Capítulo XXVII (EEM)

Mientras yo proseguía con mi estado inmutable y casi suicida en el que la supuesta dualidad con la que estaba marcado me torturaba cada vez con mayor vigor, resultó que al condominio putrefacto donde me hundía en mi miseria llegó un nuevo inquilino. Curiosamente, mi encuentro con él fue más pronto de lo que esperaba, en una de aquellas tardes absurdas en las que regresaba del trabajo detestando al mundo y a mí mismo, como siempre. Me pareció muy peculiar que se sentase en un pedazo de piedra que estaba ubicado frente al parque donde niños y ancianos sin sentido perdían el tiempo.

Me acerqué a él y, como la piedra era lo bastante larga, me coloqué en el otro extremo. Me había llamado la atención su aspecto turbulento, ojeroso y melancólico; notaba en él no sé qué cosa que me estremecía un poco. De nuevo un sujeto que alteraba mi habitual indiferencia, como Volmta en su momento, quien, por cierto, seguía desaparecido, y quizás así estaba mejor. Como sea, me acerqué al nuevo inquilino, el cual se había instalado en el cuarto piso, ya que era donde la luz se apagaba más tarde y él así lo quería. En cuanto le hablé supe que había una conexión misteriosa entre nosotros…

–Hola, qué tal.

–Hola –respondió serenamente.

–Eres nuevo por aquí, ¿eh?

–Sí, hace un par de días que decidí hospedarme en el condominio once de la calle Miraluz. Este parque queda cerca, así que vengo desde el primer día.

–Ya veo, entiendo… Y ¿qué te hace venir a este parque?

–Realmente no lo sé. A veces solo salgo y doy largas caminatas o reflexiono. Cuando se hace de noche ya no hay muchas personas, así que es un buen lugar para estar solo. En ocasiones, se puede ver algunos ancianos tristes que se sientan recordando viejas épocas o amores perdidos. ¡Ah, sí! También hay bastantes suicidas.

–¿Suicidas dices?

–Sí, así es. Generalmente pasan por aquí y toman el camino que conduce a las afueras de la ciudad. Supongo que se matan en el tramo boscoso y solitario.

–¿Cómo sabes que son suicidas?

–Es fácil reconocer a alguien que está desesperado por morir. En su mayoría, los seres de este mundo quieren vivir, luchan y se empecinan en ello, ponen su mayor esfuerzo en sus actividades y metas absurdas. Pero, cuando encuentras a alguien diferente, únicamente necesitas una mirada para deducir que esa persona quiere morir.

Pensé que, en todo caso, ese curioso sujeto ya habría deducido que yo era uno de esos que no querían vivir, así que no vi sentido en ocultar mis convicciones.

–Parece que tenemos pensamientos similares.

–Sí, por tu semblante así lo creo.

Permanecimos en silencio, una belleza extraña fluía en mi interior. Era increíble que al fin pudiera hablar con alguien parecido a mí.

–¿Tú también habitas en el condominio once?

–Sí, así es. Yo rento en el segundo piso, creo que es el más sucio de todos.

–Bueno, eso es indiferente, ¿no?

–Sí, claro que lo es. El lugar es lo de menos cuando…

–¿Cuándo has decidido detestar el mundo y esperar la mejor oportunidad para morir?

–Sí, tú pareces entender.

–Algo así. Cuando te acercaste supuse que serías diferente al resto, y no me equivoqué.

–Veo que tú también lo eres.

–En realidad, es solo una suposición. Decir que eres diferente al resto es contradictorio. Si nos ponemos a pensar profundamente, nada ni nadie lo es. Lo que quiero decir es que todo este mundo está podrido por igual. Desde luego, nosotros también nos pudrimos con él, porque odiamos y a la vez amamos nuestra humanidad.

No sé por qué, pero tuve la convicción de estar hablando conmigo mismo. Era como un espejo donde podía atisbar mi esencia en un traje diferente.

