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Catarsis de Destrucción 54

Sí, en ciertas ocasiones concluía que era yo un tonto en un mundo donde ser y pensar diferente no servía de nada; donde cuestionarse lo establecido, dudar de todo y reflexionar por cuenta propia era dañino para la supuesta felicidad que tanto se pregonaba entre el nefando rebaño. La humanidad era algo horrible, pero pertenecer a ella sin desearlo lo era mucho más.

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El problema, finalmente, consistía en que yo era un ser ridículo en demasía, pero uno que sabía que lo era; un esclavo más de esta existencia infame, pero uno que no podía amar su propia esclavitud como el resto.

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Y, cuando descubrí lo absurdo y miserable que era todo, ya era demasiado tarde, pues ya estaba demasiado contaminado por esta asquerosa realidad como para abandonarla por cuenta propia. Y eso era, en el fondo, lo que más me torturaba: permanecer en una existencia que odiaba con todo mi ser y sin la menor posibilidad de llevar a cabo el hermoso acto suicida.

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No podía evitar una mueca de absoluto desprecio cada vez que lo miraba. Sí, era horrible tener que soportarlo, siempre con esa pestilente cara y ese nefando cuerpo. Lo mejor sería quebrar de un puñetazo todos los espejos, pues no soporto al ser que en ellos se refleja: yo.

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Nada más falso que el supuesto amor humano, pues se trata solo de una quimera más para asegurar la reproducción de esta raza de monos adoctrinados. Se trata, en esencia, de un espejismo sumamente grotesco y pegajoso en el cual la gran mayoría nos veremos irremediablemente atrapados hasta que decidamos desapegarnos de todo momento, persona o lugar de manera definitiva y sin miramiento alguno.

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Catarsis de Destrucción


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