No dejo de pensar en cuán engañados estamos como para creer que el sentido que nosotros mismos no podemos darle a nuestra miserable existencia se lo dará alguna persona o actividad.
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El inefable océano de la muerte se precipita sobre la deplorable isla de podredumbre que es mi vida y, con cada ola, siempre más intensa, me siento más y más tentado a ahogarme en su infinita misericordia con la esperanza de no volver a saber de mí jamás, ni siquiera en ningún otro mundo, dimensión o lo que sea. Lo único que anhelo ya, ciertamente, es la infinita y magnificente inexistencia absoluta.
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Cada noche que decidimos no matarnos es otra batalla perdida en contra de nuestra verdadera esencia.
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Decidió suicidarse, en un espléndido acto de amor y sublimidad, para que nadie más pudiera volver a hacerle ningún daño, ni siquiera él mismo.
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El mayor autoengaño que cometemos día con día es pretender que existirá un mañana, un futuro, un nuevo amor, un nuevo comienzo; en resumen, que existirá algo más allá de la vomitiva cotidianidad de nuestra absurda existencia.
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Catarsis de Destrucción