–¿Esa es la marca de la dualidad? –inquirí con inquietud.

–Algo así. ¿A ti también te han hablado de eso?

–Sí, algunas personas, pero es extraño.

–Sí, yo tampoco lo entiendo muy bien.

–Y ¿cómo te enteraste de esa supuesta marca?

–Fácil: inspeccioné un poco dentro de mí. En principio, suena complicado, pero luego se torna más llevadero. Algunas personas somos así, nos identificamos con lo que detestamos. Los marcados suelen vivir en gran contradicción con el mundo y con ellos mismos, llevan a cabo una intensa y agobiante búsqueda espiritual e intelectual, pero terminan como el resto: acabados y de la peor manera. Estos sujetos van y vienen de un extremo a otro en sus emociones y percepciones. Digamos que el bien y el mal se funden en sus corazones moribundos y carcomidos. Tanto pueden llegar a razonamientos profundos y místicos, como pueden hundirse en la embriaguez, el juego, las mujeres y demás vicios. Pero todo eso es solo pasajero, externo, incluso atemporal. Son seres que requieren de lo que la humanidad consideraría malo para elevarse por encima de sus limitaciones. Puede sonar ridículo y hasta absurdo, porque eso nos han enseñado y eso hemos decidido creer como verdad. Por desgracia, yo también me hallo perdido. Digamos que soy solo otra alma mancillada por la agonía de vivir.

–Los marcados, la dualidad, la contradicción… ¡Qué intrincado! Pero dime, ¿acaso es que tú también quieres suicidarte?

–Y ¿por qué no? ¿Quién que intuyera el sinsentido de este mundo no querría suicidarse? Mira a las personas que quieren vivir: son todas iguales, estúpidas y banales. Pero los que quieren matarse de verdad y por una razón suprema están siendo torturados. Aquellos que se han cuestionado y que han buscado, que han pensado todo y han descubierto la verdad más elevada dentro de uno mismo; esos son minoría, pero son sublimes y quieren morir.

–¿La verdad más elevada?

–Sí. Desde luego que la verdad es personal e infinita, pero sé que lo sabes tan bien como yo.

–¿Qué cosa? ¿Acaso… que todo es absurdo?

–Definitivamente lo sabes.

–Pero la humanidad…, yo entonces…

–Te sientes solo y estás ansioso por quitarte la vida, pero no, no estás equivocado, no del todo. La humanidad está engañada, aunque quizá ni siquiera ellos mismos lo sepan. Siempre es necesario engañarse un poco al menos para soportar esta absurda vida. Es como olvidar que estás vivo para seguir viviendo. Ese es el antídoto para permanecer vivo careciendo de un motivo para ello. Al menos, creo no equivocarme por ahora. Incluso, si la existencia misma tuviera un sentido, la manera en la que los humanos viven actualmente es una estupidez. El mundo es un lugar horrible, lleno de avaricia, materialismo, blasfemia, perversión y humanidad, pero para la gran mayoría así está bien. Ellos continuarán viviendo y reproduciéndose porque así les ha sido inculcado, y tú no podrás cambiarlos jamás. Incluso, tú no podrás cambiarte a ti mismo, porque eres humano y tienes pensamientos humanos.

–¿Cómo evolucionar entonces? ¿Cómo trascender?

–Quizás es imposible… Dime, ¿hay alguna diferencia realmente entre irse por las noches a embriagarse y enredarse con putas, o pasársela embobado con videojuegos, o permanecer estudiando arduamente? Todo este mundo es solo una ignominiosa paradoja. Piénsalo, todo está controlado y las personas se han acostumbrado a su propia miseria. Mientras se tenga para comer y divertirse, nada más importa. Hay pobreza y guerra, pero esto también es necesario para que el mundo funcione. Son los impulsos de la humanidad lo que hace que las personas se sientan más vivas que nunca. Matar a otros es exquisito, pero matarse a uno mismo espiritualmente es casi imposible.

