Y, sin embargo, resulta sumamente abrumador el singular momento en que nos percatamos de que, más allá del cúmulo de pintorescos y sombríos autoengaños con los que hemos matizado ilusamente nuestras vidas, no parece que haya ninguna razón para seguir existiendo; es más, ni siquiera una para haber existido. ¡Qué magistralmente nos imbuimos en tanta absurdidad, en tantos actos funestos de este teatro nefando! El anodino espectáculo de horror y miseria que simboliza la existencia humana, empero, está muy lejos de su indispensable apocalipsis; todavía restan siglos de amargura y devastación sin parangón que cobijarán la realidad como una espesa neblina imposible de dispersar. Nunca seremos libres ni felices, eso es algo que también deberíamos ya tener tatuado en el alma. Ciertamente, yo me sentiría muy mal de sentirme bien en un mundo como este; en esta pesadilla carnal de la cual busco desprenderme tan pronto como sea posible. Tristemente, las cosas solo empeorarán; puesto que el fatal destino de este circo de bufones e impostores es el sinsentido más abyecto. Pobre de todo aquel patético títere que aún conserve algo de esperanza en lo humano; en religiones, gobiernos, ejércitos, sermones, corporaciones, teorías, ideologías u organizaciones. Todo esto es parte de la gran entelequia suprema, de los infinitos espejismos que se adhieren a nuestra atormentada consciencia para arrastrarla de nueva cuenta a los más vomitivos abismos del vacío sempiterno y la intrascendencia extrema. ¿No lucharemos más? ¿Nos rendiremos tan pronto? ¿No estamos también nosotros ya hundidos como todo a nuestro alrededor? Al fin y al cabo, siempre seremos humanos; y ese, me parece, es un castigo divino y definitivo.
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Una de las muy contadas cosas positivas en esta vida miserable y absurda es que, con cada día que vivimos, nos acercamos más al bello momento de nuestra muerte; sin embargo, lo único malo es que debemos experimentar muchos días añorando esto y padeciendo la desesperación existencial ocasionada por tal condición. Pareciera entonces que cada día vamos deprimiéndonos más y más, que se va desvaneciendo nuestro nulo deseo por sobresalir en un mundo donde todo es poder, sexo y dinero. ¿Qué podría ser relevante? Las corporaciones lo gobiernan todo actualmente, lo imponen todo desde las sombras mediante la tecnología y el consumismo desmedido. Y nosotros, como si fuésemos seres carentes de toda voluntad, cedemos tan fácilmente ante cada espejismo siniestro y dolorosa insinuación de lo más banal. Creo que la batalla está más que perdida, que lo mejor sería autodestruirse del modo más fulminante e inmediato; el encanto suicida debería ser ya nuestra única preocupación, nuestro elemento de aflicción divina en este sempiterno pantano de caos y angustia tremebunda. Y, conforme más tiempo pasamos siendo ultrajados por las numerosas artimañas de la pseudorealidad, mejor nos vamos acoplando a lo que deberíamos más bien rechazar. ¡El mundo está condenado y nosotros también! ¿Para qué pretender que no? ¿Para qué soñar con un cambio o una mejora imposibles de realizar? La humanidad debe ser exterminada para que una purificación real y perfecta doblegue los cúmulos de compleja y siniestra inmundicia que nos dominan física, mental y espiritualmente. Mientras nos neguemos a fenecer, mientras nos aferremos tan torpemente a este impío sinsentido, el sufrimiento más recalcitrante y no otra cosa será lo único que obtendremos sin importar qué clase de ideología, doctrina o perspectiva queramos falsamente orlar con la esencia de una única e inexistente verdad.
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Existir… He ahí la peor condición del ser; la más absurda e, irónicamente, la que más se busca perpetuar. ¿Por qué será así? ¿Por qué será que constantemente nos dejamos dominar y arrastrar al abismo de la más insensata locura? Creemos estar bien, ser felices y hasta nos pavoneamos de nuestra suerte; todo sin sospechar que, en el fondo, es nuestra deslumbrante ignorancia la que nos hace alucinar con tal estado de espléndida alegría. Mas se trata de una ilusión más de la pseudorealidad, de otra estratagema en la infinita cadena de mentiras que han confeccionado nuestra sempiterna sordidez interna. Pues, ciertamente, si los monos pudiesen vislumbrar las cosas tal cual son, seguramente no soportarían ni unos cuántos segundos su cruda esencia y se matarían. Sí, ninguno de esos payasos podría atisbar la multiplicidad de perspectivas que sobrepasan toda posible lógica y que destrozan cualquier supuesta contradicción. Sus vidas son un absoluto desperdicio, una oda a la máxima intrascendencia y un cántico demasiado vulgar. Están perdidos, buscando desesperadamente algo o alguien que termine de hundirlos en el fango y que les imponga cualquier falacia con el pretexto de una religión, un gobierno o cualquier otra repugnante estructura de poder encargada de absorber la energía y el alma. La tragedia, después de todo, es que nosotros nos hallemos también aquí; que estemos atrapados como el resto y que seamos cada vez más conscientes de nuestro fatal e infernal destino. Nunca habrá nada que sea suficiente para nosotros, puesto que conservamos todavía vestigios de aquello que por defecto es ilimitado, eterno e infinito; y queremos, en nuestra lamentable torpeza, sentir que no hemos sido despojados de lo divino para alguna misteriosa razón en este plano infame. O quizá simplemente experimentamos el sinsentido en su forma más horripilante y funesta, en la que precisamente deben sentirla aquellos que se han atrevido a desnudar su sombra en los recovecos donde el caos supremo desintegraría cualquier espíritu poco resplandeciente. ¿Soportaremos nosotros tal presión? ¿No es la verdad simplemente la fortaleza del espíritu para sobreponerse a cualquier otra posibilidad que intente desviarnos de alcanzar nuestra primordial evolución? ¿No deberíamos entonces desgarrar cualquier concepción que busque volver a apresarnos y silenciar nuestra terrible y sublime voluntad? Somos demasiado humanos todavía, pero acaso algún día podamos ver, escuchar y sentir como lo haría un ser superior; un ser adimensional y atemporal más allá de cualquier doctrina, filosofía o teoría.
