Capítulo XXXIV (EEM)

Selen Blue pareció ignorar mi pregunta. Solo sabía que nunca a nadie le había hablado de esto, pero me dio la impresión de notar en ella una ligera expresión de dolor combinada con cierta felicidad ingenua. Sí, y su rostro cada vez se parecía más al mío, ¡qué extraño! En su mirada había demasiada agonía, demasiado sufrimiento; tal y como en la mía también imperaba una profunda desesperación. Era, sin duda, un ser increíble, pero igualmente trastornado por una existencia vacía y absurda como la humana. ¿Por qué diablos debíamos existir? Estaba simplemente harto de todo, hastiado de todo el mundo y de los seres que lo habitaban. Me repugnaba ser yo, me odiaba en todo sentido. El suicidio debía llegar pronto, o, si no, quién sabe qué sería de mí. Selen Blue continuo entonces:

–Bueno, ese día fue el peor de todos. Salí como una endemoniada de la casa de aquel viejo traicionero, profiriendo toda clase de maldiciones para los tres. Tuve suerte de no haber sido arrollada, puesto que corrí como una demente. Aunque, pensándolo bien, tal vez hubiese sido lo mejor. Es extraño: por más que lo neguemos, pareciese que existen ciertos sentimientos que, tras haberse incrustado por tantos años en nuestro interior, resultan tan complicados de expulsar. Es como si en automático nos debilitaran, como si nos fuese impensable vivir sin ellos. Tal es el sentimiento de supuesto amor hacia los padres, pues, aunque se les repugne, muy en el fondo existirá siempre, como si fuese inherente a nuestra existencia, esa sensación de dependencia y ternura. Es casi como si anhelásemos, en cada momento trágico en la vida, volver a refugiarnos en los brazos de mamá y papá para sentirnos seguros y tranquilos por unos segundos, para sentir que somos niños indefensos y que la crueldad y la miseria de este mundo no pueden dañarnos, pues alguien o algo más superior a nosotros nos protege, pero es solo una quimera. En mi caso, quizá cometí el mayor crimen que una hija puede cometer.

–¿Los mataste? –pregunté con frialdad, casi inexpresivo, como si usase una máscara.

–Exactamente, me encargué de purificar mi interior. Los maté psicológicamente, los extirpé de mi ser.

–Muy bien, hiciste lo correcto.

–¿Tú crees? Además de Arik, a nadie más había antes contado este tipo de asuntos personales. Y a él no le conté esto, pero tú…No esperaba esa clase de respuesta. ¿Cómo lo supusiste?

–Es muy sencillo: toda persona que se percata de la gran verdad, la cual versa sobre lo absurdo que es la existencia en este mundo, siente un desmesurado deseo de matar física o mentalmente a su familia.

–¡Vaya! Eso no lo había pensado, aunque… puede que tengas razón. Me parece bastante lógico.

–Lo es. Y como tú detestas tu existencia y en cierto modo te has acercado a la gran verdad, entonces fue fácil imaginarlo.

–¡Ja, ja! Querido, hablas como si te hubieses enamorado de mí, y eso es algo que no te conviene. Es cierto que el amor es una de las más exquisitas falacias en esta existencia, y que enamorarse es lo único que puede aquietar la desesperación de permanecer en este mundo por unos instantes, pero… ¡no te conviene! ¿Tú crees, acaso, que yo podría amarte?

–Y ¿quién dijo que quería tu amor?

–¡Hum! En ese caso… creo que nos entenderemos bien, ¡je, je!

–¡Sublime! Indudablemente eres la mujer que merecería convertirse en una virgen.

–¡Ja, ja! ¿Por qué lo dices? ¿Acaso es sarcasmo?

–No, lo digo en serio. Dime, ¿cómo te sientes ahora? ¿Tienes algún remordimiento?

