La oscuridad es muy fuerte y mi frágil mente no resistirá sus brutales embestidas. Ya solo puedo anhelar la muerte para escapar de esta prisión existencial donde he sido condenado a existir miserablemente en conjunto con los demás adefesios que pululan aquí. Todos los caminos han sido sellados y todas las opciones agotadas; ahora solo ruego por conseguir una navaja con la cual pueda, finalmente, poner punto final a mi deplorable tortura.
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El sacrilegio de existir debería terminar cuanto antes, desde el momento en que damos nuestro primer respiro deberíamos ser aniquilados. Es más, desde que estamos en el vientre de nuestra madre deberíamos ser abortados y, de preferencia, que se asesine también a nuestros progenitores antes de que forniquen. ¡Que se asesine a nuestros padres, abuelos y bisabuelos! ¡Demonios, que se aniquile de una buena vez a toda la humanidad!
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Indudablemente, todo lo que existe es en sí mismo solo un error del caos más nauseabundo, por eso debe ser purificado con la sublime extinción cósmica. Nosotros, sobre todo, debemos sucumbir ante la nada para que se pueda hablar de equilibrio universal. Mientras la humanidad no sea exterminada por completo, empero, no podrá reinar nunca la auténtica armonía.
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Nacer en este mundo es, quizá, consecuencia de haber muerto en otro. Y, con toda seguridad, este debe ser una especie de infierno al que somos arrojados como castigo. Solo así puede entenderse que imperen tantas aberraciones y sinsentidos en esta realidad que más bien debería ser destruida antes que preservada.
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No podía creerlo, pero era tan cierto que otra vez estaba aquí en el mundo humano. Y yo que creía que suicidándome acabaría este sacrilegio miserable, pero ya veo que no. Veo, con profunda aflicción, que la muerte no es sino el comienzo de una nueva y deplorable existencia dentro del infinito y absurdo ciclo de la eterna reminiscencia.
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Catarsis de Destrucción