–Comprendo… Yo mismo me hallo en un limbo así. Antes estudiaba bastante, ponía empeño en la escuela, quería vivir y hacer muchas cosas. También leía y, como cualquier imbécil, quería cambiar el mundo. Me informaba de todas las corrientes de pensamiento en los diversos senderos. Me interesaba por la espiritualidad y la lectura, por el arte y la ciencia. Pero luego, de manera trágica, todo acabó. Poco a poco me sumergí en un agujero, cada vez siendo más pesimista y absurdo, descartando cada actividad por considerarla un desperdicio. Así es como llegué a estar vacío y sentirme perdido y desesperado en una vida que no quería llevar a cabo. Ahora detesto existir, me atormento cada día y tengo miedo, pues sé que solo resta un camino: el suicidio.

–Tal parece que tienes razón. Me ha gustado platicar contigo. Por cierto, me llamo Arik, y soy poeta.

–Poeta, ¿de verdad lo eres?

–Sí, pero no se lo digas a nadie. Será un secreto entre tú y yo.

–Y ¿cómo es que vives? Tú sabes que la poesía, hoy en día, bueno…

–Sí, lo sé. Pero trabajo como profesor de filosofía. No gano mucho, pero lo suficiente para sobrevivir.

–Comprendo… Entonces también estudiaste y todo eso.

–Así es. Pasé por esa farsa del sistema educativo, pero no había elección. Mis padres me mantuvieron y, como estoy en este mundo asqueroso, debía estudiar para ganarme la vida. O, al menos, la poca que estuviese dispuesto a llevar a cabo.

–Lo sé, me pasó algo igual. Yo estudié matemáticas cuando quería vivir, pero luego todo se fue al carajo. Aunque, ciertamente, gracias a eso tengo un trabajo en una oficina.

–Supongo que te va bien.

–Sí, supongo. Pero no me interesa el dinero. De hecho, me da asco todo lo que hago y lo que soy, esa es la verdad. Detesto despertar y tener que vivir, ir al trabajo y tolerar a mis compañeros con sus absurdas pláticas. Y luego regresar a mi departamento para hundirme en mi miseria, ideando la mejor manera de acabar conmigo mismo.

–Te entiendo, vivir es horrible. Antes solía enojarme con las personas por ser tan estúpidas, ahora lo soporto y hasta soy capaz de perdonar su estupidez. Lo que pienso es que, después de todo, ellos no lo comprenden. Es como vivir en planos separados, ¿no crees? La supuesta razón en la que basan sus vidas no es sino una pestilente mentira perfectamente confeccionada para ser creíble.

–Entonces ¿cómo le haces para seguir viviendo?

–Olvidar que lo hago. Y ¿tú? ¿Cómo es que soportas esta existencia miserable?

–Creo que igual. A veces creo que vivir o morir es lo mismo. Es extraño, pues, aunque deseo morir y deposito mis esperanzas de librarme de esta miseria en la muerte, tampoco tengo la certeza… De hecho, no la tengo de nada. Por eso me es indiferente casi todo, porque cualquier cosa ha perdido su sentido, y es frustrante continuar así. Nada me importa ni me interesa realmente, es como estar aquí y no estar al mismo tiempo. Quizá por eso me embriago, soy vil, me acuesto con putas y, en fin, me da igual ya todo, porque, en el fondo, me siento más muerto que vivo. Es una tontería, pues nunca he estado muerto, pero supongo que así debe sentirse.

–Tal vez. Tampoco podemos tener la certeza de que somos reales o de que esto es vivir, pues solo lo sabemos dentro de los conceptos mundanos que nos han enseñado.

–Sí, es cierto.

–Y ¿qué más haces además de trabajar? –cuestionó Arik, como intentando escabullirse en mi verdadero yo.