–¡Para nada! Me siento del mejor modo posible. Me siento tan tranquila que creo que he alcanzado un nuevo nivel espiritual de paz interna. Nada me hace sentir mejor que recordar aquel día en que maté psicológicamente a mis padres. La última expresión que en sus rostros contemplé ha quedado grabada en mi mente: esa expresión tan peculiar de sufrimiento y agonía es la que ha hecho valiosa mi vida, al menos en cierta forma. Desde entonces no he parado, sigo buscando nuevas formas de evadir momentáneamente la desesperación de existir. Y ahora puedo decir que solamente el mal ha podido purificar mi dolor, solamente aquello juzgado como malvado en este mundo ha sido capaz de hacerme sentir, por unos instantes, viva.

–Es una historia muy bonita. Yo también quise, en algún tiempo, matar a mis padres.

–Y ¿luego? ¿Por qué no lo hiciste?

–No sé, pensé que tampoco tendría caso. En ocasiones es bueno dejar que las personas continúen con su miserable existencia.

–Puede ser, me parece algo un tanto compasivo, pero no sé. Bueno, si quieres matarlos y no sabes cómo, ¡yo puedo ayudarte!

–¡Je, je! No sé.

–Aunque me has dado una idea interesante: aquel que comienza a darse cuenta de la verdad debe, naturalmente, comenzar por odiar a los causantes de su existencia.

–Sí, es algo que tuve que reflexionar bastante, pero creo que es cierto.

Y como ya habíamos hablado demasiado, las palabras dieron lugar a otra clase de entendimiento: el de los labios rozándose. Creo que jamás había besado a alguien con tal pasión, con tal fiereza. Cuando ella me mordía, yo la mordía más fuerte todavía, y así sucesivamente. Comenzamos a pegarnos y a tocar partes sensibles de nuestros cuerpos, pues en Diablo Santo esto estaba más que permitido, incluso frente a los ojos de todo el público. Además, siempre estaban los mirones, quienes ágilmente buscaban captar algún faje para masturbarse entre todo el gentío que gritaba, bailaba, se azotaba, cantaba y se retorcía ignominiosamente en aquella caterva de cuerpos humanos. Muchos me miraban con una envidia bárbara, pues era obvio que una chica como Selen Blue despertaba tal sentimiento en cualquiera. A mí mismo me sorprendía tenerla ahora conmigo, ¡qué locura! Y fue entonces cuando pensé en Akriza, pero estaba demasiado borracho y era demasiado tarde… Por Selen Blue sentía una atracción plenamente sexual, corporal y hasta indecente. Pero, por extraño que parezca, por Akriza sentía algo más, algo que no lograba entender, ¿acaso era eso amor? ¡Imposible! Yo no podía sentir nada ya, había renunciado a esa clase de tonterías por completo luego de mi tragedia con Melisa. ¡Demonios, debía estar enloqueciendo de verdad!

–Y bien, creo que ya fue suficiente aquí –exclamó Selen Blue alejándome con sus brazos–. No te voy a negar que el exhibicionismo es una de mis grandes pasiones, pero el día de hoy quiero ir lejos, mucho más lejos, y te he elegido a ti para ello. ¿A dónde vamos ahora? ¿Conoces algún lugar? O ¿quieres que vayamos a mi departamento? Está muy cerca de aquí, y seguro que nos divertiremos.

–Y ¿qué pasará con Arik? No podemos dejarlo aquí, ¡está bestialmente ebrio! Míralo, ni siquiera puede ponerse en pie.

–Ese no será un problema, lo llevaremos con nosotros. ¡Sí, será perfecto! Nosotros tres juntos en mi habitación, ¡qué pandemónium armaremos!

–¿Los tres juntos? ¿Acaso hablas de…?

–Pues claro, querido. O ¿pensabas que jugaríamos a las cartas? ¡Vamos a coger toda la noche!

–¡Hum! Eso suena bastante bien, pero Arik…

–Te preocupas tanto por él que se me está ocurriendo una idea, pero te la diré tan pronto como lleguemos. Ahora apártate, que voy a revivirlo por completo.

–¿De qué modo?

–Del único posible: con magia.

–¿Magia? A mí me parece que… ¡Ja, ja! ¡Bueno, al diablo todo! Hoy quiero destruirme por completo.

