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Catarsis de Destrucción 57

La reproducción es lo más básico en el ser y, sin duda alguna, lo más estúpido. Solo aquellos que no tienen ya nada que apreciar en ellos mismos anhelan con infame vehemencia engendrar a otra execrable criatura cuya mísera existencia no distará gran cosa de la suya; e, incluso, puede que hasta sea aún peor. Si te consideras un ser sensato, ¡por el amor de Dios!, evita engendrar más esclavos de la pseudorealidad. 

Me resulta imposible no aborrecer a la humanidad en su totalidad, pues basta con salir a las calles un corto periodo para detestar infinitamente a tan deplorable y banal especie. No solo el ser está acabado, sino que cada vez busca nuevas formas de acrecentar la podredumbre propia y la de sus semejantes. El mundo humano es más bien un infierno; una pocilga donde imperan el egoísmo, la avaricia y la ignorancia. Me temo que ya no hay posibilidad alguna de salvación, pues ya todo está perdido. Ahora, ciertamente, lo único que puede hacer un cambio verdadero es la destrucción absoluta de todo cuanto es. El ser ha fracasado, no hay que buscar más excusas. La culpa es nuestra y, por ello, nuestra condena será eterna. 

La humanidad debe ser, a lo más, solo el vil entretenimiento de alguna clase de retorcida entidad superior. No puedo pensar de otra forma, puesto que todo allá fuera me arroja a tales conclusiones. Y, aunque esto pueda parecer sumamente desesperanzador, prefiero ahogarme en un mar de verdades que continuar respirando un aire plagado de argucias y autoengaños. Quien sea que nos haya creado, si algo así es real, indudablemente cometió un gravísimo error. ¿Cómo lo va a remediar si no es mediante la extinción? ¿Cómo silenciar para siempre el horripilante y ridículo cúmulo de materia, emociones y sensaciones que denota el ser? Sus gritos se diluyen en medio de su agonía, pues su efímera existencia no pareciera encerrar importancia alguna más allá de un accidente irreversible en el ocaso del tiempo. 

No sé realmente por qué asesiné a todas esas personas, pues no tuve ninguna razón en particular. Tan solo me repugnaban infinitamente ver sus estúpidas caras, escuchar sus execrables voces, contemplar sus miserables acciones y, sobre todo, soportar sus patéticas y estúpidas vidas tan asquerosamente humanas. ¡Cómo no iba a asesinarlas! ¿Acaso podría alguien más soportar tal despliegue de inmundicia, irrelevancia y estupidez? Si todo lo humano me produce náuseas, resulta natural entonces que busque librarme de ello por cualquier medio; incluso si esto implica el homicidio masivo. 

A los seres humanos no se les debería permitir gozar de la muerte, pues es algo demasiado bueno para tan miserable e insustancial criatura. Deberíamos mejor dejar que pudran en la infinita banalidad de su mundo, en la abyecta ignominia de sus vidas y en el lóbrego averno de sus atrocidades. ¡Que vivan eternamente ciegos de la verdad! ¡Que sus huecas cavidades prosigan atiborrándose de mentiras y falsedades! El ser es eso y nada más: una ominosa falacia viviente. 

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