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Creo que me gustaba más mi sibilina esencia cuando era polvo cósmico que ahora que soy polvo desperdiciado y encapsulado en una nauseabunda forma humana que tanto detesto. La inexistencia es lo que yo más añoro, lo único que ocasionalmente me hace sonreír en mis adentros y me aleja temporalmente del infame cúmulo de amargura que me circunda irremediablemente. No hay a dónde ir, con quién hablar ni nada que se pueda hacer para solventar el infinito malestar que recorre mis venas y me apabulla con delirante melancolía. Mi eterna condena ha sido haber nacido en un mundo como este, infestado de patéticas alimañas que se hacen llamar seres vivos. ¿Esto es la vida entonces? ¿Este inicuo y caótico sistema de esclavitud física, mental y espiritual es lo que las marionetas tanto alaban? Encima, se han inventado toda clase de funestas doctrinas y dioses demasiado humanos a los cuales rinden culto ominosamente. Tienen tanta necesidad de creer en algo externo y ajeno a ellos, porque precisamente son incapaces de creer y amarse a sí mismos por encima de todo; ¡qué lamentable y ridículo teatro es la humanidad! A estas alturas, empero, no espero que ninguno de esos peones pueda comprender mínimamente mis sentimientos o reflexiones más sombrías. Todo lo que de ellos puedo esperar es ignorancia en su forma más pura e ilimitada; pues de ella se han originado sus miserables y putrefactas creencias, y también en ella es que han de claudicar sus vanos intentos por perpetuar este cósmico sinsentido llamado existencia.
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Ya no me relacionaba con las personas, pues sus perspectivas sobre la vida se me antojaban de lo más patético y mundano. Tan solo eran marionetas pensando que vivían, pensando que pensaban y pensando que eran ellos mismos; sin sospechar que todo lo que creían como propio y verdadero les había sido inculcado mediante un perfecto sistema de adoctrinamiento masivo del que ni siquiera eran conscientes. Nunca podrían ver más allá de sus limitadas concepciones, nunca podrían alcanzar estados superiores que implicasen una multiplicidad de perspectivas convergiendo en el infinito y la eternidad. Sus mentes están encadenadas a los siniestros espejismos de la grotesca pseudorealidad y no parece haber manera en que puedan abrir sus ojos a un nuevo amanecer donde el sol diluya todas las mentiras que consumen sus almas. Así es la humanidad, no podía esperarse algo más de monos parlantes adictos a su propia miseria. ¡Oh, qué terrible! Lo que me atormenta de todo esto no es que todos ellos sean solo basura, sino que yo esté atrapado en esta anómala dimensión y pertenezca a su misma raza. Hace mucho que vivo, si es que aún lo hago, en absoluto ostracismo y quiero mantenerme así hasta mi muerte; sí, hasta ese glorioso instante en que me corte la garganta con majestuosa precisión y mi sangre al fin ahogue mi eviterna nostalgia. ¡Cómo detesto este mundo execrable y a los ominosos seres que lo habitan! No puedo ya soportar sus horribles conversaciones ni siquiera un poco, pues inmediatamente experimento un brutal deseo de aniquilarlos con apologética majestuosidad… Pero me contengo, pues sé que seres inferiores como ellos requerirán acaso de cien o mil vidas más para comenzar a vislumbrar la sabiduría divina que trasciende toda ideología, creencia o aspiración. La humanidad es ya un caso perdido, su posible salvación ha sido asesinada por ellos mismos en la cumbre de sus deseos más lúgubres y materiales. ¿Qué me importa a mí eso, después de todo? ¿Qué más me da si la humanidad entera se va al diablo? Lo que me interesa es ver si yo puedo salvarme, puesto que quiero creer que en mí, como en cada uno, reside tal poder. La decisión sería entonces solo nuestra, sin que intervenga ningún otro factor; mucho menos deidades (idealizadas por humanos) que, de existir, ni siquiera son capaces de impedir la más mínima de todas las desgracias que azotan al mundo una y otra vez hasta la demencia. Indiferencia divina o, equivalentemente, le llamaría yo la maravillosa oportunidad de hacernos cargo de nuestra existencia sin que nada ni nadie más importe.
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Desasosiego Existencial