Entonces vi cómo sacaba de alguna parte de su cuerpo un polvo blanco que expandió sobre la mesa y dio a aspirar a Arik, quien lo hizo con rapidez, como si no fuera la primera vez que lo hacía. No pasó mucho tiempo antes de que se pusiera de pie como si nada hubiese ocurrido.

–Y ¡no es la primera vez, por si te lo estabas preguntando! –exclamó Selen Blue lanzándome una atrevida mirada–. Ya nos hemos emborrachado varias veces juntos, y siempre me da poemas. Lo mejor de que esté ebrio es que me los declama con una pasión inverosímil, hasta se me moja la vagina con el simple sonido de su voz. ¿No es hermoso? ¡Un poeta maldito! ¡Ja, ja! Es el Rimbaud del barrio indudablemente.

Y para terminar soltó una carcajada que despertó a Arik en absoluto, luego le cogió de la garganta y le metió la lengua en la boca de un modo bastante excitante. Fue ahí cuando presentí qué clase de cosas ocurrirían en su departamento, pero pensé que no me vendría mal: si moría al amanecer, sería lo mejor. Salimos de Diablo Santo absolutamente borrachos, al menos ella y yo. De verdad estábamos al borde de una congestión… Pero, por fortuna, sobraba bastante del polvo blanco, y ambos nos dimos una buena aspirada. De inmediato sentí todos mis sentidos más allá de lo normal, como si no hubiese bebido ni una sola gota de alcohol, y dispuesto a realizar las más extrovertidas hazañas. Ella me miró y dijo:

–¿Te gustó? Es una variante, no es la que conoces normalmente. Un amigo me la prepara especialmente para la diversión, y tengo muchas más en casa. ¡Todo está listo para destruirnos esta noche! La única pregunta es: ¿me acompañarán?

Arik y yo nos miramos, pero creo que realmente ambos no teníamos opción. ¿Qué más daba morir aquella noche o seguir viviendo en un mundo que detestábamos? Porque, estoy seguro, Arik lo detestaba tanto como yo. Él, el poeta maldito, y yo, un supuesto filósofo, escritor de pacotilla y nihilista acabado, ¿qué opción teníamos? No había marcha atrás, era ahora o nunca. Aquella prostituta nos había atrapado a ambos, pero nosotros habíamos querido precisamente eso. Mi corazón latía con una violencia inaudita al pensar en todo lo que pasaría tan pronto penetráramos en el cuarto de Selen Blue. ¿Qué clase de cosas nos esperarían? Algo aberrante, asqueroso y hasta inhumano, pero eso era más embriagante que ir a casa y tirarme en mi cama a contemplar la nada. ¿Para qué seguir existiendo? ¿Qué sentido tenía la vida? Miraba a los demás borrachos y putas que pasaban a nuestro lado, riendo y en pleno deleite. Todos buscaban lo mismo: sexo, vicios, placeres y diversión. Solo era un instante, un mínimo periodo de todo el maldito tiempo en el cual podíamos elevarnos por encima de nuestra miseria y sonreír. Sí, sonreír desde lo más profundo, sonreír con la sonrisa de la muerte…

–Acepto, está más que claro que acepto –declaró Arik con una mirada brillante y decisiva.

–Bueno, ya va uno. ¿Qué me dices tú, amor? Irás pase lo que pase, ¿cierto? –preguntó Selen Blue clavando en mí su mística mirada y acariciando mi rostro.

Cualquier duda que hubiese tenido se despejó tan pronto sentí el roce de su mano. Parecía tan increíble todo esto, pero había algo de sospechoso. ¿Por qué yo? ¿Por qué Arik? En fin, ¡que el diablo cargara con nosotros! Me importaba un bledo si moría aquella noche; es más, sería tan idílico… Además, ¿cómo rechazar a aquella mujer? Si con un simple roce de su mano, la cual parecía ser la de una diosa o algo superior, podía desfragmentar así toda mi alma y unirla como mejor le viniera en gana. Ardía en deseos por hacerla mía, por hacerle de todo, por consagrarme en la más etérea concupiscencia cuando nuestros labios y nuestros sexos colapsaran en la algidez más indecente y suprema. Quería hacer todo lo que ella me pidiese, complacerla por completo, humillarme ante sus mandatos, lamer el suelo que pisase, adorarla hasta el fin. No me importaba que para la humanidad ella fuera una prostituta corrompida y la imagen de un demonio, pues para mí se había convertido, desde el momento en que la vi aquella noche, en el monumento que iluminaba mi miseria, y que confería a mi marchitada esencia el cromático esplendor para fulgurar más allá de cualquier dimensión.

