos interesa. La mayoría, a tu edad, ya han perdido el alma, la mente y los sueños, por lo tanto, sujetos como tú resultan muy interesantes, pues su energía, gracias al proceso de inversión diseñado por mí, puede cebar increíblemente el capullo que miras allá arriba. En fin, prosigamos… Pertwy se mostraba callado y evadía nuestras insinuaciones. Supimos, infiltrándonos en su mente, que había sido violado en una orgía de sacerdotes en su pueblo natal, lo cual explicaba su conducta trémula y su aflicción tan honda. Además, sus padres lo obligaban a estudiar el catecismo y eran cristianos consagrados. Pertwy llegó a odiar el cristianismo y se refugió en la lectura. Con el tiempo, se forjó una idea suculenta: las religiones habían corrompido el verdadero mensaje de sus iniciadores. Fue avezada esta reflexión considerando que el pobre había enloquecido hace tanto. Los sucesos horripilantes de su vida fueron utilizados para proyectar las imágenes.

–No puede ser… –musitó Leiter anonadado.

–Sí, sí puede y, de hecho, así fue. ¿Sabes, Leiter? Tenemos la peculiaridad de poder aprovechar la información a nuestra disposición como mejor nos plazca. Esa es una de nuestras principales ventajas, aunque es raro que, con tu avispada actitud y lo que has conseguido averiguar, siempre bajo nuestra supervisión, pongas esa cara de idiota.

Y es que, en efecto, Leiter tenía cara de un sujeto que recién ha sido vapuleado desde todas las perspectivas imaginadas. Tal vez no eran las asquerosas palabras de aquel doctor las que lo sometían a intrincadas querellas, sino un pensamiento: toda su vida, absolutamente toda sin ninguna excepción, había sido una mentira. Ya lo atisbaba, lo había saboreado tanto tiempo atrás, pero se negaba a creerlo. Mantenía la endeble esperanza de que hubiera un mínimo porcentaje de error, algo que no estuviese contaminado con la barbarie de la pseudorealidad. Ahora, sabía que era una guerra concluyentemente perdida. Desde su nacimiento se le había preparado para aceptar lo que ahora rechazaba con vehemencia. Sí, habían fracasado en el acto de acondicionarlo durante su infancia y adolescencia.

Desde sus padres hasta sus profesores, todos indudablemente víctimas de una malsana treta que buscaba perpetuar la decadencia en las nuevas esencias como él, quien había resistido, apenas, al conjunto de pestilencia que a todos envolvía irremediablemente; no obstante, ya no existía salvación, no quedaba lugar hacia dónde ir. Se cumplía lo que más temía, pues, en efecto, su existencia había sido y sería por siempre un engaño y un sinsentido. Ellos habían ganado, habían conseguido exprimirlo y manejarlo como un títere más. ¿Qué caso tenía seguir oponiéndose a lo inevitable? El humano seguiría corrompiéndose y viviendo tan estúpidamente como hasta ahora, y él, siendo una minoría de uno, tendría que recurrir al suicidio para hallar paz. ¡Un momento! Si ellos conseguían el objetivo que se planteaban… Leiter, aterrado y pálido, recordó el verdadero fin de La Refulgente Supernova: domeñar la muerte para envilecer el ciclo y cerrar todas las puertas.

–Y bien, veo que ya comprendes el punto –interpeló el doctor Lorax con su característica distorsión de voces en el interior–. Así es, Leiter, a todos los estudiamos. Tú atrajiste nuestra atención, pero Pertwy era un estorbo. Nos valimos de sus vivencias, como decía, para atacarlo donde mejor oportunidad tuviéramos. Por consiguiente, dado que él rechazaba las religiones por creerlas mera hipocresía y pregonaba que habían ensuciado la verdadera enseñanza de sus maestros, nos centramos en ese punto. Además, el cerval odio hacia el sacerdocio, aunque olvidado y encerrado en una parte oculta de su psique y en apariencia difuminado, lo oprimía más de lo que se imaginaba. Así pasa siempre con esa clase de sucesos, lo que más se detesta y se cree haber arrojado fuera de nosotros es lo que más pesa en nuestras acciones, aunque se halle cobijado bajo la percepción moldeada. Es interesante que, con todas sus limitaciones, aquel tunante se inclinase tanto hacia el ostracismo y la vida ascética, mostrando condiciones que en su momento llegaron a impresionarnos, tales como un estricto ayuno y un alejamiento total de la banalidad, abstención de la masturbación y oración sincera. Por supuesto, nada que no pudiéramos manejar. Lo analizamos y concluimos que sería la oportunidad perfecta para emplear nuestro implante de proyección holográfica espiritual. En él, para que estés al tanto, nos valemos de las más avanzadas técnicas científicas y esotéricas para mostrar supuestas apariciones de santos, maestros, mesías, iniciados, estigmatizados, vírgenes, dioses, entre otros. También las posesiones y aparentes distorsiones espirituales las controlamos con métodos similares, por si te quedaba duda. Y bueno, con este proyecto, en alianza con los líderes religiosos y políticos de distintas comunidades y corrientes de pensamiento, hemos conseguido amasar una ingente fortuna y atontar a cantidad inimaginable de gente. Lo único que necesitamos es sembrar pánico, ocasionar desastres naturales con otra herramienta poderosísima que está bajo nuestro cargo, y listo, ellos nos adorarán sin sospechar que están rezándole a una ilusión, un vil holograma plasmado y configurado para corresponderse con lo que el rebaño tiene como sagrado en su estupidez. Con Pertwy aconteció algo similar, ya que había decidido apartarse y darles la espalda a las cosas en que la mayoría del vulgo cae con facilidad; sin embargo, recurrimos a este aspecto místico-holográfico, y fue muy fácil dominarlo. La reflexión que quiero hacer notar no es tanto el fin de ese sujeto, al cual yo mismo me encargué de aplastar en su mísera cueva, sino el ineluctable hecho de que lo sabemos todo acerca de los absurdos monos y estudiamos perfectamente cualquier perfil. Nadie ni nada nos es ajeno, nosotros siempre hallamos el modo de moldear a cualquier ser, de una manera u otra. Algunos caen con lo más simple, a otros los trabajamos un tanto más. Puede ser mediante la televisión, el celular, las redes sociales, la computadora, el internet, las películas, las series, la música, el fútbol, las fiestas, los antros, el alcohol, el cigarro, las drogas, la comida, la religión y hasta la ciencia y el amor son nuestras mejores argucias para encerrar al mono en la pseudorealidad. Todo lo hacemos con el fin de extraer sus almas sin que ellos lo noten, y de que se sientan felices y a gusto en su propia miseria. Esto, empero, nos ha resultado demasiado fácil dada la vileza natural en la que el humano, por cuenta propia, se ha sumergido. Toda la energía negativa que hemos almacenado, y la positiva invertida, finalmente serán absorbidas para purificar la realidad y honrar la verdad. Él despertará después de eones dormido, el Vicario se deslizará por el espiral sagrado y nosotros nos valdremos de su majestuoso vínculo con la divinidad hermafrodita y el éter inmaculado.

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Libro: La Esencia Magnificente


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