–La verdad: nada. Hasta hace poco leía, pero dejó de tener sentido. Practicaba artes marciales, pero las dejé por la misma razón. También he querido escribir, es solo que… Sinceramente, no he estado de humor, y tampoco sé si sea bueno lo que plasme. Además, en caso de tener éxito, me molestaría pensar cuán mundanas serían mis obras para gustarle a los humanos… Pero tal vez lo haga, al menos así todo sería más llevadero. Por ahora, lo que hago es salir y olvidarme de mí mismo. Ya sabes, beber como un cerdo y entregarme a los vicios que mejor denotan la naturaleza humana: el juego y el sexo.

–¡Ja, ja! Sí, comprendo. Por eso estás tan desesperado. Verdaderamente llevas la marca, de eso no hay duda. La dualidad es el símbolo mediante el cual intentas conocerte. ¿Sabes algo? Podría decirte que no hicieras esto o aquello, que no bebieras ni te acostaras con putas, pero realmente no encuentro motivo alguno para ello.

–De cualquier manera, ser bueno o malo es indiferente. El mundo no cambiará por ello, y nosotros moriremos siendo solo insignificantes seres que se atormentaron de más.

–Es probable. A todo esto ¿cómo te llamas? –preguntó Arik, estrechándome la mano.

–Lehnik. Aunque mi nombre no me gusta mucho.

–Naturalmente.

–Entonces eres poeta…

–Sí, supongo. Eso es lo que creo ser, mejor dicho.

–Sería bueno leer algunos de tus poemas.

–El punto es que…

–¿Eres de esos a los que no les gusta mostrar sus obras al resto? –le interrumpí pensando que eso diría, pero erré.

–No, no es eso. Es algo complicado… Me agradas, podría contártelo en otro momento, es una historia un tanto trágica… En resumen, solo le he escrito a una persona, y no sé si estoy preparado para mostrarle a alguien más mis poemas. Pero vivimos en el mismo condominio, yo estoy en el cuarto piso. Puedes visitarme y ya veremos, aunque casi nunca estoy. Me fastidia un poco estar en mi habitación, porque lo único que hago es pensar en suicidarme.

–¡Vaya coincidencia! ¡A mí me pasa igual! –expresé con una sonrisa melancólica–. Pero prefiero estar ahí encerrado que salir y ver a las personas.

–Bueno, a veces no es tan malo. Supongo que, al igual que tú, tengo mi propia dualidad. En fin, ha sido interesante… Espero encontrarte un día de estos. Por ahora tengo que irme, necesito estar solo.

–Sí, desde luego, adelante.

–Bueno, hasta pronto.

Y se fue tan repentinamente como había aparecido. Yo me quedé ahí observando el paisaje, pero me fue imposible soportar a todas esas personas y me asqueé. Resolví retornar a mi habitación y tirarme en la cama para olvidarme de todo. Por desgracia, no conseguí dormir, aunque la idea de tener un amigo poeta que padecía más o menos el mismo malestar que yo me ayudó a calmarme. Posiblemente, aunque fueran pocos, había seres en este mundo que también odiaban vivir y que despreciaban la manera en que el rebaño lo hacía. Sin embargo, yo mismo era parte del rebaño. Yo era solo un imbécil, un granuja sin principios que se embriaga y pagaba por sexo. En fin, en mi mente divagaba una día: era tan extraño ser yo.

Otra vez me sentía harto de todo, especialmente de mí mismo. De hecho, ser yo se había convertido en un infierno. Mi cabeza no me obedecía y me pudría en la más sórdida inutilidad. De escribir no sabía nada, de leer y practicar algún deporte tampoco. Me hallaba solo y sin deseos de contacto humano, anhelando la muerte y temiéndola a la vez. Del poeta Arik no había ni el menor rastro. Su puerta estaba siempre cerrada y la luz apagada, al parecer se hundía en largas caminatas por el tramo boscoso que daba a las afueras de la ciudad. Quizás eso le ayudaba a escribir, pero al menos debía mostrarme algún poema. Mi relación con Akriza se había tornado realmente insoportable, pues continuaba enviándole algunas cartas que nunca eran respondidas y, según se decía, se había vuelto loca, pues ahora se le veía en los baños haciendo quién sabe qué porquerías y obligando a su hija a prostituirse para poder alimentarse.