–¡Acepto! –afirmé con contundencia, mirando la luna–. ¡Vamos, vamos ya! No hay tiempo que perder, no hay nada más que vivir.

Incluso a mí mismo me pareció extraña aquella frase, pero ¿qué se le iba a hacer? Todo en mí se había tornado extraño desde hacía bastante tiempo, ¿por qué renunciar ahora? Y, mientras nos dirigíamos al departamento de Selen Blue con deseos sexuales y suicidas, pensé que una vez, hace ya tantos años que parecían ahora eones, había corrido como un loco enamorado, atravesando todos los edificios de aquella deplorable ciudad, en plena madrugada, a decirle a Melisa que la amaba, que no se fuera lejos, que se quedara porque yo… Porque yo haría lo que fuera para que ella nunca más se volviese a ir de mi lado. ¡Vaya tiempos aquellos! ¡Cuánto había cambiado yo! ¡Cuánto había cambiado todo! Pero ¿estaba bien recordar esto ahora? ¿No era innecesario oponerse al flujo del río? ¿Para qué sufrir más? Melisa se había suicidado por mi culpa, según se decía, pero y eso ¿a mí qué? Entonces, como si de una alucinación se tratase, vi a un sujeto muy parecido a mí, pero un tanto más joven, corriendo en dirección contraria, justo a la casa donde vivía Melisa cuando la conocí.

No podría decir que era yo, porque, aunque su rostro y sus ropas eran las mías, su alma era diferente por completo. Sí, era un alma que yo ya no estaba seguro de poseer, pero que, a cambio, me había hecho sentirme más real y menos esquizofrénico. Así, mientras yo caminaba con Selen Blue y con Arik a mis costados, alcoholizado y drogado, sin ningún objetivo en la vida, anhelando solo morir para acabar con tan miserable existencia; mientras yo era un extraño suicida, aquel joven corría motivado por la fantasía del amor, enamorado y con todas sus esperanzas puestas en tan pura y divina sensación. Pero ¿quién era más estúpido? ¿Quién de los dos se equivocaba? ¿Quién de los dos moriría primero? ¿Él o yo? ¿Qué era peor en este mundo: estar enamorado o querer suicidarse? ¿No terminaba por ser igual? ¿No terminaban por ser ambas cosas solo facetas de una misma existencia podrida? ¿No era tan repugnante el que amaba como el que se odiaba? ¿No era el destino de toda criatura destruirse a sí misma? ¿No era eso “la vida”? Y, mientras pensaba tantas tonterías, la visión de aquel joven que era y no era yo al mismo tiempo se desvaneció, tal y como mi alma lo hacía con cada día que pasaba en este tormentoso torbellino de sueños rotos.

Seguí tan metido en mis pensamientos que no me percaté cuando llegamos al departamento de Selen Blue. Todo estaba en silencio, la noche de fiesta había quedado atrás. Y, aunque todavía se escuchaban los sonidos de algunos borrachos y putas, sabía que ahora solamente nosotros tres compartiríamos este momento. La soledad de nuestras almas se unificaría en el placer de nuestros cuerpos. Nuestra desesperación nos había conducido a esto, el destino se había mostrado indiferente ante nuestra amargura y solo se reía de todos aquellos quienes esperaban algo de tan incierto elemento. Y, mientras subíamos las escaleras para llegar al departamento, me sentía envuelto en una especie de torbellino monstruoso, el cual devoraba cada rastro de amor y odio en mi interior. Sería bueno que mi existencia culminase de este modo, que todo terminase tan pronto como fuera posible. Si tan solo tuviera la certeza de que, una vez extinta la noche, también mi ser se evaporaría y diría por fin adiós a tan ridícula pesadilla.

Al fin entramos y fue como aspirar un poco de ese aroma que solo produce la muerte. Las habitaciones eran grandes, bastante bien amuebladas. Ciertamente, Selen Blue no era una mujer que se moderase en cuanto a sus exigencias materiales. Había extraído algo de todos sus amantes y este era el resultado: un bonito departamento cercano a los antros de la ciudad, con una linda vista y bellamente decorado. Ya fuese por la borrachera o por la excitación, quedé prendado particularmente de un hermoso cuadro, el cual me pareció un tanto agresivo a primera vista. Sé que no significaba nada, pero no pude evitar sentir cierta identificación. De hecho, me quedé como hipnotizado hasta que Selen Blue me habló.

El cuadro en cuestión mostraba a un colibrí de matices bastante peculiares, tanto que experimenté una gran confusión intentando identificarlos. El pintor debía haber poseído un inmenso talento para poder plasmar tan singulares expresiones en un solo dibujo. Y es que era sumamente rara tanto la posición como cada detalle del ave. Lo que más me impresionó, y esto desde luego debía ser algo muy propio, fue la sensación de conmiseración que inspiraba el colibrí, tan perfectamente pintado con lo que creí era una mezcla de violeta con rojo y ciertos tonos azulados bastante intensos. Se hallaba como rezagado y a punto de abrir sus alas, pero, por algún motivo, no conseguía sus intenciones. ¡Cuán extraño y sublime! ¿Quién lo habría pintado? ¿Qué podía significar y por qué precisamente a mí me había embelesado de ese modo? Nadie más parecía darle importancia.

–¿Qué ves? ¿Te gusta ese cuadro, amor?

–Bueno, solo me pareció un tanto enigmático…

–¿Enigmático dices? ¡Je, je! Supongo que sí, pero no le des tanta importancia.

–¿Dónde lo conseguiste?

–No recuerdo con claridad. Creo que en una tienda donde remataban obras rechazadas. Según me dijo la encargada fue pintado por una mujer, una excelente pintora de una belleza excesivamente siniestra que se suicidó luego de que su novio la abandonase.

–¡Vaya cosas! Y ¿cómo es eso de una belleza “excesivamente siniestra”?

–Te digo que no lo tengo claro, lo adquirí ya hace un tiempo. Solo lo puse ahí para que no estorbara en ninguna otra parte.

–Entiendo –musité sin poder apartar la vista del cuadro, había algo en él que me embelesaba demoniacamente. Era como si el cuadro mismo, como si el ave reprimida pudiese mirar dentro de mí…

–La pintora se suicidó tras haber sido rechazada por su novio una y otra vez. Siempre pintó obras extrañas que jamás tuvieron éxito. Su arte, pese a ser tan divino, nunca obtuvo reconocimiento. Las personas no veían con buenos ojos lo que intentaba expresar, decían que sus pinturas eran algo… ¿cómo decirlo? Violentas. Sí, que eran agresivas para la mente si uno las miraba fijamente durante mucho tiempo. Un día simplemente desapareció y todas sus obras fueron directo al olvido, aunque algunas han sido rescatadas.

–Interesante, supongo. Nunca me había sentido atraído por el arte, pues, ciertamente, todo el arte que existe en el mundo y que ha sido adorado a lo largo de la historia me parece una mentira más. Especialmente porque ahora solo lo usan con fines de lucro, pero eso no es exclusivo del arte, sino de absolutamente todo con lo cual personas ambiciosas pueden satisfacer su sed de poder y conseguir sus intereses. Por ejemplo, la literatura también ha caído en lo mismo. Solo se venden libros basura sin ningún mensaje significativo o contenido reflexivo. Y así es con todo: el deporte, la religión, la música, el arte, etc. El humano es tan repugnante que todo lo ha hecho un mero negocio, incluso la vida.

–¡Muy cierto! –asintió con vehemencia Arik, quien me escuchaba atentamente–. Deberías de animarte a escribir algo, podría resultar bastante interesante.