Se decía, además, que el señor Golpin las había abandonado en pésimas condiciones, y que la pobre mujer amaba tanto a su esposo que había jurado no entregarse a nadie más en matrimonio. Por otra parte, un nuevo acontecimiento se presentó hace unos días: Virgil, aquella mujer obsesionada conmigo y cuya madre terminó en tan deplorables condiciones, venía cada noche y me solicitaba de la manera más exigente sexo. Me enteré de que se había vuelto más liberal y que ahora se le veía salir con hombres de la peor calaña, pero mis relaciones con ella eran de lo más indiferentes, pues incluso en la intimidad hablábamos poco y ella se retiraba tan pronto como tragaba mi semen. Lo que sí puedo decir es que estaba más caliente que nunca y me dejaba bastante agotado.

Mi existencia era más monótona que nunca, reducida a trabajar y pensar en mi inutilidad, además de comer y dormir. Estaba seguro de que este año, próximo a terminar en un par de meses, me mataría al fin. Ahora ya iba diario a follarme a alguna puta y bebía como un demente, pues solo así soportaba seguir viviendo. Y, aunque era tonto pagar por sexo puesto que Virgil me entregaba su culo desabrido cada noche, también era divertido. Desde hacía tiempo no usaba condón y me era indiferente contagiarme de cualquier enfermedad sexual o esparcirla. Yo le advertí de esto a Virgil, pero le importó un rábano y, además, me pedía exclusivamente que le diera por atrás y que terminase siempre tres veces. La primera en sus nalgas, la segunda en su boca y la tercera en sus oídos, cosa bastante rara, pero que la excitaba como un demonio. Como yo la evitaba siempre que podía fuera de la cama, no sabía gran cosa de ella.

Por la tarde llovió intensamente, y resultó que alguien me había buscado repetidamente en el día. Yo había estado más ocupado que de costumbre y me sentía fastidiado, con deseos de beber y olvidarme de mí mismo. Últimamente el deseo de escribir había menguado en gran medida.

–¡Oye, muchacho! –dijo la dueña del condominio en cuanto entré–. ¿Cómo estás? Veo que vienes empapado, pero la gente joven como tú no se enferma.

–Hola. Sí, al menos la gente que quiere vivir –repliqué sin darle mucha importancia a la anciana.

–Una mujer ha venido a buscarte repetidamente, parecía una loca.

–¿Qué dice? ¿Una mujer?

–Mira, sabes muy bien que es muy tu problema lo que hagas de tu vida privada, pues yo no les pongo reglas aquí. Pero, por favor, arregla tus inconvenientes lejos, muy lejos.

–Lo lamento, señora Dejon –dije mientras intentaba averiguar quién podría ser, acaso Virgil, pero…

–Y no, no es Virgil –replicó con su voz pestilente la señora Dejon, como si me leyera la mente–. Conozco las nuevas mañas de esa perdida, sé perfectamente que desde que su madre murió se trastornó. Ahora se ha hecho a esas nuevas doctrinas liberales y hasta creo que es nihilista, pues nada parece detenerla. La otra vez platiqué con ella y es el diablo en persona, si supieras lo que me contó la muy engreída. Pero no, ella no es la que te ha estado buscando tan repetidamente. Déjame ver, te la describiré…