–¡Ja, ja! Son unos tontos, unos niños. Aunque sé que lo dicen como una esperanza de algo imposible.

–Sí, Selen Blue. Es solo una estupidez puesto que a este mundo no le interesa cambiar, y seguirá pudriéndose hasta la eternidad. Tal y como nosotros lo hacemos ahora.

–Por desgracia, eso es cierto –replicó Arik arrojándose al sillón de la sala.

–Bueno, no venimos aquí para hablar de lo miserable que es la existencia en este mundo, pues eso ya lo tenemos todos más que claro.

–No todos –susurró Arik con malicia–. De hecho, creo que muy pocos.

–Bueno, muy pocos tiene la capacidad de entender que la existencia es miserable por naturaleza, y que la humanidad es estúpida igualmente por naturaleza. El mundo está condenado y nada ni nadie podrá salvarlo, es mejor entenderlo así –dije yo con pesimismo.

–Exactamente, entonces es hora de divertirnos y hacer a un lado tantas tonterías. Por mí, ¡que el mundo y la humanidad se vayan al diablo! –concluyó Selen Blue ya harta.

–¡Ja, ja! Y ¡dios también! –exclamó desternillándose como un demente Arik.

–¡Sí, dios también! Es más, ¡todos los dioses que existan! A todos los detesto por igual, pues, si alguno o varios de ellos crearon todo esto, fueron unos imbéciles. Solo un tonto se atrevería a crear algo tan deplorable como la humanidad, algo tan repulsivo como este mundo.

–¡Lehnik! ¡Eso es jodidamente cierto! –comentó Arik con la mirada de quien se siente cobijado al escuchar que otro ser en el mundo comparte sus ideales.

–Ustedes dos, por lo que veo –interrumpió sensualmente Selen Blue– se llevan bastante bien. Entonces ¿por qué no se dan un beso mientras yo los observo?

–¿Qué dices? Pero ¿cómo es posible? –inquirí desconcertado, aunque creo que en el fondo no me desagradaba la idea.

–Bueno, venimos aquí a pasarla bien. Además, prometieron hacer todo lo que se me antojara, en especial tú Lehnik, ¿ya se te olvidó? ¡Anda, vamos, bésalo! Él está más ebrio que tú, así que debemos aprovechar. Los efectos del polvo blanco podrían no ser suficientes.

–Y tú ¿qué harás? –cuestionó Arik mirando tontamente cómo Selen Blue comenzaba a desnudarse.

–Lo que quiera, ahora mismo les mostraré hasta dónde llega mi perversión.

Entonces nos tomó a ambos de la mano e hizo que nuestros rostros se encontraran tan cercanos que nuestras narices chocaron.

–Yo sé que ustedes quieren. Todo el mundo siempre quiere, pero no lo admite. Es parte de lo que llamaría “la sumisión”. Se trata de una rara teoría que elaboró un aprendiz de psicología, pero ahora la llevaremos a la práctica. Todo el mundo es bisexual por naturaleza, la única diferencia radica en qué tan influenciados nos vemos por el entorno para aceptar lo que es socialmente correcto. Pero esta noche haremos de todo, y es vital que cooperemos con cualquier cosa que se nos pida.

Era extraño, pero la verdad es que sí había experimentado cierta atracción hacia Arik. Nunca me habían gustado los hombres, pero tampoco había analizado detenidamente si despreciase a uno. Y, aunque en general me parecían más repugnantes que las mujeres, ahora que me hallaba sumamente borracho y drogado en aquel departamento elegante frente a aquella mujerzuela exótica, sentía que podía liberarme de todas las ataduras de la sociedad y, por vez primera en toda mi vida, ser yo mismo. Además, Arik, el poeta deprimido, era diferente. Sus bellos ojos verdes y sus cabellos negros le conferían una apariencia casi de mujer. Y es que su rostro era demasiado femenil, aunque con cierta virilidad reprimida. Sin duda, si fuese mujer, me enamoraría de ella. Pero no, Arik era hombre, el primero que iba a besar en toda mi vida…

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Libro: El Extraño Mental


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