Pero precisamente en ese momento llamaron a la vieja puerta del condominio y, a través de la tormenta, vislumbré una sombra; debía tratarse de ella. La señora Dejon, aunque arruinada por una sífilis mal tratada, aún tenía la fuerza para caminar aprisa y abrir antes de que yo lo hiciera. En verdad era bastante graciosa y hasta resultaba a veces agradable platicar con ella. La verdad es que me la habría podido follar todavía, pues algunas prostitutas de la avenida Astraspheris tenían su misma edad y mucho peor ver, y me las había tirado solo por gusto. En ocasiones, tenía esa necesidad: cogerme a mujeres muy entradas en años. Esto iba más allá de un deseo, se tornaba en una obsesión que taladraba mi cabeza. Sentir esa vagina arrugada y esos senos caídos, ese sabor a vejez inmunda y a estupidez acrecentada, porque precisamente los ancianos me parecían los más idiotas de todos los humanos, y, en fin, la pura idea de fornicar con alguien que pudiera ser mi abuela me llevaba al delirio. La única forma en la que creía experimentar una sensación similar era cuando me masturbaba pensando en Akriza, cosa que por algún motivo siniestro me provocaba eyaculaciones sumamente poderosas. Pensaba que quizás estuviese enamorado de ella, que el hecho de que se entregase a cualquiera menos a mí y de que le encantase comer mierda la hacían tan única y excitante.

Todo eso lo pensé tan raudamente que, cuando la señora Dejon se interrumpió y abrió la puerta, la silueta de una mujer arrojándose a mis brazos y llorando como maniática, toda mojada y probablemente drogada, me sobresaltó en un primer momento. Se trataba de Lary, aquella madre soltera con quien solía salir de juerga y a quien tenía por amante, pero que había dejado de frecuentar y que ya no me interesaba sino solo para tener sexo. Al parecer ella lo había entendido a la perfección, o eso pensaba yo, pues claramente no se oponía cuando, en nuestras últimas noches de desenfreno, yo postulaba que lo más seguro era que no hubiese ninguna otra razón para que un hombre y una mujer estuviesen juntos sino el sexo. Era, naturalmente, una mentira y una vil hipocresía pensar que más allá de la copulación dos seres tenían motivos para permanecer unidos. El matrimonio, el amor puro y eterno, los planes, las promesas y demás zarandajas solo giraban en torno al sexo. Si este no se conseguía o no se llevaba a cabo de tal manera que ambos estuviesen satisfechos, siempre llegaban las infidelidades o problemas similares.

–¡Lehnik, de prisa! –exclamó en un tono alarmante que no me gustó nada–. ¡Tienes que ayudarme, pronto! ¡Por favor, ven conmigo!

–¿Qué demonios pasa? ¿Por qué esa urgencia? Espera un momento…

–¡Muchacha del infierno! –expresó la señora Dejon, anonadada por la brutal irrupción de Lary–. Mira en qué estado vienes, ebria y hasta drogada seguramente. Además, mira esas ropas, pareces más como una prostituta.

Sin embargo, Lary no le prestaba atención. Es más, ni siquiera escuchaba lo que yo le decía. Indudablemente había perdido la razón. Pero averiguar cómo y por qué despertó mi curiosidad. Al fin y al cabo, no tenía nada mejor qué hacer. De nueva cuenta me veía inmiscuido en problemas ajenos, pero pensé que eso era mejor que tirarme en mi cama a pensar en lo miserable que era vivir. Y así fue como intenté calmarla y sacarle algo de cuanto le atormentaba el alma. No era que en el fondo me interesase verdaderamente Lary, pero… ¿qué más podía hacer? Además, fea no era, y quizá sería una buena oportunidad para recordar viejos tiempos.

–¡Señora Dejon! –le dije un tanto turbado– Lamento este suceso, pero debo acompañar a esta mujer y discernir la causa de su aparente locura.

–Con mucho cuidado, no olvides que salir a estas horas es un tanto peligroso por estos rumbos.

–Sí, no importa. Siempre salgo a esta hora, creo. Y, a veces, hasta paso toda la noche rondando las calles.

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Libro: El Extraño Mental


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